El mundo de Paul Auster

El mundo de Paul Auster FARRUQO

Letras

Paul Auster, la última 'lit-star'

Con la muerte del novelista norteamericano se extingue una manera de entender no tanto la literatura como el fenómeno literario, donde los escritores con riesgo y ambición artística todavía podían aspirar a conquistar el corazón de un amplio público de lectores

1 mayo, 2024 14:16

Hubo una época, allá por los años 90, donde Paul Benjamin Auster se convirtió en el escritor contemporáneo por antonomasia. Sus novelas conocían tanto el prestigio crítico como el milagro del éxito en ventas. Muchas de ellas eran adaptadas con rigor y hasta con talento al cine. Él aparecía en todas las portadas de los suplementos; no solo literarios, también en las revistas de tendencias o periódicos generalistas. Con su hipnótica mirada de rayos X y su elegancia natural. El tipo era capaz tanto de citar a Rimbaud o a la artista contemporánea Sophie Calle como de comentar el último partido de su equipo de beisbol. Auster era lo más parecido a un Charles Dickens contemporáneo –la cita es de Wim Wenders–, un clásico de cercanía. Si al escritor inglés le esperaban en los puertos de Estados Unidos multitudes de lectores, al autor de Newark le pasaba lo mismo en sus multitudinarias giras o en sus apariciones públicas.

Auster se convirtió en el escritor literario –cuando la etiqueta literaria no era todavía sospechosa para el mercado editorial– por excelencia. Algo así como el Woody Allen de las letras, aunque en su caso su espacio literario no fuera Manhattan sino Brooklyn. Una literature star. Alguien a quien venerar con cada obra que entregaba a la imprenta. 

'La trilogía de Nueva York'

'La trilogía de Nueva York' ANAGRAMA

En efecto, no había biblioteca que mereciera tal nombre o conversación intelectual que no lo tuviera en cuenta. Tampoco era concebible ser un lector atento si no conocía la sutil mezcla de extrañamiento y costumbrismo de obras como la distópica El país de las últimas cosas, La música del azar o Leviatán. El éxito internacional le llegó con la posteriormente llamada Trilogía de Nueva York (que contenía las novelas La Ciudad de Cristal, Fantasmas y La habitación cerrada). 

Auster se convirtió en el autor preferido por todo el mundo. Su obra fue traducida a más de cuarenta idiomas. Y además lo hizo de una forma inconcebible hasta entonces, logrando la cuadratura del círculo al lograr que una (supuesta) escritura para minorías, marcadamente metaliteraria y con detalles arty, se convirtiera en referencia del mercado de best-sellers globales. Un superventas indie que, sin renunciar a su independencia, había conquistado el corazón mismo del mainstream de la época.

El escritor Paul Auster

El escritor Paul Auster

Su aparición supuso una alteración (relativa) en el código genético de la cadena de grandes escritores judíos de Nueva York. Su obra parecía ajena al linaje conformado por Saul Bellow, John Updike o Phillip Roth. Sus obras tenían humor, pero no eran corrosivas, contenían una fascinante ligereza en lo formal, un toque francés y juguetón, una sencillez contagiosa –era la antítesis de sus predecesores—que las hacía más accesibles para el gran público. 

Como todo gran amante de Nueva York, Auster nació en sus márgenes, en una familia sin antecedentes ni tradición literaria, y fue su voluntad y su obras las que le fueron llevando al centro de todo. Pero, más que conquistar Manhattan lo que su obra consiguió es ampliar y desplazar el radio del mapa literario hasta el gigantesco barrio de Brooklyn.

A esta leyenda contribuyó su periplo como marinero en un petrolero y sus años a lo Hemingway en París, donde tradujo a autores franceses como George Simenon o Stephen Mallarmé. Heredero de la exaltación juvenil de Mayo del 68, Auster nunca dejó tener una postura antiautoritaria y su obra bebe abundantemente de esos años formativos. Después se casó con la gran escritora Lydia Davis, cuando ambos trataban de sacar adelante una familia y, en paralelo, proseguir con sus carreras literarias.

'El Palacio de la luna'

'El Palacio de la luna' ANAGRAMA

Por no faltarle nada al mito, tampoco carece de dificultades iniciales. Cuentan que La ciudad de cristal, la primera obra que firmó con su nombre –antes, en 1976, había publicado la novela negra Jugada de presión con el pseudónimo de Paul Benjamin—fue rechazada hasta por diecisiete editoriales –los escritores noveles saben que no son tantas—antes de conocer el aplauso generalizado.

A ese éxito sin parangón contribuía, sin duda, su fotogenia y el savoir faire personal. No había mejor campaña publicitaria para sus novelas que la conversación inteligente y aseada de un Auster que, en la cima de su profesión, se conducía con una generosidad y simpatía irresistibles. Su imagen pública era la mezcla perfecta entre la bohemia y la burguesía ilustrada. Loquito, pero no tanto. Su bonhomía lo convirtió en una especie de hermano mayor para los aspirantes a escritores, en el yerno perfecto de todas madres lectoras progresistas. En el amigo americano ideal para los escritores europeos. Solía recibir a los periodista y a los escritores extranjeros en su casa de Brooklyn, convirtiendo un vecindario entonces no tan conocido –Park Slope– en una topografía de leyenda. Nunca un escritor contribuyó involuntariamente tanto a gentrificar su ciudad.

Su predicamento no puede entenderse sin su público: lectores ávidos de nuevas sensaciones literarias, cuando leer literatura de calidad representaba un rasgo de distinción o, al menos, un marcado deseo aspiracional. La literatura sin complejos de Auster, que combinaba la aventura de las ya antiguas vanguardias europeas con la eficacia narrativa de contar una buena historia, resultó imbatible. 

'Ciudad de cristal'

'Ciudad de cristal' ANAGRAMA

Igual que Jonathan Franzen, mucho más tarde, supo quedarse con los hallazgos posmodernos de David Foster-Wallace o Donald Barthelme y apaciguarlos para que pudieran ser degustados por un amplio paladar de lectores, Auster realizó una operación análoga con su cocktail, a medias europeo y también yanqui. Con esa receta consiguió colocarse en el lugar exacto entre la experimentación, el misterio y la eficacia. 

Su estela era tan grande que desbordó las costuras del éxito literario. Durante unos años se introdujo con éxito en el mundo cinematográfico y las adaptaciones de obras literarias al tebeo y la novela gráfica. Auster escribió los guiones, y parece que se ocupó de la parte final de la filmación por problemas de salud de su director Wayne Wang, de la soberbia Smoke (1994), donde se incluye una versión de su inmortal Cuento de navidad de Auggie Wren interpretada por Harvey Keitel y William Hurt.

También dirigió su espontánea continuación –Blue in the face (1995)– y la más irregulares Lulu on the Bridge (1998) y La vida interior de Martin Frost (2007). Estas películas son a la vez –como toda gran obra– místicas y materialistas, ficcionales y autobiográficas. Sus narradores, más que investigar para resolver un enigma externo, lo hacen para conseguir entenderse, para dar sentido a sus vidas heridas de contingencia.

Cartel de la película 'Smoke'

Cartel de la película 'Smoke'

Después de estas décadas fantásticas, donde todo lo que escribía parecía convertirse en oro, con el final del siglo XX y el inicio del actual entregó libros como Mr.Vértigo, la deliciosa autobiografía canina Tombuctú, El libro de las ilusiones, La noche del oráculo, Brooklyn Follies o Viajes por el ScriptoriumDespués de la cresta de la ola, su obra vivió en paulatino pero lento retroceso entre público y crítica. Empezaron a aparecer los reparos ante unas novelas que demasiadas veces repetían fórmula o se amarraban al giro dramático azaroso como modus vivendi.

Nada grave. Atrincherado en su casa junto a su esposa Siri Hustvedt, Auster siguió entregando novelas interesantes y personalísimas, resistiendo los embates y fatalidades de las muertes familiares, tan presentes en toda su obra. Como si ante la certeza de que su tiempo se estaba acabando, Auster decidiera atarse más a la propia realidad. En sus última obras, una vez perdido el impulso que lo llevó a ser el número uno, sus libros han ido virando hacia la no-ficción y lo autobiográfico en novelas como Sunset Park, la elefantiásica 4 3 2 1 o el (etiquetado) testamento literario Baumgartner.

Suele suceder: cuando llega el desinterés del mercado y se agota el nuevo público lector, llega la avalancha de premios y reconocimientos institucionales, entre ellos el Príncipe de Asturias. Auster fue acumulando galardones y honores de universidades y fundaciones a modo de tesoros perdidos en un naufragio que había tenido lugar algunas décadas antes. Pecios merecidos, pero rutinarios.

'La vida interior de Martin Frost'

'La vida interior de Martin Frost' ANAGRAMA

Es interesante ver cómo la recepción crítica del matrimonio Hustvedt-Auster explica los vaivenes del mercado editorial de finales del siglo XX y principios del siglo XXI con sus filias y sus fobias. Si al principio a su esposa se le adjudicaba la etiqueta de mujer de, en los últimos tiempo las tornas se habían invertido hasta hacer de Hustvedt la referente. Minucias, más allá de filias y fobias sociológicas. La verdad es que la obra de ambos  constituye una fuente de placer, reflexión y sensibilidad extraordinaria.

Con su muerte, tras larga convalecencia del cáncer –Hustvedt decía que vivían en Cancerland– se acaba una manera de entender no solo la literatura, sino el fenómeno literariol. Una época donde el éxito no tenía inevitablemente que ir aparejado a las concesiones artísticas y la popularidad iba de la mano de la calidad literaria. Sabemos, por boca de Hustvedt, que en los últimos tiempos Auster estaba trabajando en un último texto. Intuimos, que como todos los grandes artistas, su obra seguirá escribiéndose más allá de su desaparición física.