Desde hace meses, el procés ha desaparecido del primer plano de la actualidad, aunque aún se produzcan algunos episodios aislados que lo recuerden. Como una lógica consecuencia de esta evolución, marcada por el fracaso, el cansancio, la falta de expectativas, la pandemia y ahora la guerra en Ucrania, empiezan a verse en Cataluña signos de distensión que desbordan la política de bloques y normalizan el debate público, que llevaba años secuestrado por el monotema del procés.

Son aún pocos los signos de distensión, pero significativos. Dos de ellos acaban de producirse: el pacto entre las dos principales fuerzas independentistas --ERC y Junts per Catalunya--, el PSC y los comunes para reformar la ley de política lingüística y el amplio acuerdo institucional para conseguir para Barcelona la organización de la Copa América de vela.

En el primer caso, se trata del primer pacto importante de los dos bloques políticos --soberanista y constitucionalista-- en mucho tiempo. Recuérdese que antes de las elecciones del 14 de febrero de 2021, los partidos independentistas levantaron un cordón sanitario contra el PSC mediante el que se comprometían a no pactar nada con los socialistas. De ese acuerdo al que ahora se ha registrado en el Parlament sobre la lengua media un abismo.

El pacto establece que el catalán siga siendo el “centro de gravedad” y “la lengua normalmente empleada como lengua vehicular” en la escuela y el castellano será “también empleado en los términos que fijen los proyectos lingüísticos de cada centro”. El acuerdo fue registrado por los cuatro partidos en el Parlament, aunque después se descolgó Junts, pero la firma del representante del partido sigue ahí y no está claro si finalmente JxCat se mantendrá en el consenso o lo abandonará. El amago de retirada tuvo mucho que ver con la reacción del independentismo más radical en las redes sociales, incluida la opinión contraria del expresidente Carles Puigdemont desde Waterloo.

El pacto ha sido rechazado por los extremos, unos diciendo que no cambia nada y que la inmersión lingüística sigue igual y los otros aventurando que el reconocimiento del castellano como lengua docente significa nada más y nada menos que la muerte del catalán. Ni una cosa ni la otra son ciertas, pero algo debe de cambiar cuando se retoca una ley para flexibilizar la inmersión y abrir la puerta a que el castellano sea también lengua vehicular. Si no cambiara nada, no sería necesario revisar la ley.

El segundo caso, la organización de la Copa América de vela en 2024 en Barcelona, es un ejemplo de la colaboración entre todas las instituciones públicas y la iniciativa privada que hace años que se echaba en falta. La ciudad necesitaba volver a organizar acontecimientos de impacto mundial y la Copa América solo está por detrás de los Juegos Olímpicos y del Mundial de fútbol. Las cifras son espectaculares: con una inversión de solo 70 millones de euros --las infraestructuras ya existen--, se calcula un retorno de mil millones y una audiencia potencial de 940 millones de espectadores.

La Generalitat, el Ayuntamiento de Barcelona, Turisme de Barcelona, el Puerto, el Gobierno central y la organización privada Barcelona Global --una asociación que reúne a 220 empresas e instituciones culturales y científicas-- han participado en la iniciativa que ha culminado con el acuerdo para celebrar el acontecimiento deportivo. Los empresarios han aportado avales por 25 millones y el resto será financiado por las instituciones citadas, además de la Diputación de Barcelona.

El futuro de este clima de consenso depende mucho de lo que ocurra en el congreso de Junts que se celebrará antes del verano. En el partido de Puigdemont existen al menos dos líneas y sigue la incógnita de si el expresident permanecerá al frente o se dedicará solo a presidir el fantasmagórico Consell per la República. Si se impone la línea más pragmática promovida por el secretario general, Jordi Sànchez, y el conseller de Economía, Jaume Giró, no se descartan en el futuro pactos como el del catalán. Si, por el contrario, gana la línea de Laura Borràs y del independentismo más irredento, Junts se desmarcará de los acuerdos más transversales. Un dilema cuya resolución influirá en la orientación de la política catalana.