Pilar Adón: "En la escritura, como en la música, no hay que tocar ninguna nota si no es absolutamente necesaria"
Poeta, editora, novelista y traductora, la autora madrileña, Premio Nacional de Narrativa 2023 y confundadora del sello Impedimenta, recopila todos sus poemarios en Las huidas (La Bella Varsovia)
Con De bestias y aves, Pilar Adón fue reconocida con el Premio Nacional de Narrativa. Fue en 2023 y, en gran medida, supuso la consagración de esta narradora, poeta, traductora y editora. Adón vive por y para la literatura. Junto a Enrique Redel en 2007 fundó Impedimenta, pero su carrera literaria empezó bastante antes. Tenía dieciocho años cuando ganó su primer premio con un relato. Luego llegarían las novelas y las traducciones (Heny James, Edith Wharton, Penelope Fitzgerald, Iris Murdoch…). Tardaría en escribir sus primeros versos, pero pronto se reveló como una de las poetas más interesantes de su generación. La Bella Varsovia reúne ahora su poesía completa en Las huidas, un volumen que sitúa a Adón como una escritora imprescindible.
Si no me equivoco, usted empezó con la narrativa y, luego, pasó a la poesía. Normalmente suele ocurrir lo contrario.
Sí. Lo habitual es empezar en la juventud, incluso en la primera adolescencia, con la poesía, y, más tarde, aparece el vértigo de la narrativa. En mi caso sucedió al revés. Lo primero que escribí fue un cuento, algo poco frecuente en aquella época, en la que el relato no tenía tanta presencia. Gané un galadón de Radio Nacional de España. Tenía 18 años y el premio fue un viaje de dos días a Lisboa para dos personas. Yo estaba feliz. Después de los primeros cuentos me pasé a la novela; la poesía fue lo último. Tengo la sensación de que llegué tarde a la poesía, si bien es cierto que poco importa. Nunca me he puesto a escribir, ni antes ni ahora, obsesionándome con el género. La poesía fue como una especie de derivación normal de la narrativa que nacía del hecho de que no quería que se me resistiera ningún género. A la poesía le tenía como mucho respeto y, al empezar a escribir, tenía una idea equivocada de lo que era. Para mí la poesía eran versos que rimaban con grandes palabras y sonetos.
Nada que ver con la poesía que ha escrito.
Bueno, poco a poco fui descubriendo las voces de poetas que terminarían influyéndome muchísimo y me fui dando cuenta de que había otra manera de pensar la poesía y los versos, y que estos no tenían necesariamente que rimar.
Si vuelve a leer sus primeros poemas, ¿cómo ve su evolución?
La sensación que tengo es que lo que ha ido cambiando no es tanto la forma cuanto la vocación. La primera que tuve al escribir poesía fue huir hacia afuera y, según fueron evolucionando los poemarios, a partir de Mente animal, esa huida comienza a dirigirse hacia adentro. En los primeros poemas hay muchas ciudades, lugares físicos externos a mí, territorios, tierra, aeropuertos… Desde el inicio fue una poesía muy narrativa. Cuando comenzaron a decírmelo no me sentaba muy bien porque al mismo tiempo me decían que mi prosa era muy poética. Tenía la rarísima sensación de no encajar en ninguno de los dos géneros. Ahora me da igual, lo tengo como asumido.
¿A partir de Mente animal, su poesía se vuelve biográfica?
-Sí. Pensaba que la poesía debía hablar de grandes temas y estaba muy centrada en las poetas que admiraba: Anne Sexton, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik… Me interesaban sus voces y sus experiencias sin prestar atención a las mías. A partir de cierto momento me di cuenta de que no tenía mucho sentido seguir hablando con la voz de otras poetas y que, de la misma manera que ellas hablaban de su verdad, yo tenía que hablar de la mía. Así comenzó un proceso de interiorización, comencé a ver cuál era mi realidad, me vinculé con la naturaleza, que es algo que me une con mi padre, y exploré mi propia voz.
En su poesía, aunque existe un componente biográfico, no menciona sus experiencias íntimas o ni habla de manera explícita de su vida.
En absoluto. No me interesa hacer esto ni en un género ni en otro. En la poesía hay un fondo, si se quiere, biográfico, pero ya está. Lo que hay es la vocación de mirar hacia dentro y posicionarme. A partir de este lugar exploro, pero no me centro en mi biografía, que me interesa poco. Lo que me interesa es curiosear, explorar y ver hasta dónde puedo tensar la cuerda de la poesía. Esta exploración me hace avanzar.
El concepto de huida que marca su poesía ha marcado también su narrativa. En sus novelas y en sus cuentos, los personajes, casi todos femeninos, huyen no solo de un lugar o de unos hechos, sino también de sí mismas y de su pasado.
Al final, todos los temas se permean y hay una serie de obsesiones que te acompañan, como, por ejemplo, el deseo de estar en un lugar que nos parezca seguro, la búsqueda de una casa rodeada de naturaleza… Todo esto está en la prosa y en la poesía, lo que sucede es que la prosa es ficción, hay personajes y tienen lugar una serie de peripecias y anécdotas, etc. La prosa tiene sus técnicas y sus ritmos y la poesía tiene otros; por tanto, existe una misma raíz, pero luego son dos árboles distintos o, mejor dicho, un mismo árbol partido en dos.
Su poesía está llena de bosques, de árboles, de insectos… ¡No está mal para alguien que estudió derecho medioambiental!
Esto es muy curioso. Empecé a escribir muy joven, porqué pasé mi infancia leyendo. Cuando era pequeña lo único que quería hacer era leer. Ahora es fácil decirlo, pero no lo era tanto cuando era pequeña o adolescente, entre otras cosas porque en mi casa no había interés literario. Resultaba muy raro que en esa familia apareciera una niña que lo único que quería era leer. Para mí jugar era una pérdida de tiempo. La naturaleza siempre ha estado ahí. La conocía gracias a mi padre. Estudié Derecho por una anécdota absurda y, cuando me licencié, lo único que me interesaba era el derecho medioambiental, porque estaba relacionada con la naturaleza. Más que el Derecho, lo que me gustaba era salir al campo con mis compañeras biólogas y no quedarme en el despacho. Así que terminé dejándolo, pero el interés por la naturaleza continuó y, de hecho, ha estado siempre en lo que escribía.
En su poemario Órdenes, ya desde el propio título, subraya una cuestión recurrente en su obra: el hecho de que las mujeres deben cumplir órdenes, mandatos sociales como el de los cuidados o como el de la maternidad.
el poemario es una especie de rebelión contra todo esto. Las órdenes son mandatos, pero también lo son las instituciones religiosas, que me interesan mucho porque tienen que ver con la idea de una comunidad de mujeres que se autorregulan. Este poemario, pero también parte de mi narrativa, es una forma de rebelión contra las imposiciones. Los mandatos funcionan como una especie de cadena de esclavos: estudio, noviazgo, matrimonio, maternidad… Y lo que propongo es una ruptura con esta cadena: yo, por ejemplo, no voy a ser madre porque no quiero, porque así lo decidí.
Tengo cincuenta y tres años y recuerdo frases como que no ser madre es perderse lo mejor que le puede pasar a una mujer en la vida y preguntas en torno a quién va a estar conmigo cuando sea mayor… Me las decían amigos que querían lo mejor para mí. Pero la rebelión va más allá, tiene que ver con que mi madre y yo teníamos que poner la mesa y mi padre y mi hermano no. Yo no podía acompañar a mi padre, que era cazador, al campo. Iba con mi hermano, a él le enseñó a cazar, yo quería ir porque en mi siempre hubo una necesidad de conocer cómo sobrevivir en la naturaleza.
Tiene un poema titulado 'Ligaduras' donde el hecho de cuidar a otros no es algo elegido o vocacional, sino algo un mandato imperativo.
No soy madre, pero sí que soy hija y llega un momento en que pasas a ser madre de tus padres. Es una maternidad curiosa porque no es elegida y tampoco asistes al crecimiento de un bebé, sino al deterioro. No es una maternidad alegre porque las personas que más quieres, tus padres, están abocados a la enfermedad o hacia el final de su vida. En Órdenes, hablo de estas dependencias, deseadas o no: la dependencia con respecto a mi madre; con mi padre, que tuvo un ictus, o la dependencia de los libros.
Ahora que habla de su padre, en el poemario De Dolor trata el duelo y la pérdida, pero también -y aquí viene la relación con De bestias y aves- de la imposibilidad de superar el dolor, de dejar atrás a un ser perdido.
De bestias y aves está muy relacionado con Da dolor, pero también con un relato largo, Eterno amor, que publiqué con Páginas de espuma. Estos tres libros nacen también de la pérdida de mi padre. Cuando falleció me di cuenta de las influencia que había tenido, pero me di cuenta tarde, cuando él ya no estaba y sin tener tiempo de asimilarlo. Así que comencé a escribir y volqué el duelo en tres géneros distintos: la novela, el cuento y la poesía. Empecé escribiendo De bestias y aves, pero con la muerte de mi padre no pude continuar y la dejé; después escribí el poemario. En los tres libros aparecen la sensación de culpa por haber sobrevivido, la ausencia, la presencia en la ausencia, que es algo un poco raro pero que alude a esa sensación de que la persona que no está sigue en cierta manera presente.
En sus libros maneja las elipsis, el tiempo suspendido y sobre todo lo que no nos termina de decir.
De lo que se trata es de desbrozar, quitar información, volver a la materia. Esto es válido en prosa y en poesía; en ambas escrituras las palabras que se quedan fuera tienen que ver con el silencio. Recuerdo un músico que decía que no había que tocar ninguna nota si no era absolutamente necesaria y esto también es válido en la escritura. El silencio es también importante en términos biográficos en el sentido en que, mientras que el mundo se asusta, a mí me gusta el silencio, lo busco.
“Lector que asumes estos versos, has de saber que su autor es una bestia innoble que no puede callarse”, escribe en uno de sus poemas. ¿Estos libros unidos por el duelo demuestran la necesidad imperiosa de escribir?
Sí. Lo curioso que de Da Dolor es un poemario que no puedo leer en público fácilmente. El libro se presentó en pandemia, por lo que la promoción fue online, en Instagram y a través de redes sociales. Esto me ayudó a no tener que leer los poemas, porque, como decía, no hubiera podido, me hubiera puesto a llorar. Un poema además se pregunta si se puede escribir sobre otras personas: ¿Qué hago hablando en un libro de gente que no tiene por qué estar expuesta?
¿La ficción le resulta más eficaz porque los otros se esconden detrás de los personajes?
Efectivamente. Los textos que escribo no son autobiográficos, pero la vida se permea. En Órdenes hay un poema donde hablo de unas piedras de una antigua ermita provenientes de una casa en la que todos los niños que nacieron allí nacieron muertos. Es una historia que me contó mi madre y que, sin embargo, cuando leyó el poema no recordaba habérmela contado. ¿Me la contó tal y como la escribí? Seguramente no, porque lo que hace la escritura es funcionar como filtro. Y es este filtro lo que a mí me interesa, porque es lo que me permite trastocar la realidad. Esto es lo que busco, transformar las cosas; intento que no se note la realidad que hay detrás de lo que escribo.
Y lo intento siempre, en prosa y en poesía, lo que sucede es que la poesía te da la posibilidad de hablar de un tema sin mencionarlo. E Da Dolor, que habla precisamente del duelo, de la muerte y de la ausencia, no aparece en ningún momento la palabra muerte ni el verbo morir. Habla de todas estas cuestiones pero no necesita mencionarlas. La poesía permite trtar estos temas, expandirlos o contraerlos, girar a su alrededor… La poesía es una especie de cuerda que estiras hasta ver dónde puedes llegar.
Al adquirir su voz no ha renunciado a las poetas que le han marcado.
Claro que no. Ingeborg Bachmann, por ejemplo, está muy presente en Da dolor.
También María Zambrano y la filosofía.
También Simone Weil o cuestiones vinculadas con la espiritualidad. La filosofía es una vocación, la herramienta para saber dónde estoy, de dónde vengo y a dónde voy.
¿De este deseo de conocimiento surge también su trabajo como traductora?
Diría que sí. Fue mi curiosidad y deseo de conocerlo todo lo que me llevó a la traducción. Empecé traduciendo ensayo; después traduje mi primera obra de ficción: una novela breve de Henry James. Lo pasé fatal. No recomiendo a nadie elegir a James como el primer autor a traducir. Se aprende mucho traduciendo y la traducción literaria te permite ver las tripas de las obras y la manera de trabajar de los autores. Una autora de la que he traducido varias obras es Penelope Fitzgerald. He llegado a conocer a tal punto su estilo, su escritura, que, al traducir, puedo anticipar lo que va a decir. Traduciendo se consigue un conocimiento muy íntimo e intenso del autor traducido.
¿Cómo influye la traducción en su obra y en su trabajo como editora?
Diría que, a la hora de escribir, no me influye demasiado y por lo que se refiere al trabajo de edición, bueno, empecé a traducir antes de dedicarme a la edición. En Impedimenta, algunos títulos los elige Enrique (Redel) y otros yo. Los libros que elijo tienen que ver conmigo en el sentido en que una no puede desligarse de sus temas y obsesiones. Es cierto que la biografía de un editor es su catálogo. De ahí que esté Enrique para publicar otras cosas y que casi todos los libros de Australia, por ejemplo, los haya elegido yo.