Decían los clásicos que los infortunios prueban la virtud del hombre. Así, la virtud se vincularía con aquello que ahora se conoce como resiliencia y que ya tenía un nombre antes, pero despojado del boato de los neologismos académicos. El Real Madrid volvió a demostrar en Anfield que es el símbolo vivo de esa virtud entendida como resistencia a la adversidad. Una rebeldía, eso sí, encauzada siempre por un talento indómito. Por eso, como dejó escrito Jabois en el himno de la décima, el Real Madrid es lucha y es belleza. La belleza de la lucha y la lucha por la belleza, la lucha por no doblegarse ante el destino y la belleza de saberse libres al conseguirlo.
Dos a cero perdía el Real Madrid en Anfield antes del primer cuarto de hora de su partido contra el Liverpool. Contra el Liverpool y en Anfield, repito. Es decir, contra otro club aupado sobre la grandeza de sus hazañas y en el escenario donde fue forjando su leyenda. Dos a cero tras un error garrafal del mismo portero que había parecido inexpugnable apenas unos meses atrás. Si de repente el héroe de París se había vuelto humano, ¿cómo iba a luchar el Real Madrid no solo contra el infortunio, sino contra un rival histórico envalentonado por la fragilidad de quien parecía imbatible? Anfield rugía y el Liverpool parecía relamerse. Cualquier otro rival habría sufrido la parálisis del miedo, al menos durante los instantes posteriores a ese segundo gol. Pero el rival no era cualquier otro rival, sino el Real Madrid.
Y, entonces, un chaval de apenas 22 años, hostigado en los últimos meses, de manera infame, por la prensa, los aficionados y los defensas rivales en España, decidió que iba a encarnarse en el escudo mismo para empezar a ganar el partido. No solo para ganar el partido, sino para rebelarse contra la falacia populista con que la misma jauría que lo hostiga intenta justificarse: aquello de que, si todo el mundo lo insulta, será por algo. Y en una cosa tienen razón los hostigadores y sus cómplices: a Vinícius no lo insultan por ser negro. Lo insultan por ser del Real Madrid. Y también porque el límite de su talento es inabarcable. Esos “negro de mierda” o “puto negro” que atruenan en los campos de la Liga española son expresiones vaciadas de su intención primigenia. “Negro de mierda” o “puto negro” son en realidad el resorte atávico del miedo, del miedo al talento incontenible de un chaval de 22 años que, como dijo Valdano, parece haber nacido con la camiseta del Real Madrid puesta. Vinícius y el Real Madrid son indistinguibles ya, encarnan la misma convicción desencadenada: que no hay adversidad irreversible ni destino subyugante.
Todo eso concentró el latigazo curvo con el que Vinícius marcó el primer gol. Todo eso quedó representado en el escorzo tenso con que su cuerpo venció esa suerte que aún se le resistía: el golpeo impío al esférico, el abandono transitorio de la delicadeza en la ejecución. Vinícius empezó a ganar el partido cuando decidió superarse a sí mismo una vez más, y en el escenario y las circunstancias más difíciles. Y justo el día en que había muerto Amancio. Para honrarlo a él y a la historia del club. Para perpetuar la leyenda que continuarán otros como Amancio y el propio Vinícius y que agrandó el equipo en la segunda parte, cuando danzó sobre el césped, con vigorosa sutileza, para someter al Liverpool. Nunca había remontado el Real Madrid un 2-0 fuera de casa en una competición europea. Y nunca nadie había anotado cinco goles en Anfield en Europa.
Fue una gran noche para los madridistas, sí, aunque nada esté resuelto todavía. Pero, sobre todo, fue una gran noche para el fútbol. Ejemplar resultó la afición del Liverpool, que guardó un escrupuloso minuto de silencio, que ovacionó a Modric y Benzema al ser sustituidos y que incluso aplaudió a los aficionados del Real Madrid al acabar el encuentro. La grandeza del Real Madrid también se sustenta en la grandeza de rivales como el Liverpool. En unas semanas en las que el hedor del llamado caso Negreira ha emponzoñado el ambiente que rodea al fútbol español, la oda de Anfield nos recordó que hay un tipo de nobleza inmarcesible en este deporte.