El canon del haiku: japoneses, extranjeros y otros maestros del arte de la concisión
Más allá del estanque nipón, donde dominan los grandes nombres de Basho o Issa, la concisión, la brevedad y la eficacia de este género poético han hecho que su práctica se extienda a otras latitudes, diferentes lenguas y autores ajenos a la tradición oriental
En las entregas anteriores han ido ya compareciendo las principales figuras del haiku, que era obligado citar más que de pasada al tratar la evolución del género. Si este se caracteriza por una forma más o menos inmutable (con las excepciones de rigor), a lo largo de los siglos se han ido introduciendo nuevos matices, como aromas variados, hierbas emparentadas pero distintas, en el té. La fortuna internacional se la lleva, no cabe duda alguna, Basho. Esto por su repercusión en diferentes lenguas literarias, pero especialmente por lo que nos concierne en español, gracias a la traducción temprana de Octavio Paz (y el japonés Hayashiya Eikichi), que vertió el título de la famosa colección de Basho como Sendas de Oku, un pentasílabo sugerente alejado de la literalidad.
De camino a Oku fue cómo prefirió llamarlo Jesús Aguado, que le añadió para su publicación otros diarios de viaje ('Diario de Kashima', 'Diario de mi mochila', 'Una visita a la aldea de Sarashina', 'Diario se Saga' y 'Otros textos'), contribuyendo a recrear aquel mundo de los monjes itinerantes en los que surgían los haikus. Basho cita numerosos haikus de sus predecesores y, destilando zen en los suyos propios, tuvo el acierto de no caer en la ciega veneración de los maestros, sino en buscar aquello que estos buscaron, y de anteponer sobre toda cosa la espontaneidad, la confluencia del corazón con la naturaleza.
Cronológicamente después viene Buson, poeta viajero como Basho hasta asentarse en Kioto, donde moriría a los 68 años. En pocos haikus se transmite la transitoriedad de las cosas como en este suyo: “Pasó el ayer, / pasó también el hoy: / se va la primavera”. Issa es uno de los autores más cercanos a la naturaleza, atento por igual a lo ínfimo y a lo grande, véase esta prosopopeya: “No lloréis, bichos, / que sufren desengaños / hasta los astros”. O: “Donde haya hombres, / habrá moscas, y habrá / Budas también”. Shiki, finalmente, muerto ya en 1902 y que podría haberse adentrado más en el siglo XX de no haber muerto por tuberculosis a los treinta y cinco años, abogó una vez más, y por si alguien lo hubiera olvidado, por sugerir más que enunciar. En la estela de los poemas de despedida tan caros a la antigua poesía china, y también japonesa, escribió este hermoso haiku: “Yo que me voy, / y tú que aquí te quedas /son dos otoños”.
Hay muchas más conexiones de las aparentes entre la poesía del haiku y otras formas occidentales que a lo largo del tiempo se le asemejan (pero no basta para ello la brevedad, que nuestras viejas jarchas o las letras flamencas disparan a otro blanco). En ninguna tradición se manifiesta esto de forma más nítida que en la antigua literatura de Irlanda y Gales. Lo vio uno de los pioneros en el estudio de la primera, el docto filólogo germano Kuno Meyer, que explícitamente aludió a esta conexión japonesa a través del vínculo de la poesía de la naturaleza, común a ambas tierras o más bien archipiélagos. “Como el japonés, el celta elude lo obvio y lo tópico”, afirma; y “lo que más aprecia es la cosa a medio decir”, anota en 1913 (el mismo año en que se publicaron en revista unos poemas de Ezra Pound que se reproducen aquí unos párrafos abajo).
Los escribas irlandeses y algunos santos como san Columba, entre los siglos V y XI, dejaron composiciones poéticas sucintas con una mirada fresca a la naturaleza y sus fenómenos. Monjes al cabo, hicieron lo que sus colegas orientales bastantes siglos más tarde sin que quepa hablar de influencia de ningún tipo sino de afinidad. Es una tradición que se ha mantenido hasta hoy, en que los poetas ya son conscientes de la existencia del haiku y lo merodean o adaptan, como en el caso de Gabriel Rosenstock y Cathal Ó Searcaigh en Irlanda o de Aonghas MacNeacail en la Escocia gaélica, cada uno en su modalidad vernácula. En inglés igualmente incursiona en el género un poeta como Michael Hartnett. En Inchicore Haiku escribe: “Agachado entre alisos, / solo medio cuerpo empapado / Se siente engañada la lluvia”.
Por lo que respecta a Gales, no faltan ejemplos en una fórmula métricamente estricta de tres versos, como el haiku, que tiene muchos puntos en común con este. Es el llamado englyn (plural, englynion), empleados con profusión entre los siglos VI y IX, como en el ciclo conocido como de Llywarch Hen, un anciano que se lamenta con tonos que recuerdan, en cuanto a serena quejumbre, a los haikus de Issa.
Pasando el tiempo , la vida enclaustrada, casi ascética, de Emily Dickinson, su amor por las plantas y las aves del colindante jardín de su casa de Amherst, en Massachusetts, la acerca, mediante el cultivo de lo breve, a la tradición del haiku, y hay poemas suyos que, sin conocer su autora nada de los maestros japoneses, la acercan a esta forma. Pero en puridad, el importador del haiku, más allá de algunos orientalistas franceses, es Lafcadio Hearn (muerto en 1904 en Tokio). Hearn escribió mucho sobre Japón y contribuyó a divulgar la refinada civilización de aquel mundo lejano. En 1900 publicó Japanese Lyrics, donde recogía una colección de haikus en traducción.
Tras Hearn, en Occidente, el haiku arraiga, transformado, en la poesía imaginista del grupo abanderado por el gran revolucionario de la poesía Ezra Pound. De este son dos composiciones sucintas numerosas veces incluidas en las antologías: de Lustra es 'En una estación de metro' (“La aparición de estos rostros en la masa, / pétalos sobre una mojada y negra rama”). Es este un poema que surge de someter a una dieta rigurosísima a un borrador de treinta versos. Del mismo libro es 'Alba' (“Fresca como las pálidas hojas húmedas / del lirio de los valles / yacía ella a mi lado con la aurora”).
Los imaginistas publicaron cuatro antologías anuales entre los años 1914-1917 y un manifiesto en 1915. Antes, Pound había establecido sus objetivos en poesía en una carta a William Carlos Williams de 1909:
1. Pintar la cosa como la veo.
2. La belleza.
3. Liberación del didactismo.
4. Brevedad.
Los imaginistas no cayeron en la rigidez métrica japonesa, sino que huyendo de la dictadura yámbica del inglés abrazaron el verso libre. Por otra parte, también intervino en este movimiento la tradición clásica del epigrama, muy presente en varios de los poemas del grupo, como Richard Aldington o Hilda Doolittle (H.D.). Aldington es autor de este epigrama en el que, como un buen haiku, la experiencia del temporal asociada a una estación del año está más que presente, ese “instante en el tiempo” que Pound predicaba de la imagen. Se titula 'Octubre' (los imaginistas no dejaron de titular, a diferencia de los japoneses, que presentan sus haikus desnudos) y dice así: “Las hojas de las hayas son de plata / por falta de la sangre del árbol. // En tus besos mis labios / se vuelven hojas de hayas otoñales”. Ni que decir tiene que un haijin no habría introducido la experiencia amorosa en el poema.
Por su parte, Amy Lowell realizó varias adaptaciones de Yakura Sanjin (siglo XVIII). En 'El lamento de Yoshiwara' escribe: “Dorados pavos reales / bajo cerezos en flor, / pero en todo el vasto mar / ni una barca”. En 'Niebla otoñal', Lowell no puede ser más nipona ni más zen: “¿Es una libélula o una hoja de arce / que se posa suavemente en el agua?”. Incluso D. H. Lawrence se acerca al canon japonés cuando, ahora sí en tres versos, en 'Nada que salvar' observa: “No hay nada que salvar, ahora todo está perdido, / salvo un diminuto núcleo de calma en el corazón / como el ojo de una violeta”.
Providencial en la frecuentación del haiku que vendría fue R. H. Blyth, cuya obra Haiku en cuatro volúmenes (1949-1952) aportaba un tesoro de traducciones que despertarían el interés por esta forma más allá de ellos tempranos intentos de Hearn y los tanteos concomitantes de los imaginistas. Los poetas de la Generación Beat se inclinaron hacia Oriente y no le hicieron ascos al haiku. Jack Kerouac fue uno de sus cultivadores, pero también lo emplearon Allen Ginsberg y el todavía vivo Gary Snyder, que desde 1956ha vivido varias temporadas en Japón. Del autor de Aullido es este: “Campos de montaña nevados / vistos bajo las alas transparentes / de una mosca en el cristal”. También es de gran importancia, como traductor y poeta de haikus, Kenneth Rexroth. Richard Wright y Billy Collins lo han cultivado igualmente. De este último es: “El silencio / de un jarrón que cae / antes de golpear el suelo”. De Wright, “En la nieve que cae / un niño que ríe extiende las manos / hasta que son blancas”.
Pero no solo en la tradición anglosajona cuajó el haiku, también lo hizo en Francia en aquel paso del siglo XIX al XX ávido de novedades. En el país vecino lo han escrito Paul -Louis Couchoud y Julien Vocance (los precursores), y luego otros muchos, hasta Paul Eluard y Paul Claudel. En todas las lenguas el haiku ha tenido cultivo en el siglo XX y lo que llevamos del XXI, por prestarse tan bien a la captación del instante. Exagerando un poco, un haiku es, con ojos contemporáneos, una fotografía de Instagram en la que está prohibido el selfi. A través de Gran Bretaña y, sobre todo, de Francia llegaron los primeros efluvios del haiku a las literaturas hispánicas. De su presencia en estas tratará la cuarta y última entrega de esta serie.