Ana Bolena, el mito de la perversidad
Su relación con Enrique VIII marcó "el deslizamiento del catolicismo al anglicanismo" en Inglaterra, pero Bolena perdió influencia al no dar a luz a un varón
6 diciembre, 2020 00:00La fecha de su nacimiento es discutida. Los historiadores dudan entre 1501 y 1507. Su muerte sí está bien fechada: 17 de mayo de 1536. Decapitada por sentencia de un tribunal manipulado por el rey Enrique VIII. Treinta y cinco años, o menos, vividos por una mujer que marca un hito histórico en la Monarquía británica: el deslizamiento del catolicismo al anglicanismo en el reinado de Enrique VIII. Mujer polémica. Para los historiadores protestantes como Joanna Denny ella fue una heroína protestante con rasgos feministas. Los historiadores católicos como María Jesús Pérez Martín la desprecian considerándola un auténtico demonio, asumiendo incluso el tópico contra ella que circuló en su tiempo que le atribuía un lunar en el cuello, propio de brujas y seis dedos en la mano izquierda. Donizetti dedicó una ópera a su figura y Lubitsch dirigió su clásica película Ana Bolena (1920). Su personaje ha sido interpretado cinematográficamente por infinidad de actrices desde Merle Oberon (1933) a Claire Foy (2015) pasando por Geneviève Bujold, Dorothy Tutin, Natalie Dormer (en los Tudor) y Natalie Portman, por citar alguna de las películas o series televisivas más conocidas.
Es difícil reconstruir la auténtica personalidad de Ana entre sus muchos perfiles de mujer culta y brillante, neurótica y extravagante o víctima de su propio destino de mujer fatal.
Momento de la sentencia en la película "La otra Bolena" / YT
Ana era hija de una familia nobiliaria. Su padre fue diplomático. Su madre era hija del Duque de Norfolk. Su infancia la pasó en los Países Bajos como dama de honor de Margarita de Austria, tía de Carlos V, y su adolescencia en París, donde aprendió y asimiló la moda francesa, ejerciendo como dama de honor de Claudia de Francia.
¿Cómo negar un matrimonio?
Morena, en un mundo de rubias, delgada, pequeña, supo explotar su elevado nivel cultural, su afición a la música y a la danza, su pasión por los juegos de azar, en una vida que tuvo mucho de azarosa y, desde luego, trágica.
Todo empezó muy bien para ella. Conoció al rey Enrique VIII cuando su propia hermana María, casada con William Carey, era amante de éste. Ella, tras una relación con el joven Henry Percy comenzaría su vinculación adúltera con Enrique desde 1525. Pronto recomendó al rey demandar la solicitud de anulación del matrimonio de éste con Catalina de Aragón, la hija de los Reyes Católicos. Catalina no conseguía darle un heredero masculino. El matrimonio había tenido una hija, María, con múltiples abortos. El Papa Clemente VII inicialmente concedió la anulación. La condición de Catalina de viuda del hermano de Enrique VIII, Arturo, suscitó debates teológicos en torno a si se había llegado a consumar el matrimonio con Arturo (Catalina lo negó siempre) y por lo tanto si era válido considerar a Catalina como viuda de facto del hermano, lo que suscitaba interpretaciones diferentes en el Levítico y el Deuteronomio. El Levítico prohibía el matrimonio de un hombre con la mujer de su hermano, en todas las circunstancias. El Deutoronomio, por el contrario, obligaba al cuñado a casarse con la viuda del hermano.
El rey, apoyado por el arzobispo de Canterbury Thomas Cranmer, intentó a toda costa conseguir la anulación, lo que al final no se consiguió de Roma y llevaría al anglicanismo.
Víctimas del Acta de supremacía anglicana
Catalina había sido apoyada por el que había sido su maestro Luis Vives. Éste escribió al rey en 1528 planteándole si el matrimonio con Ana Bolena le aseguraba al rey tener un hijo varón y si había asumido el riesgo del enfrentamiento con Carlos V. Vives sería apresado varios meses y decidió volver a Brujas.
Hasta 1531 hubo una extraña relación tripartita entre Enrique, su esposa y su amante. Ese año Catalina sería confinada fuera de la corte. Enrique se casaría con Ana, posiblemente embarazada, en 1533, contando con el apoyo del rey de Francia Francisco I y la legitimación otorgada por el citado arzobispo. Catalina, pese a las humillaciones a que le sometió Ana e incluso alguna amenaza de muerte habló bien de su marido al que consideraba en su última carta: “una persona tan buena y virtuosa, engañada y extraviada cada día” al mismo tiempo que le recomendaba “cuidar la salvación de vuestra alma antes que el cuidado y el regalo de vuestro cuerpo, por el que me habéis arrojado a muchas calamidades”.
Catalina murió en enero de 1536. Hacía tres años (en septiembre de 1533) Ana Bolena había dado a luz a su propia hija Isabel. Tuvo varios abortos más sin conseguir dar a luz al deseado varón. Ana tuvo relaciones muy conflictivas con María, la hija de Enrique y Catalina y, desde luego, no logró dar al rey su heredero varón tan buscado. La sombra de la ejecución de John Fisher y Tomás Moro, víctimas de su oposición al Acta de Supremacía anglicana, que consagraba al rey como Jefe Supremo de la Iglesia británica, daría una vuelta al destino extraordinaria.
Lo cierto es que inopinadamente la Bolena fue perdiendo la dependencia que el rey tenía respecto a ella y cuando surgió una nueva amante de Enrique, Jane Seymour, la figura de Ana se convirtió en un lastre terrible para la Corona. Fue detenida el mismo año que murió Catalina y acusada de relación adúltera con veintidós amantes y hasta de incesto con su hermano Jorge.
Todas hablaron bien de Enrique VIII
¿Respondían las acusaciones a la realidad? Todo parece una invención interesada. En la opinión del momento había calado la idea a la que fue sensible Enrique de que Isabel no era hija del rey. Fue sentenciada a muerte concediéndosele el favor de ser decapitada con espada y no con hacha. Con ella fueron ejecutados cinco de sus supuestos amantes.
Murió con extraordinaria arrogancia. Testigos varios afirmaron que nunca habían visto morir a nadie de manera que parecía que “con mucho gusto y placer en su muerte”. El discurso que se le atribuye en el patíbulo estuvo cargado de dignidad: “He venido a morir aquí, de acuerdo a la ley y según la ley se juzga que yo muera…he venido aquí no para acusar a ningún hombre, ni decir nada de eso, de que yo soy acusada, sino que rezo a Dios para que salve al rey y le dé mucho tiempo a reinar, para el más generoso príncipe misericordioso que no hubo nunca y para mí, él fue siempre bueno, un señor gentil y soberano”.
Ningún reproche. Fue enterrada en una capilla discreta de San Pedro in Vincula. Su hija Isabel cuando fue reina nunca se preocupó de buscarle otra ubicación. Se identificaron sus restos en la época victoriana y lo único que se hizo fue ponerle el nombre a la tumba.
Enrique VIII se volvería a casar con Jane Seymour, que le daría a su único hijo heredero Eduardo y moriría unos días después del nacimiento en 1537, Ana de Cléveris, que murió a los seis meses de la boda en 1540, Catalina Howard, decapitada también en 1542 tras dos años de matrimonio, y Catalina Parr con la que se casó en 1543 y que fue la única que le sobrevivió.
No se conoce ninguna crítica a Enrique VIII de sus seis esposas.