El pasado 27 de febrero, el canciller alemán, Olaf Sholz, calificó el momento histórico tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia de Zeitenwende, lo que en español equivale a “punto de inflexión” o “cambio de era”. Para Alemania, cuya política exterior desde la caída del muro de Berlín se basaba en la idea de que estaba rodeada de países amigos, tener que enfrentarse al régimen de Vladímir Putin supone un total cambio de paradigma. No es fácil pasar del “modo paz” al “modo guerra”. El Zeitenwende alemán significa un sustancial aumento del gasto en defensa, que quedará anclado en la Ley Fundamental (Constitución), y el imperativo de tener que corregir a marchas forzadas la enorme dependencia energética del gas ruso, sin el cual ahora mismo la economía alemana no puede funcionar.

Por tanto, 2022 marca para Berlín un punto y aparte, pues vuelve a tener un poderoso y temible enemigo al este, Moscú, cuyo régimen pretende no solo desestabilizar las democracias liberales europeas a través de guerras híbridas, sino rehacer su antiguo imperio territorial manu militari. Lo peor es que Angela Merkel, cuyo legado ya se cuestiona en voz alta, optó en 2011 por llevar a cabo una transición energética cerrando las nucleares, solo con las renovables y el gas ruso. El error alemán es en buena medida responsable ahora mismo de la limitación del uso de la energía en toda la Unión, un escenario impensable hace medio año para los europeos, como inimaginable fue también la pandemia en pleno siglo XXI.

Este obligado ahorro energético, como consecuencia de la escasez y los altos precios de los hidrocarburos, es la otra cara de moneda de un futuro que ya está aquí, el estrés climático. Tenemos que moderar la climatización o el consumo del agua en medio de veranos cada vez más tórridos. Tristemente 2022 va a pasar a la historia como el año en que el mundo se dio de bruces con la realidad del aumento de la temperatura, con calores inusuales en invierno, temperaturas sofocantes en verano, sequías prolongadas, lluvias torrenciales, etcétera.

Por desgracia, cunde la impresión de que las consecuencias a medio plazo del cambio climático son ya inevitables, de que el mundo ha entrado en una pendiente inclinada hacia el desastre, y que, aunque suprimiéramos de un golpe las emisiones de CO2, algo que está muy lejos de suceder, el escenario más probable en las próximas décadas es escalofriante. No me gusta el catastrofismo, más bien tiendo al optimismo tecnológico, pero es lo que hay. Así pues, el Zeitenwende no solo es para Alemania, sino para el mundo entero, para nuestra civilización, que va a quedar muy maltrecha del efecto combinado de la guerra en Ucrania, sobre todo para Europa, junto a la etapa de estrés climático en la que hemos entrado. 2022 aparecerá marcado en los libros de historia como un año de inflexión, como una fecha en la que aquello que hasta ahora parecía normal en Occidente, comodidades tan generales como la calefacción o el aire acondicionado al gusto de cada uno, se acabaron. Y eso es solo la punta del iceberg del cambio a peor que nos aguarda.