Gaziel, el mito de 'Cathalonia' y el libro de los espejismos

Gaziel, el mito de 'Cathalonia' y el libro de los espejismos DANIEL ROSELL

Letras

Gaziel, el mito de 'Cathalonia' y el libro de los espejismos

La editorial Diëresis suma a su catálogo, donde ya figuran En las trincheras y Diario de un estudiante. París 1914, cuatro meditaciones de Agustí Calvet, traducidas por primera vez al castellano, acerca de la cuestión catalana

28 junio, 2024 19:00

El anhelo (secreto) de los intelectuales heterodoxos es convertirse (algún día) en ortodoxos. Todos los disidentes, sobre todo los profesionales, pertenecen a una de estas dos estirpes: por un lado están los apocalípticos sinceros, que impugnan el mundo en el que habitan movidos por la convicción, la fe en sus valores y un loable espíritu combativo –poca broma: la Historia es generosa en episodios donde se nos relata su martirio y exterminio–; por otro  tenemos a los integrados in fieri, aquellos que hacen industria de su rebeldía con la confianza de que, una vez hayan sido derribadas las inmensas y vetustas columnas del templo de Jerusalén, igual que hizo Sansón, podrán alzar un tabernáculo acorde a su gusto. No son familias incompatibles: a menudo ambas se entreveran y se confunden a lo largo del tiempo. 

Agustí Calvet (1887-1964), más conocido por el pseudónimo de Gaziel, dedicó su tesis doctoral (en filosofía) a la figura de Fray Anselmo Turmeda, un fraile mallorquín de la orden franciscana que vivió entre el siglo XIV y el XV. Turmeda fue un personaje singular: escribió indistintamente en catalán y en árabe y, tras renunciar a la fe católica en favor del Islam, se refugió en Túnez, donde ejerció como traductor comercial (trujamán) y dirigió la aduana portuaria. La elección del personaje no parece casual: un teólogo bilingüe, hombre sabio del Medievo, capaz de combinar la alta cultura con la utilidad secular del comercio. Casi se diría que Turmeda fue una especie de lejanísimo precursor del catalanismo cultural que profesó Calvet desde tiempo antes de convertirse en uno los periodistas más brillantes de España a comienzos del siglo XX, junto a personajes tan colosales como Julio Camba, Manuel Chaves Nogales, Eugeni Xammar, Josep María de Sagarra, o Josep Pla. 

Gaziel (1924)

Gaziel (1924) MIGUEL RENOMS (BIBLIOTECA DE CATALUÑA)

Gaziel, que eligió firmar en los periódicos con un alias para no quedar contaminado para siempre por la mala fama y baja condición social del oficio –al que llegó por casualidad, obligado por el mallorquín Miquel dels Sants Oliver, director de La Vanguardia, que quedó deslumbrado por las notas que Calvet había escrito en el París de 1914, al calor del estallido de la Primera Guerra Mundial–, nunca pensó en dedicarse al periodismo. Su padre, rentista de la industria del corcho, lo imaginó como un ilustre notario de Barcelona, pero su vocación real pasaba por hacer carrera académica, prosperar y convertirse en catedrático de Filosofía. 

No sería ni una cosa ni la otra. Tras estrenarse, para ganar unas pesetas y poder distanciarse de la sombra paterna, en La Veu de Catalunya, el periódico afín a la Lliga Regionalista, siempre bajo la guía de Enric Prat de la Riba, pasó a convertirse –sin buscarlo– en corresponsal en la capital gala del diario La Vanguardia, donde escribió unas crónicas prodigiosas sobre la Gran Guerra que lo catapultaron directamente a la dirección –al principio colegiada, dentro del irónico triunvirato que la familia Godó crease, siguiendo el modelo británico, para que ninguno de los tres elegidos pudiera ejercer en solitario el liderazgo absoluto del periódico; después, a partir de 1933, en solitario– del gran diario de la burguesía liberal barcelonesa. 

'Diario de un estudiante. París, 1914', de Gaziel

'Diario de un estudiante. París, 1914', de Gaziel DIÉRESIS

El destino lo convirtió en un periodista total –por encima de la media de su tiempo– y el mismo destino lo deshizo como tal tras la Guerra Civil y un tormentoso exilio en Francia, Bélgica y Suiza, que terminaría siendo el preludio de una sepultura de silencio en la España franquista, a la que tuvo que volver huyendo tras la rendición de Francia ante los nazis. En Madrid se refugió en el sello editorial Plus Ultra, al no tener permiso gubernativo para escribir más en los diarios y a pesar de haber apoyado a los golpistas firmando un manifiesto inspirado por la estela (siempre intrigante) de Francesc Cambó. Su historia es un cuento amargo, marcado por una frustración excesivamente prematura. Al mismo tiempo, puede juzgarse también como un ejemplo de cómo la inteligencia, en un tiempo donde la soldadesca fascista celebraba a gritos su muerte en los rectorados, encuentra su forma de contar otra España, aunque sea con bastante retardo y tras varios lustros de silencio. 

La editorial Diëresis, que ya contaba en su catálogo con obras suyas como París 1914 –el famoso diario de juventud– y En las trincheras, una selección de sus escritos sobre la Gran Guerra, acaba de traducir por vez primera al castellano las meditaciones de Gaziel sobre la cuestión catalana: Cómo somos los catalanes. En el libro se agavillan cuatro ensayos, escritos entre 1938 y 1947 entre París, Madrid y Sant Felíu de Guixols, sobre esta controversia. Juntos documentan la evolución del pensamiento del periodista ampurdanés.

'Cómo somos los catalanes', de Gaziel

'Cómo somos los catalanes', de Gaziel DIÉRESIS

Hijo intelectual del noucentisme y catalanista liberal, Gaziel fue un escritor de periódicos prodigioso, al que siempre le amargó la vida la precariedad del oficio, sobre todo después de que tuviera que huir de Barcelona –a la aventura– en el verano de 1936, tras ser amenazado por los pistoleros de la FAI y contemplar, con desgarro, el viraje de sus patronos en favor de la rebelión militar –véase su Historia (crítica) de ‘La Vanguardia’– y en la misma dirección que el resto de la burguesía barcelonesa, aterrorizada por el pánico ante una revolución bolchevique. Gaziel pasó de la cumbre a la sima. Nunca superó el temblor causado por esta súbita montaña rusa.

En un glorioso autorretrato (rubricado por su alter-ego) publicado en La Gaceta Literaria, el periódico dirigido por Ernesto Giménez Caballero, uno de los más activos propagandistas del fascismo más temprano, Calvet –desdoblándose en el imaginario Gaziel– se describe en 1927como “un pobre hombre, catalán y del Ampurdán, lo más catalán que pueda darse en el mundo”, alguien que ha caído “desde el cielo de la filosofía pura al infierno del periodismo remunerador”. Había que pagar las facturas. “Desde que me engendró” –escribe a continuación Gaziel en referencia a Calvet– “mi padre no ha vuelto a ser nunca más lo que era, y en cambio ha sido todo lo contrario de lo que pretendía ser. Es el caso de un hombre descartado, suplantado, devorado por su pseudónimo (…) Entre él [Calvet] y yo [Gaziel] existe, hay que reconocerlo, una oposición radical”. 

Gaziel, con su esposa Lluïsa Bernad y sus hijos (1932)

Gaziel, con su esposa Lluïsa Bernad y sus hijos (1932)

Al margen de la ironía –la distinción retórica entre el hombre y su personaje periodístico denota un talento notable como escritor– este esbozo que el periodista catalán hace de su persona nos da una clave para interpretar sus ideas sobre la cuestión catalana. Los cuatro ensayos de Cómo somos los catalanes son, de hecho un testimonio de su recorrido tormentoso  alrededor de los mitos, las creencias y los sobrentendidos, no siempre exactos, sobre la relación entre Cataluña y el resto de España. De ahí el asombro que nos produce la obra editada por Diëresis, donde primero disfrutamos de un Gaziel con una proverbial capacidad de análisis, un indiscutible criterio propio y una capacidad crítica colosal  frente a su propia tribu y, a continuación, a medida que pasa el tiempo y las heridas del exilio se hacen crónicas, sin llegar a cicatrizar, vemos a un escritor que necesita refugiarse, en busca de consuelo, en las mismas madrigueras sentimentales puestas en cuestión por él mismo. 

Lo fascinante de estos ensayos, que son un preludio de sus Meditaciones en el desierto, es que en ellos oímos a un hombre –entre los 50 y los 60 años– persiguiendo una salida, aunque sea ficticia, para salir imaginariamente del páramo de la España del franquismo, a la que Cataluña, a pesar de reinventarse después como una de sus víctimas, contribuyó de forma más que destacada. Estas dos llamas palpitan, igual que los demonios del infierno, en este libro, cuya génesis establece con nitidez su marco de lectura.

'En las trincheras', de Gaziel

'En las trincheras', de Gaziel DIÉRESIS

Gaziel se pregunta por la identidad catalana –un rasgo que distingue a un catalanista liberal: la duda evidencia que no estamos ante una naturaleza doctrinaria– tras una serie de reuniones privadas con Cambó, el líder del catalanismo burgués, que retrata con la brillantez de un periodista de primera, fascinado por la cercanía con el prohombre de la Lliga –directo, teatral, mediocre en la mesa y fracasado en sus vanas quimeras– y que, al mismo tiempo, guarda la distancia necesaria (como es la obligación de un buen periodista) ante un personaje cuya naturaleza le aboca a “intervenir, a entrometerse en todo y a llevar la batuta”. 

Gaziel, a pesar de no coincidir con Cambó sobre la situación política previa a la Guerra Civil,  que él veía con una mirada mucho más fatalista, terminaría coincidiendo con el prócer de la Lliga en Montreaux y colaborando con él, entre otros negocios, en la creación de una institución cultural consagrada al catalanismo. La iniciativa naufragó –Cambó murió en Argentina– pero el periodista decidió escribir un informe general sobre “el hundimiento de Cataluña”. Al hacerlo, compuso el agónico testamento de su generación.

'La Barcelona de ayer'

'La Barcelona de ayer' LIBROS DE VANGUARDIA

Así nacieron estos cuatro ensayos de Cómo somos los catalanes, donde Gaziel transita desde una posición leal, pero muy crítica, inteligentísima, sobre la mitología nacionalista, hasta un catalanismo obscenamente sentimental, que quizás fuera el fruto tardío de la necesidad de encontrar un último agarradero (platónico) ante el invierno de la posguerra. Más que un libro de ideas, que las tiene, y en abundancia, estos ensayos de Gaziel son la relación de un desgarro interior. Una apostasía a la inversa, donde el periodista que comienza rebatiendo –magistralmente– las invenciones del nacionalismo termina, aunque sea de aquella manera, aceptándolas, en busca de una paz interior, necesiado de alguna forma de consuelo. 

El Gaziel de los dos primeros ensayos –‘Introducción a una Nueva Historia de Cataluña’ y ‘Pueblos remolcadores y pueblos remolcados’– es antológico. Tiene una capacidad argumentativa insólita y un vigor intelectual envidiable, como muestra el juego referencial que hace –a partir del Quijote– para diferenciar los atributos, siempre discutibles, que identificarían el espíritu castellano frente al catalán. Su tesis no enuncia el pasado, sino que cuenta nuestro presente.

'Meditaciones en el desierto'

'Meditaciones en el desierto' DESTINO

A su juicio, Cataluña –como entidad política– nunca existió, en contra de lo que sostiene el relato de los historiadores decimonónicos (todos, nacionalistas) que equipara el pretérito medieval con la cristalización de la personalidad catalana en el XIX. Calvet, en una exposición colosal, defiende que la fe catalanista es un constructo, una destilación hecha según las aspiraciones de la Barcelona burguesa al amparo de un viejo mito de origen popular y raíz medieval que, en términos históricos, nunca existió. La Cataluña del XIX es la síntesis (fantasmal) de la convergencia entre el Romanticismo y el legado de la Revolución Francesa, que ha querido interpretar (hacia atrás) y proyectar (hacia adelante) un destino imaginario de un pueblo sin Estado, a imitación del modelo hebreo. 

Gaziel desacraliza así la historia oficial del catalanismo, hija de un espejismo basado en la confluencia de dos leyendas incompatibles por proceder de épocas históricas antagónicas, separadas por un milenio. “Es el vidrio el que genera el espejismo”, escribe, tras desmentir que el término Cathalonia –de origen romano– pueda identificarse con la Catalunya del fin de siècle. De hecho –agrega– son cosas diametralmente distintas: “El concepto moderno de nación, y sus derivados, nacionalidad y nacionalismo, nacieron el día en el que el derecho divino falló en el espíritu de los hombres”.

Portada del número 1 de la revista 'Catalònia' (1898)

Portada del número 1 de la revista 'Catalònia' (1898)

El periodista catalán cuestiona uno de los dogmas tribales de Cataluña: la confluencia, en una misma cosa, de un régimen jerárquico y piramidal con otro supuestamente popular. Es la misma síntesis que subyace todavía en el corazón del dogma independentista. Ni siquiera comulga Gaziel por completo con la idea de Cambó del hecho diferencial catalán, describiendo los planteamientos nacionalistas como anacronismos tardíos con respecto al “internacionalismo” de los (entonces) nuevos tiempos. 

Este relato providencial de la historia Cataluña, sencillamente, es una pura ficción. Para Gaziel se trata además de historia muerta (creada por los historiadores, que son quienes dan sentido y coherencia a hechos fortuitos) en contraste con la historia viva (guiada por el azar). La reivindicación de un (imaginario) Estado catalán perdido es la muestra más evidente del hondo sentimiento de impotencia y de la debilidad (política) de Cataluña. La razón del sentimiento trágico que acompaña desde su origen a la catalanidad, que no puede ni morir ni triunfar.

'¿Seré yo español?'

'¿Seré yo español?' PENÍNSULA

El segundo ensayo, dedicado a comparar las diferencias culturales entre Castilla y Cataluña, es otra obra maestra. Gaziel diferencia el espíritu catalán –prosaico, pragmático, interesado, pacífico y fenicio, al modo de Sancho Panza– con los ideales ascéticos y heroicos castellanos, forjados en el ejercicio de la milicia y la defensa de la cruz y la monarquía que representa la figura de don Quijote. Es esta incompatibilidad de caracteres la que explicaría la incomprensión mutua entre Cataluña y Castilla. No cabe concebir, según Calvet, una situación de igualdad entre Cataluña y el resto de España porque la sensibilidad materialista de la vida que tienen los catalanes es, a la vez, la razón de su prosperidad económica y la causa última de su sumisión política. Su aversión ante cualquier riesgo –porque implica la posibilidad, nada imaginaria, de fracasar– es su talón de Aquiles. 

El tono de los dos últimos ensayos cambia por completo en relación a los primeros. Ahora surgen las contradicciones, lo que indica que en 1947 el pensamiento crítico del periodista catalán ya se había movido de su eje inicial. El tercer ensayo, escrito en Madrid nueve años después del primero, es una reflexión sobre el mito de España y el fracaso de Cataluña. A pesar del heroísmo de Castilla, inútil para la prosperidad pero muy eficaz a la hora de dominar a otros, España –escribe Gaziel– no ha sido capaz de articular una verdadera unidad. En el caso de Cataluña se percibe un giro absoluto: lo que no existía salvo como una destilación de las clases burguesas del siglo XIX –Cataluña– ahora adquiere una carta distinta de naturaleza. El constructo se ha convertido ya en un sentimiento indiscutible. Gaziel parece desdecirse –o corregirse– y abraza parte del relato del nacionalismo, incubado a partir de la comparación (demagógica) entre una España imperial y una Cataluña huérfana de Estado.  

'Historia de La Vanguardia'

'Historia de La Vanguardia' EDICIONS CATALANES DE PARÍS

El periodista acepta el retrato de Cataluña como una ilustre nación antigua, encajonada entre Francia y Castilla –dos naciones heroicas– y escindida por los Pirineos. Divaga con dos conceptos: el complejo de desviación peninsular –la decisión de muchos de sus referentes sociales y culturales de marcharse a Madrid– y el complejo de atracción ultrapirenaica –el rumbo alternativo del destino francés–, elogiando al segundo y censurando al primero. Ante Francia, de donde venían todas sus preferencias literarias, Gaziel no siente agresión, ni aversión. Tampoco extrañeza. Sólo una concordia que le hace elogiar la “asimilación” de la Cataluña Norte a pesar de destruir a la mitad de esta nación catalanesca (imaginaria). 

El cuarto ensayo – ‘El desaliento’– es el más estremecedor de todos. Muestra a un hombre vencido que asume aquello que hasta ese momento había puesto en cuestión. ¿Por qué? No hay respuesta. Gaziel no se justifica. Sencillamente cambia de postura en relación a los años veinte y treinta. El original de esta meditación está fechado en 1944, lo que indica que su viaje hacia la semilla del catalanismo sentimental –opuesto al racional, que es el que siempre practicó– debió de producirse mucho antes de 1947. El ensayo está firmado en la ermita de Sant Elm, en Sant Felíu.

'Una vila del vuitcents'

'Una vila del vuitcents'

Gaziel, alejado de Madrid e instalado en su pueblo, vive una extraña epifanía. Contrapone a las dos Españas –la republicana y la nacional– con la nación catalana (sobre cuya existencia ya no expresa dudas), insiste en que la orfandad de un Estado catalán se debe a sus fallos, más que a circunstancias ajenas a la conducta de los catalanes, y critica a “las derechas catalanas” por dar la espalda a la República, contribuyendo extinción de la autonomía. Aunque Gaziel no lo nombra, se nota un evidente resentimiento contra las élites de Cataluña, aunque, igual que ellas, el periodista aceptase –en este último tramo de su vida– la identificación del pasado mitológico del condado medieval con las ambiciones nacionalistas del XIX.

Lo que en el primer ensayo del libro sólo era una proyección hacia el presente y el futuro –basada en la manipulación del pretérito– aquí ya es un todo indiscutible, en consonancia con la filosofía mecanicista de Prat de la Riba: “Si Cataluña es una nación, entonces merece un Estado”. Calvet sabe bien –porque lo escribe– que ser una nación no implica la creación de un Estado –“Aragón es menos nación que Cataluña pero tuvo un Estado”, se lamenta–, pero prefiere semejante simpleza frente a una “España decadente, centralista y castellanizada”. Ya no queda rastro del periodista prudente, analítico y desapegado de la pulsión sentimental de sus brillantes comienzos. La heterodoxia se ha convertido en ortodoxia. Hundido en la amargura de un exilio pavoroso, que destruyó su vida, arrinconado en Madrid tras un consejo de guerra, el periodista busca el consuelo de la religión catalanista, a la que tan hábilmente había diseccionado, abriéndola en canal, apenas seis años antes.

'La Península inacabada'

'La Península inacabada'

Calvet esboza a favor de su nueva posición una clasificación de “las razas” –término cuyo sentido en ese momento no es racial, sino cultural– donde diferencia las “auténticas” de las mezcladas –“con mestizos de diverso valor”– y de las híbridas, “vías muertas sin evolución”. También lamenta que el Estado catalán –“nuestro, muy nuestro, sólo nuestro”– sólo sea una posibilidad fallida. Es un Gaziel absolutamente diferente al que, veinte años antes, ignorante de las heridas de la Guerra Civil y el frío del exilio, previo a su etapa como brillante director de La Vanguardia, que convirtió en el diario más leído de toda España, decidido partidario de un catalanismo en castellano, se describe así en el autorretrato de La Gaceta Literaria:

“A pesar de su profunda catalanidad, de la que está muy satisfecho, siempre ha tenido la manía de rebasar sus límites originarios. España le interesa más que Cataluña, la Península Ibérica más que España, Europa más que la Península Ibérica y, por encima de todo, lo humano de Terencio”.

Más que una contradicción, que también, lo que enuncia semejante de profundis es un calvario. Gaziel compara a Castilla con el Islam –a su juicio dos imperios teocráticos y fugaces [ambos duraron sin embargo siglos] basados en una religión, ya sea la Cruz o la Media Luna– y necesitados de “colonias”. Habla de Cataluña como víctima del “esclavismo”. El tono de las críticas contra España –ya no hay distinción entre el franquismo y la nación española– parece servir como bálsamo ante la incapacidad catalana para emanciparse de Madrid. “La gran jugada sería la separación de España, pero en esto también hemos fracasado”.

'Tot s'ha perdut'

'Tot s'ha perdut' LA MAGRANA

Para Gaziel, sumido en este caudal de contradicciones, otra solución sería buscar, igual que Portugal con el Reino Unido, alguna “asistencia extranjera” (frente a España). Y se pregunta: “¿Dónde está nuestra Inglaterra?” No encuentra respuesta. Imagina entonces una tercera vía: la disolución del vínculo con España en el contexto de una Sociedad de Naciones. ¿Es un antecedente de la España Plurinacional? ¿Federalismo ibérico? Hay interpretaciones para todos los gustos. Incluso malévolas, como la que Pla escribió –años antes– en La Publicitat: “Gaziel se ha pasado la vida hablando del provincianismo de Cataluña y de los defectos del país, y ha olvidado que es el primer provinciano de la Rambla”. 

Calvet no llega a concretar su modelo político para Cataluña, pero sí dice que no es inteligente enfrentar a la nación española con la catalana –“eso lleva a un callejón sin salida”– porque su relación es asimétrica. Da la impresión, en todo caso, de estar más atormentado ante los vínculos de Cataluña con el resto de España que por la fragilidad del sueño catalanista, al que se suma igual que un carbonero, con una fe ciega que parece enmendar su pasado liberal. La pieza termina con un desahogo –“no podemos extinguir la luz de Cataluña sin transmitirla a los que vienen detrás”– y un encendido ¡Visca Cataluña! El periodista ejemplar, fino y frío, ya se ha convertido en su némesis. El filósofo grita el himno de la tribu. Renuncia a su escepticismo y enmienda a su alías socrático.

l escritor y periodista Agustí Calvet, Gaziel

l escritor y periodista Agustí Calvet, Gaziel

Demuestra así que, detrás de la cuestión catalana, y ésta es la gran lección moral de este magnífico libro, que hemos leído como si fuera una metamorfosis, en vez un proyecto épico, lo que subyace es un drama íntimo. Gaziel debió sufrirlo con toda su crudeza. Aquella Semana Santa de 1944, al pie de la ermita de su pueblo, hizo su camino hacia el Gólgota, regresando imaginariamente a la infancia. Al fin y al cabo, tiene sentido: el mecanismo esencial de todas las religiones, y los nacionalismos son una creencia teológica más, es conjurar este dolor, dotando de un sentido trascendente a las debilidades humanas, a través de una salvación indemostrable.