Cuando pensamos que tocamos fondo siempre tenemos la extraña capacidad de hacerlo un poco peor. Es increíble cómo nos estamos liando con la gestión de la pandemia, logrando la difícil plusmarca de ser de los peores tanto en el número de contagios como en el impacto en nuestra economía. Parafraseando a los políticos populistas, ni salud ni economía.
Hemos malgastado uno de los confinamientos más estrictos del mundo por no seguir los nuevos casos ni asumir las dificultades de muchos de los contagiados para mantener la preceptiva cuarentena. Somos incapaces de acotar el problema a una unidad familiar, edificio o barrio y solo sabemos matar moscas a cañonazos, cerrando las ciudades y limitando la actividad económica y la movilidad.
Más allá de posibles causas genéticas, de nuestro carnet de vacunación, de la alimentación o de nuestro comportamiento social o lo que sea que haga que nuestro país sea más vulnerable que otros, lo que hacemos fatal es cortar la cadena de contagios. Hacemos más PCR que nadie, fustigándonos con unas estadísticas horribles que hacen que todo el mundo nos cierre sus puertas, algo letal para una economía que se apoya tanto en el turismo, pero no sabemos qué hacer con los positivos ya que ni se llama a los contactos ni siquiera se activan las aplicaciones de rastreo disponibles hace semanas.
Pero es que además de no seguir las cadenas de contagio para cortarlas es que tampoco se hace nada para garantizar que los positivos y su círculo cercano realicen la preceptiva cuarentena. Hay que ser consciente que muchos ciudadanos viven como viven porque tienen empleos precarios cuando no son parte de la economía irregular. Hay que ser muy ingenuo, o despreocupado, para pensar que alguien asintomático o con síntomas débiles que subsiste como puede, se va a quedar en su casa dos semanas haciendo pasteles y viendo Netflix. En lugar de hacerse fotos anunciando el IMV que nunca llega lo que habría que hacer era ofrecer acomodo y manutención a quien no pudiera confinarse por causas económicas. O al menos entregar una cantidad mínima para poder mantenerse durante un mes. La covid no distingue entre ricos y pobres, es cierto, pero no es lo mismo estar catorce días en una casa con wifi y jardín teletrabajando que hacinado en un piso con diez personas más sin cobrar ni un euro por dejar de trabajar y con riesgo de perder el puesto de trabajo. Mientras no se apliquen medidas sociales a quien las necesita las cuarentenas no se cumplirán por buena parte de la población, no por incivismo sino por mera necesidad de supervivencia.
Si en primavera solo se detectaba el 10% de los casos, como revelan tanto la elevada letalidad como el posterior estudio de seroprevalencia, ahora probablemente se detecte el 90%, lo que sería una excelente noticia si hiciésemos algo con esos positivos y lo explicásemos bien. 10.000 contagios identificados en abril probablemente eran 100.000 en la realidad, mientras que hoy son esos 10.000 positivos identificados supondrán menos de 12.000. En Holanda, por ejemplo, solo se hacen pruebas a quienes presentan síntomas. En esa estadística, la de sintomáticos, no estamos tan mal, ni mucho menos, al menos no peor que Holanda, Reino Unido o Bélgica. Pero como vamos con el lirio en la mano nos cierran las fronteras y somos los apestados de Europa, todo sin que usemos suficientemente bien la ventaja de identificar tantos asintomáticos. Ahora que acelera la pandemia en el resto de Europa podremos ver si sacrificar la temporada turística ha servido de algo.
Tenemos una terrible falta de liderazgo que se combina letalmente con una estructura de estado incompleta y acomplejada. El sainete de la comunidad de Madrid versus el Gobierno de la nación es solo la punta del iceberg de lo ineficiente que es un estado de las autonomías que es imprescindible revisar en un sentido u otro ya que demuestra ser caro, ineficiente e ineficaz. Sin duda las autoridades sanitarias catalanas, asturianas o valencianas, lo están haciendo infinitamente mejor que las madrileñas o navarras, todo ello con la pasividad en uno y otro caso de un Ministerio vacío de contenido incapaz de encontrar su lugar pues pasa de ser un mero observador a querer invadir competencias. Y quien dice Sanidad, ahora en el centro del huracán, puede decir Educación, Medioambiente, Cultura…
Se supone que todas las crisis sirven para algo. Esta, de momento, solo para mostrar nuestras vergüenzas porque llevamos más de seis meses y no hemos sido capaces de mejorar en pedagogía, en comunicación segmentada por edad, usando, por ejemplo, las redes sociales y los influencers para comunicar con la juventud, en recursos médicos, especialmente humanos ni para establecer cauces estructurales de coordinación en un estado pseudofederal y tremendamente politizado. Bajarse el sueldo puede ser un símbolo, en el caso de los políticos comienza a ser una obligación porque muy pocos se lo merecen.