Andaba pensando yo en escribir algo acerca del vodevil de los presupuestos, que tan necesarios son en estos momentos de zozobra y «zozofalta», pues de ellos depende, en buena medida, el asegurarse una muerte más o menos digna en algún hospital comarcal, y entrar, ¡qué menos que eso!, en las estadísticas de Salvador Illa y Fernando Simón. Pero sobre todo, esos presupuestos son vitales a fin de asegurar que las luminarias totalitarias que nos (des)gobiernan puedan seguir disfrutando de condumio, despachito y coche oficial, dinero a mansalva, y, sobre todo, poder omnímodo para perpetrar el taimado estrapalucio que persiguen sin vergüenza alguna --ese sin vergüenza, separado, que lo que ellos son ya lo sabemos todos, y se escribe «arrejuntado» y en «coaflicción»-- a fin de reducir lo (poco) que queda de este país a la miseria que tan a pulso nos hemos ganado, por incultos, adocenados y pasotas.
En ese soliloquio estaba. Pero lo he descartado, porque de esos PGE ya están escribiendo, ahora mismo, todos mis colegas de profesión como si no hubiera un mañana. Así que he decidido hablarles sobre la carrera de ratas que presenciaremos en Cataluña de aquí al 14 de febrero, día en que con traje de buzo y papeleta en mano acudiremos a las urnas, más separados que nunca, a elegir a un nuevo Pichidén, que sea, a ser posible, más desastroso que los tres anteriores, ya que en política hay que ser siempre ambicioso y apuntar alto para que el tiro salga rasante. Opto por este tema, discúlpenme, porque necesito reír... El «confitamiento» me está sentando fatal.
Como los constitucionalistas andamos siempre faltos de buenas noticias, empezaré por la mejor de todas: el independentismo, ahora mismo, está hecho unos zorros, deprimido, dividido y a matar. Si en las elecciones de diciembre de 2017 eran tres los partidos en liza, ahora, tras el pifostio montado por el orate de Waterloo en el seno de su propia formación, heredera de Convergencia, son cinco los que se disputan el voto del catalán sediciosillo. A ver, veamos... Junts per Catalunya (JxCat), que aboga por la vía expeditiva, o táctica del «elefante en cacharrería»; el PDECat, que apuesta por la secesión sin cárcel y sin riesgo patrimonial; el Partit Nacionalista de Catalunya (PNC) de la anodina Marta Pascal, partidario de fer camí agafant floretes; los de ERC, o secta mística levitativa tibetana de los junqueristas de luz y amor, y finalmente los xiquets de la CUP, que exigen el Nou Estat para anteayer pero quemando primero, obviamente, todos los bancos, entidades financieras y multinacionales del país.
La principal novedad es que Carles Puigdemont no será el candidato oficial de JxCat a la presidencia de la republiqueta. Anda el pobre «cabizbundo y meditabajo», con cara de berza cocida, pensando en las mil maneras de seguir expoliando a sus parroquianos, porque la vida en Waterloo se ha puesto por las nubes. Hace unos días declaró: “La represión española no me deja ser el presidente de la Generalitat, pero no renuncio a liderar el proyecto. Estaré en la candidatura”. Y es que tener que prometer, por enésima vez, que volverá en loor de multitudes, de ser elegido, se le hace muy cuesta arriba al hombre. A fin de cuentas entre estar en el despacho de la Plaza de Sant Jaume, con corbata, o en el de Waterloo, en calzoncillos, no hay diferencia. La capacidad de mangoneo es la misma. Y la pasta, si fa o no fa, también. Además, últimamente, en la Generalitat te juegas el tipo, porque te expones a que te entre por la ventana, a cien por hora, un globo con sangre de cerdo y te deje el careto como el de Carrie.
A finales de noviembre sabremos si la candidatura de los puigdemontianos es liderada por Laura Borràs o por el conseller de Territorio, Damià Calvet. Pero apuesten a que la elegida será doña Laurita, que es más paquidérmica --ojo, lo digo por la táctica del «elefante en cacharrería»--, pisa con seguridad y ha declarado sin ambages que «El proyecto, para mí, es culminar el mandato del 1 de octubre, que no es final sino principio de todo», amén de estar bregada en batirse el cobre en el Congreso cuando la dejan vociferar un ratito. Además, casi podría pasar por madrileña porque es pija pijísima, aunque muy provinciana, por su notorio mal gusto al combinar un abrigo de ganchillo, con bombachos, babuchas y bolso tope fashion tipo capazo del Lidl.
Ya saben que los de JxCat y ERC se odian. Nada nuevo. Es una inquina profunda, visceral, que irá a mucho más en breve. En las redes, menos escupirse con efluvios de Covid19, porque no pueden, se dicen de todo. A los de ERC les crucifican, entre mil cosas más, por esa política de “pájaro en mano” de la que tanto se enorgullecen los acólitos de Fray Junqueras; ya saben: “ahora pillamos un poco más de pasta; ahora eliminamos lo del español vehicular y cooficial en Cataluña”, etcétera. Y Gabriel Rufián, como buen rejoneador de polígono español, ha cargado, cuidándose de no mentar a Laurita, pica en ristre, contra el proboscidio --insisto: lo digo una vez más por la táctica de reducir la cristalería a añicos-- con toda una batería de alegaciones: «ERC ha conseguido blindar la inmersión lingüística (la ya llamada “Ley Celaá-Rufián”) y negociar mejoras para la gente», «quien nos acusa de esa táctica (pujolista) lleva mucho tiempo luciendo chaquetas de mil euros, se pasea con bolsos de Michael Kors y cobra muy buenos sueldos públicos». Y esto es solo un botón de muestra. Cada día cruzan cientos de dagas y dardos venenosos en las redes. Van a degüello. El poder autonómico y el control de la millonada que les caerá en las manos, que venden a sus votantes como un horizonte de grandeza futura, lo es todo. No hay nada más. Hasta Pilar Rahola lo dice claramente: p-a-s-t-a.
Bueno, sí, hay algo más. La promesa, que nadie olvide eso, de que “volverán a hacerlo”. Porque todos ellos son una manada de paquidermos enajenados, gracias a que Pedro Sánchez y el PSOE, pudiendo abrazarse, en plena borrachera de poder, a una farola, optan por abrazarse a lo mejorcito de cada casa.
Por tanto, debido a ese odio endémico y tremenda atomización del nacionalismo icterícico --¡Ya solo faltaría que Demòcrates de Catalunya, el partido liderado por Antoni Castellà y la top model Núria de Gispert, decidieran presentarse en solitario, fuera del “paraguas electoral” de ERC-- podemos congratularnos, porque el bloque independentista perderá gracias al rifirrafe entre puigdemontistas y pedecatos, la irrupción del PNC, el desencanto acumulado en el laziplanismo, y los efectos de la pandemia, decenas de miles de votos, tal vez 150.000 o más. Votos lanzados directamente a la papelera.
Pero ninguna campana lanzada al vuelo, porque en el centro del espectro político catalán están los soberanistas del “derecho a decidir” y otros eufemismos de quincallero. Por un lado el PSC del derviche giróvago Miquel Iceta, que jamás ha apostado por ser parte de la solución y sí parte del problema. Iceta calla. Iceta se relame. Iceta espera: primero aprobar los presupuestos y asegurarle el trono a Pedrito; después, las concesiones, sean las que sean, que aquí somos tope fenicios y está todo a precio de saldo, porque la Generalitat bien vale una misa, o el reconocimiento de la idiosincrasia milenaria, o unos indultos, o borrar la lengua común de un plumazo y sin remordimiento. Y en similar tesitura están los Comunes de Ada Colau, otra diletante «ele-fantástica» que causa destrozo sin sentir, y que con tal de no perder comba en el reparto le pasa la trompa por la chepa a quien sea. El PSC ganará escaños en el Parlament, aunque es imposible predecir en qué medida, menoscabando el poder que le resta a los Comunes; captando votos de Ciudadanos inclinados a la izquierda; y no tantos, pero alguno caerá seguro, de nacionalistas hartos, que haberlos, haylos.
Tenemos finalmente, ¡ay!, el desastroso centro derecha catalán, a imagen y semejanza del nacional: los Ciudadanos de Inés Arrimadas y Carlos Carrizosa, con un ojo en Madrid y el otro bizqueando en Cataluña, juegan a dar una de cal y otra de arena, poniendo un pie en Pinto y otro en Valdemoro. Lo que sea antes de caer en la total irrelevancia. En febrero perderán sufragios a mansalva, no menos de la mitad, tal vez incluso 3/5 partes, del tremendo capital acumulado en 2017. Muchos de ellos, los más radicales, irán a parar a manos de Vox, que entrará en el Parlament fácilmente con cuatro escaños, y aún muchos más buscarán refugio en el innegable buen hacer parlamentario de Alejandro Fernández del PP, que será el partido antinacionalista más votado… Pero tot plegat, como decimos en Cataluña, un desastre, amigos.
Todo apunta --mientras no demostremos con el voto masivo lo contrario-- a que ERC será el partido ganador de las elecciones de febrero, y el encargado de intentar formar gobierno. Y pese a las meteduras de pata de Pere Aragonès, que hace escasos días denostó al PSC y a En Comú Podem, calificándolos de «partidos de gobierno del Estado español con delegación en Cataluña», no cabe duda de que las tres formaciones, si la sumas suman lo que deben sumar, intentarán hacer cama redonda sin el más mínimo rubor. El anunciado tripartito revisited, que nos helará la sangre.
Y si no suman, cap problema, porque entonces los cinco partidos nacionalistas aparcarán sus odios y desavenencias y pelillos a la mar. Y nuevamente enseñorearán el corral autonómico, pero con más dinero y munición que en ocasiones anteriores. La ANC ya anunciado que les fiscalizará a todos, a ver si «consuman» la coyunda del 1 de octubre, si hacen «marcha atrás» o si el «gatillazo» se repite.
Lejos de disiparse la turbulencia ambiental que preside nuestros días, estando en la tremenda situación en que nos encontramos, en Cataluña tenemos problemas asegurados para mucho tiempo, más allá de lo humanamente soportable. Y para ese tipo de pandemias, olvídense, no hay remedio ni vacuna en camino.