Una fotografía de Martin Amis en los años 80 firmada por el propio autor británico

Una fotografía de Martin Amis en los años 80 firmada por el propio autor británico

Letras

Martin Amis: 'Brooklyn'

'Letra Global' selecciona una pieza de Amis publicada en 'Granta en español', 'Autorretrato', con una historia que impresiona al lector con su característico estilo

11 octubre, 2023 21:05

Letra Global, tras un acuerdo con la prestigiosa revista Granta en español, publicada por Vegueta, presentará una selección de los mejores textos, una muestra de la literatura contemporánea, con los mejores creadores. Granta en español, que dirige la editora Valerie Miles, ha logrado una gran repercusión gracias a la atención y al mimo de escritores de todos los continentes, con números de una enorme calidad, que han tenido eco en Letra Global, como el que se centró en la literatura de Perú.

Granta en Español, es émula de la revista británica Granta, y se publicó por primera vez en mayo de 2003 por iniciativa de los editores Valerie Miles y Aurelio Major, motivados por la necesidad de interpelar y trasvasar las literaturas que han ido surgiendo en países hispanoparlantes y angloparlantes en los lustros recientes.

La revista en español fue pionera en la internacionalización de Granta, que se expandió en países como Italia, Suecia, Japón, China, Portugal, Brasil, Finlandia, Israel, Noruega, Bulgaria, entre otros. Lo que los editores de Granta en español siempre han pretendido es establecer un diálogo y debate entre países de habla hispana para insertarlo en la conversación internacional por medio de la traducción. Con ello, la revista publica obras originales, novedosas y reportajes narrativos cuidadosamente seleccionados. Y también entrevistas a fondo sobre el arte literario con destacados escritores.

En Letra Global hemos destacado sus recientes números, como el titulado Poéticas del lenguaje, centrado en la música de las lenguas, las palabras vivas que cobran significados distintos, con la ayuda de los traductores. Se trata de un número sextilingue que demuestra la enorme riqueza lingüística en España.

El texto seleccionado es del escritor Martin Amis, Autorretrato, que apareció en el número 15 de Granta en español en la primavera de 2015. La traducción del inglés corre a cargo de Ana Pedrero.

Brooklyn

Mi gato, Shadow, empezaba a confraternizar por fin con su vecino de al lado, Benji. En sus convergencias previas, las cuales habían ocurrido unas tres o cuatro decenas de veces, Shadow y Benji se habían enfrentado como erizos furibundos, pero todos esos bufi dos y erizamientos rabiosos parecían haber sido ya relegados al pretérito. Encaramados en la valla de madera, ambos de tamaño medio y de un negro intenso, recordaban a los dos maquinadores cuervos de un antiguo poema isabelino.

–Óyeme, ¿qué tal es donde vives?

–Es una casa alta –dijo Shadow–. Pero yo me quedo en la planta baja y el sótano. El sótano es donde ponen la letrina. Aunque ya casi no la uso.

–Para qué. Se hace fuera y se entierra.

–Precisamente. Y se cava el hoyo de antemano.

–Es de sentido común.

Shadow giró la cabeza.

–¿Y cómo es donde vives tú?

–Vivo en un departamento.

–¿Qué es un departamento? Benji se lo explicó.

–Ah, un piso. Perdona, es que soy inglés.

–Sí, ya decía yo que hablabas raro. No lo digo por ofender.

–Descuida –dijo Shadow.

–Bueno, ¿y quién te da de comer en tu casa?

–Verás, la cuestión es que son cuatro. Dos niñas, una chica mayor y un hombre. –Se le pusieron ojos nostálgicos–. La mayor es la única que me alimenta con mimo. Incluso a veces canta mientras lo hace.

–¿Canta?

–Sí, canta. «Es mi chico favorito.» Canciones por el estilo. Las niñas me dan de comer como si tuvieran prisa. Y al hombre le da asco y se queja, aunque tengo que reconocer que a veces puede llegar a ser muy considerado.

–¿Y, eh, la comida qué?

–Bueno, supongo que no está mal. Pienso de sabores. Ternera en salsa, pollo en salsa. Siempre salsa. Y atún y salmón con salsa. Gambas. Lenguado. Caballa. A veces incluso pescado de verdad de la nevera o de la sartén… ¿A qué viene tanta fijación con el pescado?

–¿A poco no? ¿Por qué creen que nos gusta el pescado?

–Así es. El pescado no está mal. Pero lo que apetece de verdad es ratón.

–Mmm. El ratón es delicioso –dijo Benji–. Los ratones son muy ricos.

–Mmm. Cuando todavía están tibios. Y la cola hace cosquillas en la nariz al sorberlo.

–Y, además, matarlos es divertido. Pero ¿cada cuánto te cruzas con un ratón?

–Ya. Y nunca te ponen ratón para comer.

Benji alzó una zarpa y se la lamió, como para saborearla.

–¿Tienes gatera?

–¿Qué es una gatera?

A lo alto, a unos seis metros por encima de Shadow y Benji, dos ardillas hembra bajaban contoneándose por el viejo poste de telégrafo y se colocaban en fila india en el grueso y flácido cable de la luz. Mientras se balanceaba de un lado a otro, la ardilla que iba a la cabeza decía:

–Me alegro de que hayas venido. Y te diré por qué en cuanto mi amiga se reúna con nosotras. Te gustará el lugar. Como ves, no es un jardín amplio, pero fíjate en eso. Estamos muy orgullosas de él.

–Dos troncos enormes. No es árbol cualquiera. ¿Sabes de qué tipo?

–Una morera. Así que a veces tenemos de sobra para mordisquear.

–Giró la cabeza con brusquedad y miró hacia abajo–. Y no te preocupes por aquellos dos. El que no está lamiéndose la pata es el gato del jardín –trinó con sorna–. A veces intenta arremeter contra nosotras. Es patético.

–Son lentos.

–Son lentos. Mucho. He visto más rápido crecer la hierba. Se lleva un buen chillido cada vez que lo intenta. Incluso el hombre del jardín sería más rápido que él.

–¿El que está donde las puertas de cristal?

–Sí, ése. Tranquila, el tipo no es malo. Sólo está fumando. Antes me llevaba alguno que otro susto, pero ahora ya, sin más, lo ignoro. En cambio, es conveniente temer cuando la zarigüeya merodea por aquí.

–¿Hay una zarigüeya?

–A veces. No es más que otro torpe comedor de basura. No nos supone una amenaza. Pero es que es muy desagradable. Como una llaga enorme. Y el viejo hace que se escabulla. Le lanza piedras… Ah, aquí la tenemos. Otra ardilla se les unió.

–Venga, chicas, saludaos y podremos empezar.

–Hola.

–Hola.

–Muy bien. Como decía, estoy encantada de que hayamos encontrado a una tercera. Porque puede hacerse con dos, pero en realidad hemos de ser tres.

–¿Hay que ser tres para…?

–El pilla-pilla. –Se colocó en la posición de listos con la cola tiesa apuntando al cielo–. Y tú la llevas.

¿Y cómo está eso de acariciar en tu casa?

–Podría ser mejor, si te soy sincero, Benji –dijo Shadow tras una afligida pausa–. Las niñas y la adulta tienen la desagradable costumbre de cogerme en brazos. Y no me gusta nada que me cojan en brazos.

–Ni a mí.

–Te sientes atrapado.

–Sí.

–Fuera de lugar.

–Sí. Sabes, qué bueno haber encontrado a alguien que comparta mi opinión sobre esto. Que te lleven en brazos está sobrevalorado.

Y el hombre, ¿qué hace?

–Él no me coge, pero… –Shadow dudó–. Bueno, cuando me dejo caer a sus pies y me pongo a rodar, lo que en mi opinión es absolutamente irresistible, sólo una de cada cinco veces se inclina y me rasca brevemente bajo la barbilla.

–¿Y nada más?

–A veces me acaricia con el zapato.

–Con el… –Hubo una pausa llena de consternación–. Oye, Shadow, ¿tu hombre a veces te patea?

–¿Patearme? No. En absoluto. ¿Por qué iba a hacerlo? Benji inclinó la cabeza a un lado y al otro.

–Bueno, verás, es que el mío está siempre de malas por la noche. Pero siempre. Casi siempre. Llega a casa arisco. Es porque odia su trabajo.

El escrito británico Martin Amis

El escrito británico Martin Amis DANIEL ROSELL

–¿Qué es un trabajo? 

En el adoquín bajo Shadow y Benji, dos moscas estaban a punto de compartir la deyección de un pájaro que había adoptado la forma de una plasta negra y crujiente. La mosca más pequeña era una crisálida recién evolucionada; podría decirse, en una escala temporal lógica, que apenas acababa de salir de la gusanidad. La mosca más alta y peluda tenía diecinueve días y, con un poco de suerte –si nada interrumpía el plan de la naturaleza–, aún le quedaba más o menos una semana de vida.

–Oiga –dijo la mosca más pequeña–. ¿Qué se cuece por allá, vieja?

–¿En la parte cubierta al lado de las puertas de cristal?

–Sí. He echado un vistazo. Cubo de basura, pila de leña. Húmedo y mojado. Un agradable tufo a colillas. Parece un buen lugar para pulular.

–Es que es un buen lugar para pulular –dijo la mosca mayor–. Además, tienen mangueras y palos de escoba de colores a los que pegarse. Pero ten esto en cuenta, joven, y que no se te olvide: en cuanto el hombre aparezca, sal de ahí escopeteada.

–¿Y eso por qué, vieja?

–Porque es un maldito genocida. Por eso.

La mosca joven regurgitó otro chorro de baba viscosa para licuar la comida.

–¿El manotazo?

–No, el manotazo no. –La mosca mayor hizo una pausa dramática–. El espray.

La mosca joven tragó saliva y dijo:

–El espray. En lo que llevo de vida, he esquivado alguno que otro manotazo. Como le contaba, normalmente me muevo por las cocinas. Pero el espray…

–Mira. Ahí viene. Fíjate. Las persigue y se acerca a ellas con sigilo. Como si fuera una misión… Por Dios. ¿Lo has visto?

–La Virgen. En plena cara. –La mosca pequeña volvió a tragar saliva–. Y ahora, ¿qué pasa?

–Estate atenta. –La mosca grande adoptó un tono sombrío–. Cuando el espray las alcanza, siempre alzan el vuelo pensando que se les pasará una vez que estén en el aire. Entonces no pueden evitar posarse o incluso se estrellan… Sí, ha caído. Fíjate. ¿Ves cómo tiemblan sus alas? ¿Y cómo intenta estirar las patas traseras? Créeme, joven, es una muerte horrible.

–Dios Santo.

–A veces tiene dos botes. Uno en cada mano. Ese hombre es un puto animal.

–Tomo nota. No hará falta que me lo diga dos veces.

–Vamos a ver, ¿es que acaso no tenemos derecho a existir, como todos los demás? No mata a las ardillas, no mata a los gatos.

–Ni lo piense. La vida es demasiado breve.

La mosca mayor estaba intentando evitar poner sus ojos compuestos en blanco. Tenía tiempo de sobra para dedicarse a la mosca joven, pero también pensaba que, por desgracia, esa actitud era típica de las generaciones jóvenes.

–Venga, tómatelo en serio, chica. Piensa. A ver, ¿qué somos? ¿Seres inferiores? No picamos ni mordemos. A veces zumbamos, pero no chillamos, como otras que yo me sé.

La mosca pequeña hizo un ademán pasota con su pubescente pata y dijo:

–Ya ve.

–¿Ya ves? Piensa, joven. Porque yo no lo entiendo. A ver, ¿qué se supone que tenemos que es tan «ofensivo»? No lo entiendo. ¿Puedes nombrar un solo hábito «de mal gusto»?

–Que le den. A comer. Que aproveche.

Se pasaron un buen rato expectorando con esmero sobre su comida.

–Oiga, vieja, ¿sabe qué? –La mosca joven tragó con deleite y dijo, asintiendo con la cabeza–: Esta mierda está buena. Hasta luego. Ya nos veremos.

–Un placer hablar contigo, Benji.

–Igualmente. Óyeme, Shadow. ¿Cómo vas a regresar dentro?

–Tú tienes una gatera. Yo tengo a mi hombre.

Benji olfateó y dijo:

–Ah, claro, es verdad, que ni trabaja. El imbécil sólo se dedica a dejarte entrar y salir.

–¿Imbécil?

–Sí: como imbecile, pero aquí se dice imbécil.

–Ah. Sí, es verdad, el, eh, el imbécil este se limita a dejarme entrar y salir. Y siempre pienso que, ya que no tiene nada mejor que hacer, podría acariciarme más, ¿no te parece? Pero se le da bien dejarme entrar y salir. Casi nunca tengo que esperar. Es una gatera a tiempo completo.

–Sí. El imbécil es una gatera a tiempo completo.

Shadow sonrió.

–Pues, ¿sabes?, cuando me deja entrar le doy las gracias.

–¿Cómo le haces?

–Es algo a medio camino entre un maullido y un ronroneo. Algo así.

Hizo una demostración.

–Buenísimo –dijo Benji.

–Verás, observa.

Shadow se deslizó por los siete escalones y se sentó expectante frente al cristal. La puerta se abrió.

–Gracias.

–No hay de qué.

–Gracias otra vez.

–No hace falta que me des las gracias, Shadow. Solo estoy haciendo mi trabajo. Al fin y al cabo –dije, encogiendo los hombros

mientras volvía a mi escritorio–, para eso estoy aquí. ■

 

Traducción del inglés de Ana Pedrero