Los resultados de los comicios autonómicos celebrados hace unas semanas días en Galicia y en el País Vasco arrojan datos e información susceptible de hacer las delicias de cualquier analista con vocación de augur, aunque no es necesario tener bola de cristal ni ser muy listo para intuir de qué modo ese mermado voto pandémico --apenas un 52,87% de participación en el País Vasco y un 58,84% en Galicia-- condicionará muchos de los hipotéticos escenarios con los que a medio o a largo plazo podremos encontrarnos.
Permítanme diseccionar el asunto. Pasemos como una exhalación por lo obvio y ya sabido para no aburrir, repasándolo como si de un telegrama se tratara: Iñigo Urkullu y el PNV se alzan con la victoria en Euskadi --31 escaños (+3)--, seguidos por sus hijos espurios, los «matasietes» de Bildu --22 escaños (+4)--, un PSE en tercera posición, aguantando el tirón, y dos formaciones en caída libre: el PP, coaligado con Ciudadanos, y encabezado por un anodino Carlos Iturgaiz, y Podemos, perdiendo casi la mitad de su electorado... ¡Y, sí, la anécdota que supone la entrada de Vox en liza con un escaño, obtenido, según Arnaldo Otegui, gracias a los votos de la Guardia Civil, a la que hay que defenestrar de una vez por todas.
En Galicia victoria absoluta de Alberto Núñez Feijóo, que revalida un cuarto mandato --con los mismos 41 escaños--, seguido por los soberanistas de un BNG que, ¡oh, surprise!, se come con cachelos, pasando del pulpo y del pimentón, a Podemos, al crecer de los 6 a los 19 escaños, lo que deja a la «confluencia de mareas feministas transgénicas unidas en común por el puñito alzado» reducidas a la más absoluta de las miserias --el batacazo de Podemos es épico: desaparece por completo en Galicia, pasando de 275.000 votos a menos de 3.000--. El tercero en liza, en la tierra del percebe, es, para variar, el PSOE.
Una vez repasado eso, los comentarios. Feijóo se consolida como el valor más sólido de la vieja guardia del PP, no solo por el granero de votos fieles que cosecha invariablemente en su autonomía sino por ser, de cara al futuro, el recambio perfecto de un Pablo Casado al que muchos reprochan su poco carisma y tirón. Puedo equivocarme, por descontado, pero no me extrañaría ver a Alberto Núñez en unos años postulándose como presidente del Gobierno de España, con Cayetana Álvarez de Toledo --política realmente brillante con la que Nuñez mantiene excelente relación--, como vicepresidenta. El “viaje al centro” emprendido está muy bien a la hora de merendarse más y más votos de Ciudadanos desconcertados, pero tiene límite estando Vox donde está.
Poco afortunada, y no por ser mal político, me pareció la elección de Iturgaiz como cabeza de lista en Euskadi, pues es rostro de tiempos pretéritos y elección más socorrida que meditada. Y aún más lamento comprobar que la coalición con Ciudadanos no haya funcionado, porque eso implica que de cara a las inevitables elecciones catalanas esa candidatura conjunta, por la que Inés Arrimadas apostaría sin dudar, ni será considerada. Una verdadera pena, porque el mal cálculo de Albert Rivera está convirtiendo a Ciudadanos en un partido menguante sin merecerlo en absoluto, y dejando a cientos de miles de votantes catalanes en estado de orfandad. Una entente cordial, que de materializarse debería a mi juicio ser liderada por el brillante Alejandro Fernández podría superar el hito alcanzado en diciembre de 2017.
La victoria de Iñigo Urkullu representa el éxito de un hombre tan sagaz como taimado al frente de un partido pérfido en términos de lealtad si en el interés de España nos enfocamos. El PNV siempre estará ahí, con la caña tirada, atento a la tensión del sedal, baje el río tranquilo o revuelto; han aprendido unas cuantas lecciones de su doloroso e infame pasado, y otras tantas, muy didácticas, a la hora de saber arrimar siempre el ascua a sus sardinitas --¡qué ricas son, son de Santurce, las traigo yo!-- al estilo de Jordi Pujol y su “peix al cove” o al clásico “más vale pájaro en mano que ciento volando” de nuestro refranero. Mientras haya dinero, prebendas, cargos y poder, todo irá bien.
Su apoyo fenicio en la gobernabilidad del país es un error en el que ha caído de cuatro patas tradicionalmente tanto la derecha como la izquierda española. Piénsenlo. El PNV reeditará su pacto con el PSE, eso está claro, pero… ¿Qué ocurriría si los negros nubarrones económicos se convierten en noche lóbrega y maldición bíblica, con un país en quiebra, hundido, intervenido, descontento social, paro inasumible y algaradas en las calles, y con un virus encantado de lo bien que se vive en España? No lo olviden, porque a las malas, o a las aún peores, el PNV y Bildu, unidos por su anhelo de soberanía --más lenta o en moviola acelerada de ser menester-- detentan como mínimo el 67% del voto vasco. Y siempre se sumaría algún podemita plurinacional encantado de conocerse. Urkullu se ha apartado tácticamente de los postulados maximalistas del nacionalismo catalán, pero volver a ellos, cuando todo se derrumba, es cuestión de un par de avemarías.
Y es que entretenidos en la idea de que dos partidos de derecha clásica han ganado las elecciones en Galicia y en el País Vasco, pasamos de puntillas por el hecho fehaciente de que, más allá de la desfasada dicotomía entre izquierda y derecha, lo que puede desequilibrar dramáticamente el fiel de la balanza futura es el antagonismo entre nacionalismo y constitucionalismo.
Los grandes responsables de ese estado de cosas son la codicia y las políticas cortoplacistas del PSOE de Pedro Sánchez --insisto: tampoco el PP tiene redención posible en este asunto-- y la estupidez, indigencia intelectual y negligencia ética de un partido de extrema izquierda radical como Podemos, gobernado con puño de hierro marxista por un autócrata sin escrúpulos, un embaucador profesional, un encantador de serpientes.
¿Cómo es posible que los cientos y cientos de miles de votos que pierde Podemos vayan a parar a manos nacionalistas y en absoluto al redil del PSOE? Ahí está la clave.
El fenómeno se explica si pensamos de qué manera y con cuánta intensidad Pablo Iglesias, y su variopinta horda de amebas de lodazal, ha blanqueado el nacionalismo más rancio, etnicista, filofascista y antidemocrático a base de empatía, declaraciones, actos políticos, selfies, abrazos y coleguismo herrikotabernario --ya sea con sediciosos de barretina calada o con infames simpatizantes del terrorismo--, propugnando siempre la plurinacionalidad, el derecho a decidir y la “Unión de Repúblicas Marxistas Ibéricas”. A todo eso sumen la inmensa labor de zapa llevada a cabo por Podemos, socavando todos los símbolos nacionales, las instituciones, la monarquía, la cultura, la huella dejada por España en la Historia del mundo, el Poder Judicial, los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y un interminable etcétera. No olviden este dato: ningún joven de menos de 23 años sabe quién fue Miguel Ángel Blanco.
Cuando a un electorado dogmatizado, que se jacta de antifascista, profundamente inculto, le vendes día sí y día también que todo lo bueno que hemos hecho juntos los españoles, yendo de la mano, superando desavenencias y viejas rencillas, encarando el futuro de forma colectiva, no es sino fascismo descafeinado, una paupérrima pseudodemocracia a la turca, un vestigio indeseable del pasado franquista que aún nos habita y posee, lo lógico, lo normal, es que esa grey de cabras con badajo se lo trague a pies juntillas. Y que puestos a elegir, tras tanto panegírico, se vayan triscando monte arriba tras el original desechando la copia o el sucedáneo.
Gracias al PSOE, pero sobre todo a Podemos, crece en votos el nacionalismo. Ocurre también que a Iglesias y compañía se les ve el plumero y les luce el descrédito, el embuste, el egotismo desmesurado, las incongruencias, las purgas internas, los mandatos sin límite, los sueldos escandalosos, la trashumancia desde la cabaña al palacio, las promesas de ética y dimisión indefectible que jamás cumplirán, y un interminable e infame etcétera de mala praxis y aviesa intención. Por eso Podemos pierde votos; de hecho es un partido condenado a desaparecer, por mucho que el CIS les augure excelentes resultados de volver a celebrarse elecciones a nivel nacional. “Podemos ya no existe”, ha sentenciado Iñigo Errejón a la vista de los resultados autonómicos. Hasta Ada Colau se alejará conceptualmente de ellos en Cataluña. Y ese declive Pablito y sus Menestras y Menestros lo veían venir. De ahí que les fuera la vida en el empeño por formar parte del Gobierno de esa España que tanto desprecian y que con tanto deleite y fruición parasitan.