Hartazgo e impotencia son las dos sensaciones que prevalecen en quienes tratamos de analizar desde una mínima base científica la situación en la que vivimos. Brotes, confinamientos, restricciones… medidas más propias de la Edad Media que de este siglo XXI con poca base científica y ningún método que usan los políticos para manipularnos.
No soy negacionista, el SARS-CoV-2 es un virus del que aún conocemos poco, pero sabemos que es bastante contagioso (más que la gripe pero menos que el sarampión) y con una tasa de mortalidad en torno al 1%, (también más que la gripe pero muchísimo menos que el SARS, el MERS o el ébola) si bien podría ser menor ya que la base de contagios no es del todo conocida. El estudio realizado por el INE en España revela que al menos el 5,2% de la población se ha contagiado, o sea cerca de 2,5 millones de españoles. Dado que los fallecidos rondan los 28.500 la tasa de mortalidad está en el 1,1%, un dato razonablemente creíble si lo comparamos con lo que ocurre en el resto del mundo.
La incidencia de casos graves sube exponencialmente con la edad y salvo contadas excepciones no es una enfermedad grave en la edad de la población activa. Aún no está asentado el tratamiento de la enfermedad, pero ya se sabe que las complicaciones severas derivan de la sobrerreacción del sistema inmunológico que produce inflamación y microderrames que se traducen en trombos. Poco a poco se van encontrando remedios y se espera que la mortalidad baje también en edades avanzadas. Pero hasta que no se encuentre una cura o una vacuna el Covid es un problema de salud pública, importante pero no el único con el que nos toca vivir.
Los datos son asépticos y con ellos cada cual podría tomar sus decisiones, especialmente si fuesen fiables y transparentes. Pero los gobiernos se empeñan en tratarnos como borregos y en lugar de educar se empeñan en prohibir. En el momento en el que nos encontramos lo suyo sería identificar los casos, aislarlos y hacer que la vida siguiese lo más normal posible para el resto de la población, que es la inmensa mayoría, con las consabidas prevenciones de distancia, mascarilla e higiene. Confinamientos masivos son propios de la Edad Media y de quienes no cuentan con herramientas para tomar decisiones. Con los hospitales desbordados en marzo tuvo sentido, pero ahora toca identificar y controlar, estimulando en paralelo la economía.
Parece que los gobernantes prefieren sociedades aborregadas, asustadas y subvencionadas. Es penoso escuchar proclamas de quien pomposamente dice que prefiere evitar muertes antes que cumplir la ley. Es patético contraponer economía a vidas. Simplemente no saben o no quieren saber, porque a la gente asustada o adocenada se le manipula mejor que a la gente libre. Si no somos capaces en pleno siglo XXI de trazar y aislar unos pocos casos, manualmente o con una app, apaga y vámonos.
Tenemos lío ahora con los brotes y parece que el mundo se hunde. Un brote es un contagio que afecta a tres o más personas o a una si está en una residencia de ancianos. Tres contagios, no 300 ni 3.000, tres. Lo que ocurre es que después de pasar por un laberinto de fases que ha hecho que la economía se desperezase tarde y mal no se han implantado mecanismos de seguimiento epidemiológico suficientes. No hay aplicación, no hay suficientes rastreadores y, sobre todo, no hay método ni coordinación, todo se improvisa. Como se improvisan los medios de respuesta. No es tan complicado disponer de centros y medios humanos específicos para esta enfermedad, y no hacerlo volverá a colapsar los hospitales. Los maratones, y esto lo es, no se pueden correr solo con épica voluntarista.
Si los datos nunca han sido de fiar ahora rozamos el cachondeo. Cada comunidad autónoma dice y hace lo que quiere con la información que luego el ministerio consolida, no sabemos muy bien cómo, pero eso sí, el fin de semana se lo toma libre (imagino que no se le ocurrirá cerrar por vacaciones en agosto, aunque no se puede descartar). No sabemos cuántos casos activos hay ni tampoco cuántas personas están en la UCI. Desconocemos si los brotes están controlados o no, y toda la información parece superficial y destinada a la sección más morbosa de los noticiarios y a jalear el populismo de quienes nos malgobiernan cuando no sus enfrentamientos, cainitas en el caso catalán. El resumen es que entre PCRs, seroprevalencia y test rápidos nada cuadra y los investigadores de la Universidad John Hopkins, contables para el mundo de la pandemia, deben tener en su aplicación un algoritmo especial para España porque tampoco coinciden sus números con ninguna fuente oficial nuestra. En cualquier caso, en todos los estudios internacionales España sale como el país que peor ha gestionado la crisis… y eso que quienes los redactan no viven aquí y no sufren el bochorno diario de las declaraciones de nuestros políticos.
No pinta nada bien esta pseudo fase en la que nos encontramos, pues hay demasiado miedo, demasiado alarmismo, demasiado ruido, demasiado poco sentido común y una nula capacidad de gestión. Si no es justo echar la culpa a los políticos de todo lo que pasó en marzo, en este momento sí lo es. No creo en las teorías de la conspiración, pero sí en las conjuras de los necios.