En 48 horas, Cataluña levantará una nueva empalizada. Las puertas de nuestro mar cerrarán el paso a los españoles, como hizo Pericles en el Pireo para combatir a los fenicios. Laura Borràs exige la formación de un nuevo Govern presidido por Pere Aragonès en el pleno de investidura del viernes. JxCat trata, así, de responder al acuerdo ya firmado entre ERC y CUP, al que los cupaires le añaden la exigencia de que el Govern realice una moción de confianza dentro de dos años, lo que el partido de Borràs rechaza. La moción es para examinar a media legislatura si hemos avanzado hacia el nuevo referéndum, un mecanismo similar al que le pusieron a Artur Mas, por el que el ex president tuvo que dimitir el 9 de enero de 2016, después de un acuerdo, entre Junts y la CUP, que propulsó a Carles Puigdemont.
Mientras tanto, Pablo Iglesias, el aliado del Referéndum desde Madrid, desperdiga sus esfuerzos en una batalla frontal contra Díaz Ayuso, digna del mejor trumpismo. El PSOE de Gabilondo rebaja el discurso poniendo su potencial al servicio de los problemas más acuciantes, el Covid y los concursos de miles de empresas. Mientras la misma Hana Jalloul, la Kamala Harris del candidato socialista, habla del giro al centro de la izquierda, Iglesias combate ya palmo a palmo para recomponer el consenso del maltrecho Podemos. Gabilondo trata de hacerse con el espacio que abandonó Ciudadanos y Edmundo Bal quiere reconquistar su territorio después de años de abandono en brazos del PP y de Vox. Al margen de los comicios capitalinos, el rearme de la derecha pasa por las manos de García Egea y Albert Rivera, que están ultimando la OPA del PP sobre Ciudadanos. Si quiere sobrevivir, la formación de Inés Arrimadas no volverá, de momento, con Ayuso. “Ve poco de visita a casas de otros y así serás un huésped apreciado”, escribió en su Breviario el sabio cardenal Mazarino, regente de Francia.
Cuando Podemos supere el 5% en la Asamblea de Madrid, Yolanda Díaz será la vicepresidenta tercera del Gobierno y estará lejos de Pablo. Yolanda es una eurocomunista dispuesta a mantener las conquistas democráticas y alejada del populismo de Iglesias. No juega al cara o cruz. Su proximidad a Sánchez no es ninguna casualidad y su distancia respecto de la ministra de Economía, Nadia Calviño, es amistosa y complementaria. Nadia se encarga de crecer y Yolanda de redistribuir, ambas bajo un mismo techo.
Yolanda representa la transmisión de códigos, su trayectoria es un fin en sí mismo. Pero Iglesias es un destructor de estos mismos códigos; su punto de partida fue la Transición como el gran error del pasado y ahora lucha por derribar los protocolos de la democracia española. Piensa que los otros son los idiotas que miran al dedo mientras él señala a la luna. Su actitud teatraliza su pensamiento y escenifica sus ideas. Vive en el estructuralismo de los setenta; genera devotos; cuenta con un clero reverente, compuesto por la misma casta que él denunció y ha creado una marabunta nihilista que venera su causa. Acude raudo a las batallas dialécticas de segundo orden, mientras que Yolanda responde el insulto del diputado del PP Diego Movellán con un lacónico, “España se merece un PP mejor”.
Y sí, España tiene hoy una doble vara de medir: el griterío de Ayuso con la aprobación de Génova unido a la campaña de Iglesias y al nacional-populismo catalán; y frente a esta hipérbole cainita existe la corrección; Iglesias está en la primera y Yolanda en la segunda. Iglesias vive en un sin vivir dispuesto a saltar a la yugular de un Ayuntamiento, como el Oviedo, que le quita su calle a Concepción Arenal y rechaza el nombre de Charles Darwin por aquello de que el hombre no viene del mono; Yolanda, por su parte, considera que el refocile creacionista de la derecha no es digno de atención.
La separación entre el Gobierno y Podemos se agranda con la misma endiablada inmediatez que tiene toda la política actual. Cataluña ocupa el centro de todos los desvaríos, con un Govern en ciernes que repica sus tambores de guerra. Pero a partir de mayo, estando Iglesias fuera del Gobierno, los excesos del soberanismo no tendrán su apoyo desde el corazón del poder. Si el independentismo derriba sus puentes, el PSOE deberá buscar una nueva mayoría, al amparo del centro. Sánchez se apuntará entonces al carro de Gabilondo: Iglesias, no.