Eixample
El falso progresismo político y las grandes ciudades
"Las formaciones de izquierdas, como Sumar, los Comuns o Más Madrid, padecen el síndrome de la nostalgia. No les gusta cómo son las grandes ciudades. Por eso quieren hacerlas retroceder al siglo pasado"
Las formaciones de izquierdas, tales como Sumar, Catalunya En Comú o Más Madrid, padecen o fingen sufrir el síndrome de la nostalgia. No les gusta cómo son las grandes ciudades de nuestro país. Por eso quieren transformarlas y hacerlas retroceder al siglo pasado.
Por ejemplo, al inicio de la década de los 80, cuando casi todos sus residentes habían nacido en España, la población móvil (estudiantes y trabajadores desplazados) era escasa, y había muchos menos turistas que en la actualidad.
En dicho período de tiempo, España no formaba parte de la Comunidad Europea, no existía el programa Erasmus y no había libre circulación de personas dentro del área común. Los cruceros no estaban al alcance de casi todos los bolsillos, las aerolíneas low cost brillaban por su ausencia en el Viejo Continente, y la mayoría de las familias viajaba únicamente en verano. Los turistas internacionales lo hacían principalmente a las localidades de playa, y la aportación del turismo al PIB de las grandes urbes era escasa.
Su nostalgia no es una rareza, sino que es compartida por una parte de los ciudadanos de las principales urbes. Una sensibilidad que sus dirigentes han captado, y no han percibido los políticos del resto de los partidos. Por eso, existe la duda si su sentimiento es verdadero o si solo constituye una estrategia electoral.
Entre los vecinos melancólicos, están los que consideran que casi cualquier período anterior fue mejor que el actual y los que se sienten foráneos en los barrios donde residen, a pesar de que habitan en ellos desde hace varias décadas. No les gusta cómo ha evolucionado la manera de vivir y les agradaría que en determinados temas regresáramos al pasado.
En los barrios, la cantidad y calidad de los servicios públicos son mejores que antaño, pues la Administración ha aumentado las prestaciones ofrecidas y ha acercado a los ciudadanos los centros que las ofrecen. Los nostálgicos aprecian las mejoras, pero las valoran menos de lo que creen la mayoría de los políticos. Para ellos, lo anterior no es lo más importante, pues su añoranza está principalmente relacionada con el vínculo que antes tenían con los vecinos y comerciantes de su entorno.
Las características de los nuevos residentes han cambiado, pues tienen costumbres diferentes a las suyas y permanecen menos tiempo en las viviendas. Por eso, su interacción con ellos es menos fluida de lo que era. Para los vecinos melancólicos, su barrio ha dejado de ser un espacio singular, sus calles han perdido la idiosincrasia que tenían y constituyen casi una réplica de lo que un visitante podría encontrar en cualquier gran ciudad europea, a pesar del reducido número de inmuebles de reciente construcción.
Su añoranza está relacionada con tres principales motivos. En primer lugar, por el aumento del número de inquilinos. Antes los que vivían en los pisos eran casi todos propietarios, ahora hay muchos más arrendatarios. Dado que el roce hace el cariño, en muchos casos, su limitada permanencia en los pisos impide a los nostálgicos adquirir un grado de confianza similar al que tenían con sus antecesores.
Por un lado, por la liberalización de alquileres impulsada por el decreto Boyer de 1985. Por el otro, debido al aumento de la población móvil y a la mayor dificultad para acceder a la compra de una vivienda por parte de los jóvenes (menores de 40 años). En Barcelona, la anterior tendencia es especialmente notoria en los distritos de Ciutat Vella, Sants-Montjuic, el Eixample, Gràcia y en el barrio del Poble Nou.
En segundo, porque entre los arrendatarios y algunos de los nuevos propietarios hay estudiantes, trabajadores desplazados por sus empresas, nómadas digitales, turistas y familias cuyo idioma materno es distinto del castellano y el catalán, con una cultura y tradiciones bastantes diferentes a las nuestras.
En tercero, debido al gran cambio observado en los comercios del barrio. La mayoría de los descendientes de los antiguos comerciantes no han querido continuar con el negocio familiar. Por tanto, éste ha sido sustituido por una franquicia o por otros propietarios con escaso o nulo arraigo en la zona.
Dicho fenómeno no es exclusivo de nuestro país, sino que ha tenido lugar en todas las principales urbes de los países avanzados. Constituye una de las consecuencias de la globalización de la población y de la conversión de una sociedad homogénea en otra heterogénea y multicultural. Lo primero lo observamos en el inicio de la década de los 80 del pasado siglo, lo segundo lo vivimos ahora y se acentuará en los próximos años.
Un ejemplo de lo anterior viene proporcionado por Barcelona. En 1997, en la capital catalana residían 53.220 personas que no habían nacido en España y representaban el 3,5% de la población de la ciudad. En 2025, ya son 611.988 y su porcentaje asciende al 35,3% de los residentes. Una cifra que supera con mucha holgura a los 339.524 (19,6%) que viven en ella y proceden del resto del país.
En definitiva, el síndrome de la nostalgia supone la añoranza de una sociedad que ha desaparecido en las principales urbes de los países avanzados. La actual nos puede gustar mucho, poco o nada, pero no podemos esperar que ella se adapte a nuestras preferencias, sino que nosotros nos hemos de acoplar a los nuevos usos y costumbres. Hasta el momento, es lo que ha sucedido en cualquier etapa precedente.
A quienes no les guste vivir en los barrios más céntricos de las grandes ciudades, disponen de una magnífica alternativa: desplazarse a una localidad de las afueras. En los municipios de la periferia lejana encontrarán una población más homogénea que en las principales urbes del país, y muchos menos residentes temporales. Además, la mayoría tendrá la posibilidad de adquirir una casa por un importe inferior al del piso donde vivía, si la superficie de éste es de alrededor de 100 m2.
No obstante, difícilmente podrán replicar en la nueva localidad la manera de vivir de sus padres o de ellos mismos en los inicios de la década de los 80. Los recuerdos del pasado constituyen una parte importante de nuestras vidas, pero sería deseable que no formara parte de ella la melancolía. En las últimas cuatro décadas, la sociedad ha cambiado mucho y, aunque algunos partidos prometan el regreso al pasado, la mayoría sabemos que este no volverá.
El progreso tiene ventajas e inconvenientes, pero si uno posee una mentalidad abierta, las primeras superan a los segundos. Por eso me parece una equivocación calificar como progresistas a las formaciones de izquierda que exprimen la nostalgia y prometen lo que saben que no sucederá. Los partidos que verdaderamente lo son, miran hacia el futuro y, si tienen éxito, consiguen que la mayoría de los ciudadanos vivan mejor que en el pasado. Indudablemente, esta debería ser la prioridad de todos los políticos.