No teman. No voy a reproducir la frase mas citada de Don Estanislao Figueras, presidente de la primera república española, con la que manifestó la irritación y el cansancio que le provocaron sus coetáneos políticos. Pocos días después de ello tomó un tren y partió raudo hacia Francia. Cuentan los historiadores que, fatigado y harto del entorno político en el que le tocó lidiar, ni tan siquiera llegó a presentar formalmente su dimisión. Pocos meses antes, en febrero de 1873, un Amadeo de Saboya sin suficientes padrinos, de uniforme y sable, había abdicado. El monarca lo hizo tras remitir una misiva a las cortes en la que se declaraba incapaz de reinar entre y con hispanos. Sí amigos, han sido muchas las personalidades que, a lo largo de la historia de este país, han manifestado su angustia, contrariedad o enojo por la forma en que abordamos la convivencia ciudadana y el juego político.
Una carta de Miguel de Unamuno, fechada en 1923, dirigida a un profesor residente en Argentina decía: “Me ahogo, me ahogo, me ahogo en este albañal y me duele España en el cogollo del corazón”. Frase que fue repetida hasta la saciedad por los hombres y mujeres de la Generación del 98 y que recientemente, un dirigente de partido jubilado anticipadamente, reutilizó tras la DUI catalana de 2017. Pero fuera del ámbito estrictamente académico o institucional también hay personalidades, con notable talento y proyección pública, que a su manera han verbalizado su hartazgo ante las practicas político-parlamentarias embrutecedoras y frustrantes. En este sentido confieso que me impactó oír las palabras de Iñaki Gabilondo, en el programa de la SER que conduce Àngels Barceló, afirmando tajante: “No quiero hacer comentarios políticos, no me siento capaz de continuar, estoy empachado”. Explicación elegante, de factoría Gabilondo, que contiene la misma pulsión interna que debieron experimentar Figueras, Amadeo de Saboya o Unamuno. Intuyo que Gabilondo no abandona su editorial diario por falta de audiencia, edad o cansancio sino porque, como él ha dicho, se niega a ser un ‘altavoz de la irrelevancia’, la crispación y el ridículo político.
Digámoslo claro: la desafección, el desencanto y el cabreo del ciudadano es fruto de esa política mezquina cuyo único objetivo es dinamitar al adversario y achacarle todas las culpas. Así, por ejemplo y sin ir más lejos, deviene escandaloso el espectacular mangoneo al que hemos asistido alrededor de las elecciones catalanas y su calendario. Con un Parlamento disuelto y cerrado a cal y canto, con un presidente en funciones de pocas luces, y con los socios de un Govern peleando entre sí por un puñado de votos, intentar camuflar el cambio de escenario electoral con un ‘buenismo’ barato anti virus, no es de recibo. Como tampoco lo es que, para Ciudadanos y el Partido Popular, sea más importante su necesidad de tiempo añadido que la arbitrariedad de trasladar los comicios a una fecha lejana.
España es la patria de los perros del hortelano. Incluso la pluriempleada de TV3 y hagiógrafa de presidentes caídos, Pilar Rahola, ha escrito que Cataluña “tiene un Govern timorato que se esconde en los técnicos para justificar su ineptitud”. Para vencer la pandemia e iniciar la recuperación económica, España necesita sosiego y pacto, cierto; pero en el ámbito catalán se impone la necesidad de vertebrar una reacción democrática colectiva que soslaye el caudillismo, las quimeras imposibles y apueste por la gobernabilidad eficiente de lo cotidiano. Cataluña no puede seguir un montón de meses más gestionada por un ejecutivo pusilánime que no sabe a donde va. El abuso de poder perpetrado por los epígonos del peor presidente de la Generalitat, con la excusa de la pandemia, es deleznable. Un despropósito más de un Govern que convierte el empacho mental, del que habla Iñaki Gabilondo, en náusea.