Borja Prado, presidente de Endesa / ENDESA

Borja Prado, presidente de Endesa / ENDESA

Pensamiento

La Endesa catalana (y IV): la nueva oligarquía en la ínsula eléctrica

Tras acoger innumerables batallas, entre las que destacan las opas de Gas Natural y de la alemana E.ON, la multinacional ha terminado en manos de la italiana Enel

18 noviembre, 2018 00:00

Todos los cervantistas están de acuerdo en que la ínsula Barataria de Sancho se encuentra siguiendo el curso del Jalón, junto a Medinaceli, en el Palacio de Villahermosa, la fortaleza que en la ficción los Borja le regalaron al escudero del Quijote. Una joya con la que soñaron Alonso Quijano y su sirviente, como les ocurrió a las élites económicas, en la España real del principio de este siglo, con Endesa, paradigma de la riqueza tácita: el suministro de luz a millones de familias, pulmón de la ínsula energética, el secreto estratégico echado a perder por la rapiña de los instalados. En cuatro décadas de democracia, España ha abandonado el furgón de cola a lomos de una nueva oligarquía nacida al amparo de las privatizaciones. Mientras la clase media ha crecido en su capacidad de compra y ahorro, las élites económicas han pasado a dominar los mercados financieros; ocupan el puente de mando digitalizado de la industria y los servicios, base de la nueva arquitectura social.

Todo empezó mucho antes, concretamente en septiembre de 1963, el día en que el general Franco aceptó la dimisión del almirante Suanzes, como cabeza visible de la autarquía económica. Se inicio entonces la recomposición de una pirámide factual, que tuvo de espejo genuino a la Endesa catalana, embrión del gran conglomerado eléctrico español. Al final de trayecto, en 2009, Endesa se convertía al fin en una empresa italiana. Hasta allí, la habían conducido dos presidentes sucesivos, Rodolfo Martín Villa y Manuel Pizarro, nombrados a propuesta de Aznar. Tras años de batallas accionariales, la eléctrica y primera compañía privada del sector en América Latina, alrededor de su filial chilena Enersis, cambió de traje, en el momento en que la Acciona de los Entrecanales vendió su participación a la italiana Enel. Hasta el momento de la venta, Enel y Acciona habían aprendido a navegar en el mismo rumbo para defender su músculo energético ante la OPA sobre Endesa, anunciada por la alemana E.ON.

Los dos socios levantaron una muralla numantina frente al contrincante alemán, pero después de las trincheras, llegó el pacto. Enel compraba la participación de Acciona y se quedaba sola en Endesa: había pasado a controlar el 92% de la compañía. En los siguientes meses, el entonces presidente de Endesa, José Manuel Entrecanales, dejó el cargo en manos de Borja Prado, hijo del fallecido embajador Prado y Colón de Carvajal, exsocio en los negocios de Javier de la Rosa. El acuerdo de aquella venta se ejecutó en diversas fases, entre las que se incluye el reparto de un dividendo de 5,897 euros por cada acción de Endesa, lo que supuso un total de unos 6.243 millones, el mayor repartido nunca en España hasta aquella fecha. Acciona se llevó a sus arcas un trozo del pastel eléctrico convertido en dinero, lo que le permitió a la licitadora equilibrarse patrimonialmente al sufragar su enorme deuda bancaria de aquellos días. En la foto del final de etapa, aparecían José Manuel Entrecanales y el italiano Fluvio Conti, el nuevo CEO de Endesa.

Pero aquella operación tuvo más visos políticos que económicos. España sacaba de su despensa el valor incalculable de una compañía con las mayores centrales hidráulicas del Pirineo (Fecsa y Enher) y Sierra Nevada (su filial, Sevillana de Electricidad), los activos nucleares con más capacidad del país y centrales de nueva generación a base de ciclos combinados (gas natural y vapor de agua, como energías primarias), todo restado de los activos en carbón, una energía sin futuro pero con presencias en las cuentas de resultados, minoradas con el llamado déficit tarifario (pegado a la tarifa, como bien saben los usuarios). El sector energético español perdía también los contratos internacionales de suministro, amén de un enjambre de filiales y participadas en distribución y prospección en Latinoamérica. Por el acuerdo, Acciona se hizo con 2.104 megavatios de activos de energías renovables, lo que equivalía a 1,37 millones por megavatio. Recibió presas en Aragón, Galicia y Cantabria (682 megavatios); centrales mini hidráulicas (175 megavatios) y lo que era más interesante para la estrategia de Acciona, 1.154 megavatios de activos eólicos en España y 94 megavatios en Portugal. Además, en el mismo acuerdo figuraba que Acciona compraría electricidad a Endesa y Endesa comprará turbinas a la constructora. Un quid pro quo perfecto.

La cúpula de la economía nacional era muy parecida sobre el papel a la de los países del entorno, con las excepciones de Francia e Italia: la primera articula todavía hoy su mercado energético alrededor de EDF, una empresa secularmente pública y única, mientras que el caso de Italia es más doliente si cabe, porque Enel, la compañía que se quedó con Endesa, todavía tiene una importante participación del Estado. Es decir, nuestros competidores directos no solamente no desmantelan los monopolios, como quiere Bruselas y dictan los Tratados de la Unión, sino que mantienen su titularidad pública. Europa esconde su proteccionismo detrás de la política industrial y España, parvenu de Occidente, es el único Estado que aplica la norma, a costa de las tarifas que pagamos todos (un precio muy superior a la media).

El paradigma del 2000 había establecido su ley: la nueva clase dominante tiraría del carro financiero, mientras que la industria (con los suministros energéticos al frente) pasaría de manos públicas a los grandes grupos privados o a multinacionales comprometidas con la competencia, programas de inversión y equipamientos. Un plan perfecto sobre el papel. Pero la España de Aznar y Rato, como la de ZP y Solbes, estaba en venta y acabó vendiéndose, desde entonces hasta el momento reciente de Rajoy y Santamaría. Endesa había pasado a manos italianas y también públicas. Italia se reforzaba en términos de valor aunque lejos de los programas de Bruselas. España, por su parte, perdía valor, a la vez que alimentada las despensas de los nuevos ricos. El divorcio pactado entre Acciona y Enel pareció favorecer a la primera, porque los Entrecanales evitaban su quiebra por un excesivo endeudamiento, como le ocurrió a Fecsa (parte motriz de la Endesa catalana) o a su mismo germen, la Barcelona Traction, aquella Canadiense que se hizo popular al tener su sede social en Toronto.

Para los italianos de Enel, el acuerdo equivalía a un analgésico en pleno cólico nefrítico. En 2007, en el fragor de la batalla por Endesa, se aceptó que, tras adquirirla, Endesa seguiría gestionada por directivos españoles. Pero ambas partes sabían que finalmente todo acabaría en divorcio. La salida de Acciona dejó a Enel en una envidiable situación en la cuenca mediterránea y en una posición más que interesante en Latinoamérica (Chile, Argentina, Perú, Colombia y Brasil). A cambio, el grupo italiano elevó significativamente su deuda, en la que se incluía un préstamo de 8.000 millones firmado con una docena de entidades (Santander y BBVA entre ellas) para comprar Endesa.

La Comisión Europea ya había dado anteriormente luz verde a la OPA de la italiana Enel y Acciona sobre Endesa. Bruselas no fijó ninguna condición a la operación de venta entre socios. Consideró que la fortleza de Endesa "no supondrá ninguna traba significativa para la competencia en el Espacio Económico Europeo o en una parte sustancial de él", dijo la comisaria de Competencia, Neelie Kroes. Por su parte, Acciona, ahora vendedora, era percibida como una corporación establecida en España, cuyas principales actividades se desarrollan en el sector de la construcción y las inmobiliarias. Competencia no lo consideró atentatorio al libre mercado y dejó que Acciona tomara paralelamente el control de la división de energías renovables de Endesa, mientras Enel se hacía con la mayoría de la eléctrica Viesgo. Era su quid pro quo.

Endesa, el resultado de nuestra Endesa Catalana (fruto de la fusión entre Fecsa, Enher e Hidroeléctrica de Cataluña), unida a Sevillana de Electricidad (el monopolio andaluz), Gesa (Baleares) y la canaria Unelco, había sido el pasto de batallas sin fin por obtener su control. La más sonada tuvo su epicentro en las Torres Negras de La Caixa, el accionista entonces mayoritario de Gas Natural (antes de su fusión con Fenosa). La distribuidora gasista, presidida en aquellos momentos por Antoni Brufau, responsable del grupo industrial participado, decidió lanzar una OPA sobre Endesa contando con que el mercado energético español --totalmente dependiente del exterior, en energía fósil, es decir petróleo y gas natural-- era especialmente asimétrico: Gas Natural (la actual Naturgy) podría aportar a la fusión sus ciclos combinados ya instalados y los contratos de suministro de gas natural licuado (GNL) provenientes de Libia y Argelia, así como los millones de unidades que llegan a España a través del Gasoducto del Magreb. Endesa por su parte integraría a la nueva empresa sus redes de distribución, sus plantas hidroeléctricas y sus centrales nucleares. Manuel Pizarro, entonces presidente de Endesa, se opuso rotundamente a una operación diseñada desde el lado catalán y fundió la fusión con la colaboración de los organismos reguladores y gracias a la colaboración del Citybank, el banco de inversiones norteamericano anuló las due diligence que calculaban los valores netos de ambas compañías y sustanció, a base de ventas a corto, severas alteraciones de los valores en bolsa. La simetría geográfica y técnica de ambas empresas no superó los engranajes del mercado, ni tuvo nunca de su lado al regulador de entonces, la Comisión Nacional de la Energía (CNE).

La siguiente OPA hostil sobre Endesa fue la desataca por la alemana E.ON, que a su vez ya era resultado de una operación idéntica en su propio territorio, con la participación de Ruhrgas, la distribuidora del gas siberiano que llega Europa Occcidental, a través del gasoducto que atraviesa los Cárpatos y los Urales. En este segundo caso, fueron los dos grandes accionistas de la última Endesa española (Acciona y Enel) los que frenaron la expansión germánica. Y, de hecho, fue el fracaso final de la aventura alemana la que abrió las puertas a la configuración de la Endesa actual, bajo el dominio italiano. El Mediterráneo es, además de un cruce de civilizaciones, un mar de intereses y posiciones geoestratégicas, tal como explica Pedro Baños en El dominio mundial (Ariel, Planeta de Libros), donde los italianos han recuperado posiciones, tras la Guerra de los Balcanes, a orillas del Adriático. Su compra de Endesa fue un error de los gobiernos españoles de los dos colores (popular y socialista). Las bases militares de la OTAN en Rota y Morón almacenan fuel y otras fuentes de energía para poner en marcha aviones y cabezas nucleares del escudo europeo. Enel, matriz de Endesa, es hoy el suministrador de las bases, como lo fue la misma Italia para los carros de combate británicos que frenaron a Rommel en el desierto, durante la II gran guerra. Ahora Roma supera a Madrid en reservas ante contingencias militares inesperadas, y además, la capital transalpina fija los precios del gas natural del Mediterráneo vinculados al Brent del barril de crudo. En medio de este galimatías de intereses económicos y estrategias de defensa, la Endesa catalana (imagen simbólica de lo que fueron nuestras compañías) es hoy un compendio de debilidades, con su centro de valor desplazado a causa de la incertidumbre del procés.

La Fecsa que dejó el hijo de Juan March (March y Servera) por un puñado de divisas, había empezado a crecer al final de la autarquía económica. Podría decirse que fue un producto no diseñado de cruces y amalgamas espontáneas entre los altos funcionarios del Antiguo Régimen y los tecnócratas (ver Duran Farell y Victoriano Muñoz, en anteriores entregas) que supieron aprovechar la acumulación bruta, en términos de instalaciones y centrales.

El día que el general se peleó para siempre con sus albaceas industriales catalanes, los Juan March, Miquel Mateu y otros como los representantes de Francesc Cambó al final de la Guerra Civil (los casos de Xavier Ribó o Joan Estelrich) empezó también la ruptura con los suyos, concretamente con su amigo de colegio, Juan Antonio Suanzes. Franco entregó las llaves del garaje a los López para que pusieran en marcha un cambio de modelo, que yuguló a las eléctricas ineficientes de las restricciones de los años 40 y 50, los años de Mariano de las Peñas, una especio de gobernador eléctrico, en Barcelona, encargado de desviar sobre los tendidos de alta tensión la dirección de los transportes. Las reformas en las profundidades de un sistema cerrado no siempre eran visibles, pero constaban.

La gran banca tuvo su participación y empuje en el cambio de accionariado de la potencia eléctrica. El mundo cambió de piel cuando el antiguo Banco Hispano Colonial empezó a caer en bolsa, después de que el director del mercado, Sáez de Ibarra, apostó por la salud financiera del banco y dio su respaldo al entonces presidente de la entidad, Ignacio Villalonga. El rebufo fue una crisis de depósitos de clientes al estilo de la ficción cinematográfica de Sonrisas y lágrimas, la película de Robert Wise, con Julie Andrews en casa del capitán Von Trapp, en la que se narra la retirada de depósitos de un banco de la City por una simple frase infantil. Villalonga se pasó al Banco Central y adquirió el Hispano Colonial, que ya tenía acciones de la Barcelona Traction, germen de Fecsa. Si los March habían marcado la historia fundacional de Fecsa, el Banco Central decidió su futuro al final de los ochentas, con la eléctrica presidida por Luis Magaña, un directivo vinculado a UCD y al presidente del banco español, Alfonso Escámez.

En los años en los que Barcelona mantuvo el esquema de los clásicos consejos regionales de loa grandes bancos, directivos como los Garí de Arana, Cucurull o Mata, entre otros, dominaron el entorno accionarial catalán de la eléctrica. Los mejores cuadros del mercado financiero se arremolinaban en los consejos y cúpulas decisorias del sector energético. Fecsa había pasado a ser parte de la Endesa consolidada por Enel. Cuando ZP y Solbes dejaron el poder, se pudo ver la influencia anterior que tuvo el PP en aquella operación de venta. El bipartidismo había concentrado la gran cadena de valor eléctrico y a sus dueños italianos les costó poco alcanzar la misma opacidad que en los años de su fundación. Solo que, ahora, los asuntos graves se deciden en el Quirinal romano; el motorista eléctrico ya no pasa por Moncloa.