Un vistazo a las elecciones vascas puede inducir al pesimismo máximo si el ojo se detiene solo en un dato: los 248.688 votos (27,84%) que ha obtenido EH Bildu, los herederos de Batasuna. Desde el punto de vista de la gente tranquila, es una cifra que invita a la zozobra, y desde la perspectiva catalana también mueve a la inquietud para quien se acuerde de que ERC, el partido sensato del independentismo, se mira en el espejo de los antiguos batasunos.
Pero quedarse ahí puede inducir a error. En 2012, los proetarras ya consiguieron 277.923 papeletas (25%) y apenas un escaño menos que ahora, 21. O sea, no han crecido, sino al contrario, sobre todo si tenemos en cuenta que el censo vasco ha aumentado ligeramente en estos ocho años.
En medio de esos dos comicios, en 2016, la fiebre podemita trastocó ligeramente el escenario en la izquierda vasca. Los de Bildu lograron 225.172 votos (21,3%) y 18 escaños: su evolución en las tres últimas elecciones demuestra una consolidación en los pueblos pequeños, en el ámbito rural, donde no consiguen desbancar al PNV; y un ligero retroceso en las tres capitales de provincia, donde han perdido 8.000 votos.
En el País Vasco, la efervescencia del fenómeno Podemos de 2016 no ha tenido en realidad consecuencias más allá de su propia base electoral, dado que las demás organizaciones han seguido su propia evolución. La formación de Pablo Iglesias pasó de los 30.000 votos de 2012 a los 157.000 de 2016, para quedarse ahora en casi 72.000. ¿Dónde han ido los otros 40.000?
El PP ha perdido, por su parte, 70.000 votos. En 2012 logró el apoyo de 130.000 electores y de 129.000 cuatro años después; pero ahora solo ha conseguido 60.000. Los 17.500 de Vox son residuales, como los 4.800 que le han costado el escaño de Álava.
Los socialistas se han dejado 80.000 votos entre 2012 y 2020. De 16 diputados han pasado a 10, lo que pese a todo les permitirá mantener la coalición con el PNV: aun y teniendo menos votos que en 2016, han conseguido un escaño más. Cosas de la ley electoral y, sobre todo, de la abstención. El País Vasco ha conseguido algo inimaginable en España: nada menos que el 47% de los electores dieron la espalda a las urnas el domingo pasado. Pero seguramente no todo es atribuible al coronavirus: en 2016, la abstención llegó al 40%; y en 2012, fue del 36%. En Cataluña, por ejemplo, no supero el 21% en 2017 ni el 22% en 2012. Da la impresión de que en el caso vasco es una tendencia.
No es casualidad que las formaciones nacionalistas no se hayan visto casi afectadas por la inhibición política de la mitad de los vascos. Mientras el PNV ha perdido un 9% de su base electoral en estos ocho años, Bildu se ha dejado el 10%. Sin embargo, frente a ellos, el PP ha perdido el 54%; y el PSE se ha dejado nada menos que el 74%. O sea, el miedo al coronavirus ha retraído el voto, sí, pero sobre todo entre los no nacionalistas, y quizá no ha hecho más que consolidar una línea de autoexclusión del mundo unionista: de los 230.000 votos que se han quedado en casa, 190.000 son españoles.
Desde ese punto de vista, la posibilidad de que ERC, y también JxCat, PDECat y el resto de los neoconvergentes, tomen ejemplo de lo que ocurre en el País Vasco parece complicado. Los Torra y Puigdemont ya han visto que el PNV no quiere saber nada de insensateces, pero ERC aún coquetea con la idea de ser el hermano izquierdoso de la derecha nacionalista catalana; a Oriol Junqueras le gusta. En caso de porfiar en el empeño, los republicanos deberían tener en cuenta que el PNV es un señor de orden y de derechas de toda la vida, bastante previsible, mientras que el mundo posconvergente ahora es ácrata y antisistema; pero ayer fue conservador y mañana puede ser cualquier otra cosa. Y la gente de Bildu es rural, radical y un poco pistolera; no hay nada de social en ella. Lo más sensato sería que ERC buscara un perfil propio; y fiable. No parece que en Euskadi tenga buenos referentes.