A medida que otoño de 2017 va alejándose en el tiempo, se intensifica el esfuerzo de algunos líderes separatistas, sobre todo de aquellos que hace cuatro años estaban al frente del procés y que luego acabaron en la cárcel, por reescribir el pasado. Lo intentan un poco todos, pero principalmente llama la atención cómo lo hacen los de ERC. Y ya no es solo el curil Oriol Junqueras, cuya doblez política hizo que el lendakari Iñigo Urkullu, que intentó aquellos días hacer de mediador entre Barcelona y Madrid, afirmase que encarnaba “lo peor de la política”, ahora es Raül Romeva quien va más lejos. En una entrevista en la revista Crític, afirma que “la DUI fue una decisión de Puigdemont”. El entonces consejero de Acción Exterior del Govern carga la responsabilidad de llevar a cabo la declaración unilateral de independencia, el 27 de octubre de 2017, sobre las espaldas del expresident: “Puigdemont es quien lo lideró, y el resto lo asumimos”.

Romeva no se arrepiente de nada y tampoco cuestiona nada de lo que hizo porque “los perdedores buscan excusas, los ganadores, aprenden”. Y él, claro está, lo dice abiertamente, se considera un ganador. Pero en la medida que con la DUI el independentismo demostró ser un gigante con pies de barro (Puigdemont confesó la mañana del 26 de octubre ante Carme Forcadell: “Ni tenemos estructuras de Estado, ni el control de los Mossos, ni ningún apoyo internacional”), lo cómodo es atribuir al expresident en exclusiva esa grave decisión. Resulta chocante la forma de retorcer el pasado. Todos sabemos, y hay memorias como las de Santi Vila que lo relatan con detalle y trabajos periodísticos que lo confirman, que si Puigdemont renunció a convocar elecciones autonómicas –un día antes de que se fuese a aprobar el artículo 155 en el Senado— fue porque entre una parte de los que venían de Convergència, como Josep Rull y Jordi Turull, pero sobre en ERC, no querían de ningún modo. Recordemos que la dirección republicana llegó a anunciar ese día su abandono del Govern si se convocaban elecciones autonómicas. Las famosas 155 monedas de plata de Gabriel Rufián, el lloriqueo por las esquinas de Marta Rovira y los silencios acusadores de Junqueras, empujaron a que el Parlament votase la tarde del 27 de octubre una DUI de mentirijillas para que después de un último paripé salieran todos corriendo.

Romeva se muestra incapaz de hacer ninguna autocrítica. Incluso los supuestos errores fueron necesarios, afirma. Y suelta ese torpedo contra Puigdemont sin ninguna contextualización, y sin que tampoco el periodista le repregunte. Olvidan ambos que la DUI hizo inevitable la querella por rebelión de la fiscalía, que comportó el ingreso en prisión preventiva de los líderes del procés hasta el juicio en el Tribunal Supremo que finalmente los condenó por sedición y, en algunos casos, también por malversación. Es evidente que si Junqueras y ERC hubieran apoyado la convocatoria de elecciones, Puigdemont no habría rectificado su decisión la mañana del 26. Por otro lado, el expresident no jugó en el Parlament el viernes 27 ningún papel. No subió a la tribuna para justificar la DUI, sino que fue el diputado republicano Roger Torrent quien pidió que se leyera un texto de independencia que ni tan siquiera llegó a publicarse en el boletín de la Cámara catalana. El ridículo no pudo ser mayor, aunque la periodista Mònica Terribas diera las buenas tardes a los ciudadanos de la República catalana. A Puigdemont se le pueden reprochar muchas cosas, antes y después, pero no atribuirle haber liderado la DUI. En realidad, no lo hizo nadie, se proclamó con desgana, porque el separatismo acabó en 2017 atrapado en su propia telaraña. En ERC, sin cuestionar el pasado ni asumir ninguna responsabilidad, le pasan a Puigdemont el muerto de la DUI. Y el expresident, que entonces quiso evitarla, ahora la reivindica, patéticamente, y promete a los suyos activarla el día que regrese.