Calçats Ponsà, la zapatería centenaria que empezó con los sombreros
Este comercio, fundado en 1929, lucha por sobrevivir en una batalla comercial en la que los grandes se comen a los pequeños
30 enero, 2022 00:00En el número 21 de la ronda de Sant Antoni de Barcelona y a escasos 150 metros del mercado que lleva el mismo nombre se encuentra Calçats Ponsà, un negocio familiar fundado en 1929 y regentado por la familia Tomàs desde hace tres generaciones. El ajetreo de esta calle, que en este tramo es peatonal, contrasta con la quietud y la paz que trasmite el interior del local, conservado prácticamente con su aspecto original. En Ponsà saben que en el cambio siempre está la evolución, dado que pasaron de vender sombreros a hacer lo propio con zapatos, con el fin de adaptarse a lo que pedían los clientes.
La historia deja huella y prueba de ello son los escaparates y todos los elementos de madera, elaborados por un ebanista que recuperaba la materia prima de los barcos, concretamente de la caoba resultante del desguace de los camarotes de lujo. En este comercio conviven la modernidad de los zapatos que se venden con elementos originarios de otro siglo, como la caja registradora, alemana y de finales del siglo XIX, capaz de contar hasta la cantidad de 99,99 pesetas. También los grabados que ilustran la parte superior de los paredes. O la lámpara ornamental central, de cristal checo.
Resiliencia y venta a pérdidas
Calçats Ponsà guarda tras de sí una historia interesante, dado que originalmente era la Sombrerería Ponsà, fundada por Josep Ponsà y su cuñado, Josep Tomàs, padre y abuelo de Toni Tomàs y Marta Tomàs, los actuales regentes. Siglos atrás, los sombreros eran un complemento indispensable para cualquier varón que quisiera dar buena imagen, una situación que con la posguerra empezó a desaparecer. Fue precisamente este el motivo por el que se optó por dar un giro radical al modelo de negocio y enfocarse en los pies, dado que los zapatos siempre se han utilizado, se llevan y se llevarán.
Los 93 años transcurridos han sido el escenario de la Guerra Civil, “y de múltiples crisis económicas” que han gestionado con idas y venidas, explica Marta Tomàs, la tercera generación de la familia. Calçats Ponsà es un buen ejemplo de negocio resiliente en el que sus propietarios han “vendido a pérdidas y puesto dinero” con el fin de mantener vivo este comercio histórico. Toni Tomàs, ya jubilado, recuerda el momento en que entró el euro, en 2002, un año en el que, por alguna razón sin explicación aparente, “las ventas se multiplicaron”.
David puede vencer a Goliat
A pesar de la resiliencia mostrada, los actuales regentes no ocultan que la situación actual sería suficiente como para cerrar las puertas, pero le tienen “mucho cariño a este negocio” por lo que aguantarán todo lo que puedan, explica Marta. Los retos no son pocos. La pacificación de este tramo de la ronda de Sant Antoni “ha disuadido a clientes que antes podían venir en coche, sobre todo a los que llegaban de fuera de Barcelona”. Por otra parte, los regentes comentan con una clienta como el retraso en las obras del Mercat de Sant Antoni ha sido un lastre para el barrio dado que se esperaba que fuera un “dinamizador económico” y finalmente “ha sido un fracaso”.
Por otra parte, Ponsà cuenta con otro problema de gran envergadura, que afecta por igual a todos los pequeños comercios y es la competencia de las plataformas de venta online, que pueden hacer negocio a precios más competitivos. La situación llega a tal punto que tienen “clientes” que se acercan hasta la tienda y “se prueban zapatos, para saber si les van bien”, explica Toni Tomàs. Sin embargo, la realidad es que lo “único que quieren” es saber qué talla llevan para luego poder comprarla en internet. Toni augura que cuando estos distribuidores online “hayan terminado con todos los pequeños comercios y sean los únicos, subirán precios” y luego “los clientes ya no tendrán alternativa”, lamenta.
Foco en el Eixample
El tipo de cliente que compra sus zapatos en Ponsà ha evolucionado mucho a lo largo de los años, aunque actualmente el principal mercado se encuentra entre los “residentes en el Eixample” y de las inmediaciones de la tienda. Otro perfil de cliente habitual es el formado por todas aquellas personas que vienen guiadas por un recuerdo familiar, el de sus abuelos o padres comprando sus zapatos en la Ponsà. Finalmente, hay otro perfil integrado por gente que proceden de fuera de la ciudad, como un hombre procedente de Vic “que se queja de lo difícil que es desplazarse en coche y aparcar en Barcelona”.
Por otra parte, este comercio también ha vestido los pies de personas que, por su actividad o profesión, han pasado a la historia. Toni Tomàs recuerda que fueron clientes “Fernando Fernán Gómez y Emma Cohen”, actores reconocidos, ya fallecidos. Por otra parte, en la década de 1930 era habitual tener como clientas a las "vedettes y cupletistas que actuaban en el Paral·lel". Es el caso de Raquel Meller, que en 1941 estrenó La Violetera en el Teatro Cómico y se despidió de su público en el Teatro Victoria, este último aún en pie.
Tocados, pero no hundidos
Tanto Marta como Toni Tomàs coinciden en señalar que la crisis derivada de la pandemia ha sido “de las más fuertes” que ha vivido el negocio en sus 93 años de historia. Esta situación se debe a que, cuando se cerró el país el 14 de marzo de 2020, ya se habían realizado los pedidos para la temporada de primavera-verano, una situación que arreglan “tratando de aplazar pagos y pactando con los proveedores”. Tras la vuelta a la normalidad, siempre relativa, “las ventas no se han recuperado”, dado que la gente “mira mucho en qué gasta el dinero, porque siente incertidumbre”, opina Marta Tomàs.
Ahora, ante la inminente llegada de la primavera, “una época muy fuerte de ventas”, Calçats Ponsà espera recuperar el pulso de antaño “y no tener que meter más dinero”. A la delicada situación económica se suma el impacto de la crisis energética, que ha mermado las cuentas de esta zapatería. A pesar de todo, se ha optado por “no subir precios, y meter más efectivo propio”. Con este contexto, y con la firme esperanza de continuar su labor por muchos años más, la Ponsà seguirá abierta, con su pulso pausado pero permanente, silencioso, sí, pero audible para todas las personas que valoran el trato cercano.