Siempre ha habido y habrá opinadores de pluma y micrófono dispuestos, desde el confort de su hogar, a ejercer de patriarcas, consejeros o de miembros ful del comité central de un partido político. El ego les puede, la vanidad les hace arrogantes. Algunos de ellos no se conforman, tan solo, con analizar y opinar acerca de lo que le conviene al país, sino que incluso se atreven a estigmatizar y colgar sambenitos a quien les viene en gana. La introducción de la lengua castellana, efectuada por Salvador Illa, a lo largo de un discurso parlamentario ha dado mucho que hablar. No solo a los radicales de la peña secesionista, empeñados en negar el derecho de los ciudadanos a comunicarse en la lengua que les apetezca, sino también a algún que otro analista, antaño practicante asiduo de inmaculados equilibrismos para no perder comba. Las palabras en lengua cervantina de Salvador Illa le han servido de excusa a la señora Aurora Madaula para lanzar al cielo el típico y piadoso: “Mare de Déu senyor!”. Tanta fe en boca de una dama adicta a un credo integrista impresiona al más pintado.
Pero el párrafo de marras también le ha sido útil a Josep Ramoneda --en las páginas del diario El País-- para articular un razonamiento político exageradamente crítico con Salvador Illa y el PSC. En su artículo se pregunta "¿A dónde va Illa?" para, a renglón seguido, exigirle al socialista que rompa tópicos, al tiempo que le afea la decisión de trufar el discurso de investidura con frases en castellano. Espero que el bueno de Salvador ignore los llamamientos del personaje en cuestión, tanta coincidencia con la "rabia" de Madaula es mosqueante. Porque lo cierto es que este señor, de columna y micrófono en la SER, yerra más que acierta cuando juega a pitoniso progre. Aun recuerdo que, no hace demasiados años, vaticinó alegremente que el socialismo catalán caminaba hacia la inanidad, y ahí le tienen ustedes, ganando elecciones. También recuerdo que nos anunció el nacimiento de un estadista llamado Artur Mas, y hoy aquel supuesto prohombre de la patria dormita en un frío desván de la historia. La hemeroteca no perdona ni a los que se las dan de filósofos o intelectuales. Precisamente lo que hizo Salvador Illa, desde la tribuna parlamentaria, fue romper inercias y bloques, incorporando al debate político del país a todos los ciudadanos catalanes sin distinción. Mucho más fino que el de Josep Ramoneda es el trazo que nos deja Valentí Puig, cuando nos habla de La tendencia Illa, de un método tarradellista para abordar los temas delicados. Respirar otra atmósfera que no sea la de la Cataluña oficial no resulta fácil; Valentí Puig lo intenta y lo consigue, otros optan por ponerse al pairo.
Y ya que estamos metidos en harina, y dispuestos a pontificar al estilo de Josep Ramoneda, permítanme una aseveración. La haré mediante un fenómeno faunístico que, salvando las distancias, permite paralelismos. Esopo lo hacía y nadie se enojaba. Este país no saldrá adelante, ni será seriamente gobernado, hasta que los especímenes de Capra pyrenaica hispánica encaramados en su particular peña secesionista diriman, de una puñetera vez, sus fuerzas a cabezazos. Hasta que uno de ellos caiga exhausto, o herido, aceptando la derrota. Cuando uno de los competidores se retire de la lucha por la hegemonía de la manada, o consiga la unanimidad de rebaño que anhela, estaremos poniendo punto final a la incertidumbre. Con un interlocutor que no tenga nada que demostrar a su tribu es probable que podamos hablar de política con mayúsculas, negociar y acordar. Mientras ello no ocurra, amigos míos, va a resultar difícil sacar a Cataluña del atolladero y el desgobierno.