ERC, Bildu y la histórica solución final
"Hoy no acaba nada; empieza todo. Este bloque histórico debe dar paso a políticas históricas para soluciones históricas". Con esta inquietante afirmación Mertxe Aizpuru justificó el apoyo de Bildu a los presupuestos presentados por el Gobierno de Sánchez-Iglesias junto a sus “hermanos” de ERC. En una única frase la diputada repitió tres veces el adjetivo histórico como un envoltorio trascendente de tres sustantivos diferentes y sucesivos: bloque, política y solución. Sabemos quienes forman el bloque, la política de concesiones a ERC y Bildu empiezan a ser conocidas. ¿Y cuál es la solución? ¿por qué ha de ser histórica?
La intervención de Aizpuru parecía un alegato sobre cómo el poder puede y debe intervenir en la narrativa histórica. Como periodista veterana, curtida en las redacciones proetarras de Egin y Gara, la diputada supo medir muy bien sus palabras para que no que generasen estridencia alguna. Pero, tanta insistencia en lo histórico puede interpretarse como la necesidad de que el bloque maneje el relato histórico que se ha de fijar y explicar como canónico al conjunto de la ciudadanía. Con ese control del discurso, la política de dicha alianza ha de saber condicionar el presente y también el futuro de todo el país, en tanto que conforman --o dicen conformar-- una mayoría absoluta “progresista” de representantes.
Desde la tribuna del Congreso, Aizpuru se dirigió a sus señorías, pero sobre todo sus palabras iban destinadas a los ideólogos de Moncloa-Ferraz. Sin necesidad de ser explícita, la portavoz ha manifestado una y otra vez que Bildu comparte las líneas principales de la propaganda de PSOE y UP respecto a la Memoria Histórica. Las constantes alusiones a la herencia y a la represión franquista son comunes y reiterativas entre los aliados del cuatripartito, pero para Bildu y sus “hermanos” de ERC esa coincidencia no es suficiente. Estos movimientos nacionalistas necesitan administrar los silencios en el pasado, mediante el conocido recurso de realzar lo negativo sólo de una parte de la reciente Historia. Consideran que ha de quedar excluido de esa selección aquello que afecta a su imagen de luchadores por la libertad de sus patrias, ocultando el reguero de víctimas mortales que han dejado o la infinita nómina de afectados por sus políticas de señalamiento y exclusión identitaria.
En Silenciando el pasado (Comares, 2017), Michel-Rolph Trouillote ya recordó que el sesgo ideológico no es suficiente en la construcción del relato histórico, es imprescindible el sesgo político. Para este historiador no sólo hay que diferenciar entre “lo que sucedió y lo que se dice que sucedió”, sino también entre lo que se cuenta y lo que se silencia. Y es siguiendo esa secuencia de selección y silencio como se pretende llegar a la solución histórica.
Se supone que la solución es el reconocimiento del derecho de autodeterminación o, lo que es lo mismo, que Cataluña y País Vasco han sido y siguen siendo colonias; de ahí se deduce la imperiosa pero “democrática” convocatoria de un referéndum constitucional o consultivo. El resultado de dicha consulta ya lo conocemos, sólo será válido si ganan los partidarios de la secesión o descolonización, y si eso no sucede se ha volver a la casilla anterior, pero nunca a la primera. La solución ha de ser histórica porque es un punto de no retorno y porque es una solución final, es decir, supone culminar la progresiva eliminación de cualquier presencia de lo español en los territorios vascos y catalanes.
Por más que intenten disimularlo, el lenguaje de los nacionalistas es muy claro y coincidente. Entre los nazis --máxima expresión del nacionalismo en Europa-- también se utilizaron conceptos como normalización o solución final para dotar de argumentos históricos a convicciones ideológicas y mutarlas en prácticas políticas. Los eufemismos, sin calificativos trascendentales, no son suficientes para ocultar la ansiedad nacionalista por completar lo antes posible la segregación o la expulsión de disidentes. El exilio de varios miles de vascos y catalanes por no comulgar con el credo nacionalista ha demostrado la eficacia de esas políticas encaminadas a la solución histórica final.
No es necesario recurrir a la sacrosanta unidad de los nacionalistas españoles hiperventilados para encontrar argumentos políticos o culturales con los que denunciar esta alarmante y desacomplejada apuesta totalitaria de los socios nacionalistas del gobierno. Pero, resulta extraño que los socialistas eviten, en estos momentos, ser críticos con esas interpretaciones, olvidando ---como recuerda Trouillote-- que cada narrativa histórica es una afirmación de verdad, aunque no sea cierta. Ser pasivos ante esos relatos es ser cómplices y, por tanto, responsables de sus objetivos finalistas y de sus consecuencias.