Ahora que los tres partidos de la derecha reman por separado en Cataluña, “se presenta el momento de implicar al soberanismo en las instituciones de la sociedad civil”. Así Piensa Joan Canadell, presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona, que ha cosechado esta semana un rotundo fracaso en el momento de aunar esfuerzos, en los círculos empresariales, a la sombra de los dos grandes partidos políticos, Esquerra y los socialistas.

ERC, la formación de pronóstico ganador en las autonómicas del 14 de febrero, y el PSC, baza de constitucionalismo, le han ninguneado; le han hecho el vacío al no comparecer en una cita cameral de Canadell destinada a castigar a los partidos políticos con su pedestre argumentario. Y este último, el buitre carroñero, alimentado en los despojos de la organización de derecho público, ya ve muy cercano su fin.

Pronto podremos decir que el coup de foudre cameral orquestado en la ANC ha muerto casi antes de ponerse las botas. Canadell y los suyos provocan vergüenza ajena en el Palau de Mar; ellos nunca serán los descendientes de la Junta de Comercio, que impulsó la Revolución del Vapor y que, en pleno siglo XXI, colocó la primera piedra de lo que hoy es la Politécnica; a lo sumo les daremos el papel de rapsodas de café en la oda de exaltación patriotera y pesebrera de Bonaventura Aribau. Sabemos quién declama y quien toca el piano, en los festejos de los impostores, pero desconocemos quien baila la polca de la ciudad amada en el Salón de Cónsules, bajo la atenta mirada de Canadell. Aquel es hoy un entorno mellado hoy por gentes de intestino delgado como Mónica Roca, animadora de Eines de País el mostrenco aparador de la ANC o de Pau Bestit, administrador de Print Fashion Place; y por otros, como Pere Barrios Sturlese, Roser Xalabardés (NUBUR XXI), Elisabet Camprubí Homs o Xavier Sunyer Deu (accionista de la altisonante Gestó y Promoció Aeroportuaria); y  así, hasta un total de 12 miembros del Comité Ejecutivo cameral, gentes que jamás han conocido una fábrica y que apenas tienen relación con microempresas censadas con sus iniciales.

La Cámara de Canadell es un desierto. Nunca la economía real había estado tan lejos de la corporación y jamás la institución fue arrasada por las falanges soberanistas, ni en los tiempos de los juicios sumarísimos contra el emprendedor, el cura y su monaguillo, exterminados por los colectivizadores en el Campo de Marte. Cuando alguien con mínimo sentido de la realidad vuelva para ocupar la Cámara, no quedarán ni la cubertería de las grandes ocasiones ni los alegres manteles de otro tiempo, señoreados por Antoni Negre Villavechia o por Josep Maria Figueras, con las mayúsculas de sus apellidos selladas en los servilleteros.

Algún día, Canadell tendrá que enfrentarse a la impugnación de un resultado electoral que le encumbró en la Cámara de Comercio, a fuerza de camelo y bajo amenaza. Desde que en 2010 se anuló la obligatoriedad de las empresas de contribuir al sostenimiento de las cámaras, estas entidades viven de las aportaciones voluntarias, de los ingresos por cobro de servicios, de las ayudas financiadas por la Administración española y de los fondos europeos.

El pastel que tiene a su disposición Canadell es, en parte, de origen público. ¿Y qué hace él? Se olvida del soporte a la exportación y de la ayuda a los autónomos para complotar en favor de la  independencia con sus camaradas de la ANC, etruscos de poca monta, envueltos en el celofán de la propiedad privada, un principio que ellos no respetan. Canadell y los suyos prevarican y malversan, a la espera de un tiempo nuevo; dedican sus horas al paseo melancólico de los héroes, espera eterna de una noche de plenilunio.

Ante la cercanía de los comicios de febrero, los partidos separatistas que le dieron bola a Canadell, aparcan la cuestión territorial, olvidan la vía independentismo incruento, para resituarse a nivel estatal en una nueva etapa marcada por los pactos entre ERC y el Gobierno socialista, que recién comienza con la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado (PGE). Por arte de birlibirloque el enemigo ha desaparecido; el procés es el residuo de una historia que ha sepultado la perentoriedad insana del golpe a la Constitución, perpetrado en la DIU de 2017. La triple derecha se las verá frente a la coalición vasco-catalana (PNV- ERC-Bildu) y es muy probable que uno de sus baldones, Ciudadanos, se descuelgue de la Foto de Colón para alimentar una nueva ola de centrismo moderado en el Congreso, de la mano del PSOE. Arrimadas tiene ahora tres años por delante para revivir el Estado federal y encontrar su acomodo en aquel Club de las Españas con el que soñaron los liberales de la Pepa, en Cádiz.  

De eso va la nueva correlación de fuerzas: pero Canadell y su tropa de la Cámara de Comercio no se habían enterado. Trataron de llamar, una vez más, a la convergencia soberanista y radical alimentada con rencor por su germen, la ANC. Pero la economía ha hecho oídos sordos. El mundo empresarial de marcado acento catalanista no perdona el tiempo perdido ni la caída en picado del prestigio internacional de nuestros ensambles en las cuencas metalúrgicas, los clusters de sectores punteros, la implicación empresarial en las universidades o la escuela de la belleza que concentra el humanismo de nuestras aulas, en la Pompeu Fabra; y tantas otras oportunidades que se malograrán para siempre si vosaltres ho torneu a fer.

En la Cámara de Comercio de Barcelona, la economía corporativa se juega el futuro. Los foros de opinión, como el Círculo de Economía, o la misma patronal, Fomento del Trabajo, tienen en su haber una lanzadera de mensajes para el inminente comienzo de la recuperación. Pero para ello, Canadell, infausta memoria, debe abandonar su nido de Ali Babá en lo altos del Palau de Mar. No es posible celebrar seminarios internacionales con este hombre caído del guindo,  sentado en la presidencia.