Bailar para el diablo (en Tik Tok)
La serie 'Bailando para el diablo' constata cómo las sectas pueden captar un nuevo público que se pasa horas en las redes sociales
28 junio, 2024 20:59Lo reconozco: uno de mis placeres culpables favoritos es ver series de televisión sobre sectas destructivas (¿las hay de otro tipo?, me pregunto). Puede que ustedes me tengan por una persona seria que se mata por descubrirles productos de visionado satisfactorio, pero, en cuanto me descuido, me engancho a alguna serie de sectas, aunque la verdad es que todas se parecen mucho: por regla general, el gurú o líder es un robaperas (como diría el ex comisario Villarejo) que se dedica a lucrarse a costa de las almas perdidas que ha reclutado y a beneficiarse a las pupilas más apetecibles, utilizando generalmente la excusa (inverosímil, pero de una eficacia sorprendente) de que acostarse con él las sitúa prácticamente a dos pasos de la divinidad.
Gracias a esta manía (quiero creer que) inofensiva, me he tragado cantidad de historias sobre sectas, pero no había visto ninguna como Dancing for the devil (Bailando para el diablo), que se desarrolla en el fascinante y para mí poco conocido mundo de Tik Tok, la aplicación china que está convirtiendo Instagram en una cosa viejuna (por no hablar de Facebook, considerada por los más jóvenes como un desahogo para carcamales). La costumbre de lavar el cerebro a la gente y forrarse a su costa se instauró en Tik Tok a mediados de los años 90 gracias a un coreano-americano llamado Robert Shinn que demostró estar especializado en el multitasking chungo. El hombre tenía varias empresas: inmobiliarias, floristerías, restaurantes, un poco de todo…Y, al mismo tiempo, había fundado su propia iglesia, la Shekinah Church (a Dios rogando y con el mazo dando). La iglesia, evidentemente, era un sacacuartos de manual, pero el emprendedor señor Shinn encontró una nueva manera de rentabilizarla añadiéndole una función: agencia de colocación para tik tokers aficionados a grabarse bailando, a ver si se fijaban en ellos Beyoncé, Lady Gaga o Taylor Swift y salían de pobres de una vez.
Tocomocho para los restos
El astuto señor Shinn fue reclutando aspirantes a estrellas de la danza, prometiéndoles el oro y el moro, consiguiéndoles algún trabajito (de cuyos emolumentos se quedaba la mayor parte), prometiendo cosas que no cumplía, comiéndoles el coco con lo de Shekinah y recurriendo al viejo truco del acercamiento a la divinidad para pillar cacho entre lo más apetecible que tenía a mano. Los aspirantes a estrella, sin apenas darse cuenta, acababan convertidos en esclavos del taimado asiático porque les había prometido un estrellato que nunca llegaba. Los más espabilados acababan dándose el piro de alguna de las casas en las que los apelotonaba, pero los más lerdos y/o fanáticos se quedaban atrapados en el tocomocho para los restos.
El timo se desarrollaba sin problemas hasta que el matrimonio Wilking, cuya hija mayor, Miranda, había caído en manos del gurú rijoso y pesetero, expusieron su caso en las redes sociales y las cosas se le empezaron a complicar al siniestro señor Shinn. Hasta cierto punto. Pese a la que armaron, Miranda se mantuvo en la secta y no hubo quien la convenciera de lo contrario. A partir de ese caso concreto, el cineasta Derek Doneen ha fabricado una miniserie de tres capítulos que ha colgado recientemente Netflix y cuyo principal interés radica en el nuevo escenario descubierto por las sectas para extender sus maldades, Tik Tok.
Un mundo inocuo, aparentemente
Aunque Dancing for the devil se centra en el caso Miranda Wilking, no es ésta el personaje más interesante de la trama (a ratos piensas que ella y sus padres se merecen lo que les pasa, con su culto al éxito y esa fe en la maldita costumbre norteamericana de dividir a la gente entre winners y losers), los personajes más interesantes y emotivos de la serie son dos hermanas coreanas, Melanie y Priscylla, abandonadas de niñas en Seúl por su padre y a las que su madre se llevó a los Estados Unidos para proporcionales una vida infernal con su promiscuidad y su alcoholismo militante. Las hermanitas eran las víctimas perfectas para un tipejo como Shinn. Melanie huyó a tiempo, Pero Priscylla se tiró diez años ejerciendo de esclava sexual (y esclava en general) del gurú de marras, y cuando se decidió a darse el piro, la cosa fue como escapar de una prisión (hubo que recurrir a un amigo negro y fuertote provisto de un bate de béisbol). A destacar la espeluznante secuencia en la que Melanie, momentáneamente en Seúl, le pega un chorreo a su anciano padre que a éste parece entrarle por una oreja y salirle por la otra.
Aunque el señor Shinn tiene un juicio pendiente para el año que viene (perdón por el spoiler), el tipo sigue suelto y arruinando la vida de innumerables aspirantes a estrellas de la danza. Y disfrutando, supongo, del dudoso honor de haber llevado el mundo de las sectas a un entorno tan aparentemente inocuo como Tik Tok.