Santi Vila renace para desempeñar la presidencia del Cercle d’Infraestructures, un patronato fundado por Pere Macias que agrupa a parte del mundo de los ingenieros de caminos que impulsaron el Institut Cerdà, generado en su momento por el fallecido Pere Duran Farell. El lobi de Caminos funciona. Sus plataformas han sido siempre creadoras de servicios públicos; no politiquean, van en serio, con el negocio entre ceja y ceja –no lo niego—, pero siempre dispuestas a levantar expectativas. Tienen el toque politécnico de Jordi Mercader, Jaume Pagès, Oriol Altisench y Soler Perellada, germinado en torno al Consejo Social de la UPC, un centro de transferencia de tecnología hacedora de prototipos y startups.
Ahí encaja Santi Vila, un exconvergente que apaciguó su pasión soberanista hasta convertirla en el camino de vuelta, un hilo de Ariadna, que va desde el interior del laberinto indepe hasta la partitura del catalanismo constructivo. “Las infraestructuras y su buena gestión deben garantizar el progreso, la vertebración del territorio, la digitalización y la sostenibilidad”, dice el nuevo presidente del Cercle d’Infraestructures. El recomienzo de Vila resulta esperanzador; se habla incluso de una cierta aproximación al PSC, pensando en las próximas municipales. No una proximidad de partido, sino de concomitancia acordada por medio de una plataforma político-económica pensada para la rentrée. Un nuevo municipalismo maragalliano que contrarrestaría el poder de la Generalitat soberanista; una reedición del mundo de la Corporación Metropolitana abierta a las tendencias de progreso, crecimiento económico y cohesión social.
El Cercle d'Infraestructures ha puesto en marcha la nueva etapa con el objetivo de generar ideas, debates y consensos sobre las grandes transformaciones que debe abordar Cataluña ligadas a las infraestructuras en los ámbitos de las ciudades, la transición energética, la digitalización y la vertebración del territorio. Vila remarca: “Debemos avanzar en las inversiones históricas pendientes y poner diligencia y buen criterio en la asignación de los fondos europeos Next Generation”. Todo un programa.
Vila no está solo. Lo dejaron solo sus excamaradas cuando, como exconseller de Cultura, presentó las escrituras de su vivienda de Figueres (Girona) como aval para afrontar la fianza de 216.000 euros que le solicita el Juzgado de Instrucción de Huesca 3 por un delito de desobediencia al negarse a entregar 44 obras de arte del monasterio de Sijena depositadas en el Museo de Lleida. La Generalitat le negó la posibilidad de hacerse cargo de su defensa. El exconseller tampoco ha contado con ayuda de la caja de solidaridad –Roma no paga a traidores— creada para sufragar los gastos judiciales de los líderes independentistas, a diferencia del otro procesado en esta causa, Lluís Puig, su sucesor en el cargo en Cultura, fugado a Bélgica junto a Carles Puigdemont, cuya fianza de 88.000 euros sí ingresó la entidad que gestiona ese fondo.
Cuando Vila sale a escena parece que se alinean los astros. El consejero de Economía, Jaume Giró, participa en el Consejo de Política Fiscal y Financiera, un dato que suma más allá de la incomparecencia de Aragonès en la Conferencia de presidentes autonómicos. Giró, que cuenta con una victoria parcial en los avales del ICF gracias a la aprobación del Consell de Garanties Estatutàries, llega al Estado (vía telemática) tras cinco años de incomparecencias catalanas. El consejero ofrece una valoración “positiva”, con el convencimiento de que será “más fácil” elaborar los Presupuestos de la Generalitat para 2022. Solo es un primer paso, pero no sabemos por dónde se oscurecerá el panorama tras el fallo del Tribunal de Justicia de la UE, que ha levantado la inmunidad de Puigdemont. El camino recién emprendido, en el que Vila juega un papel de faro, no puede torcerse y menos para atender el resentimiento de quienes se equivocaron en 2017.