Imagen de la serie ‘Los abandonados’

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Cine & Teatro

‘Los abandonados’: Regreso al salvaje oeste

La serie 'Los abandonados' es un brillante y tenso mano a mano entre dos mujeres de armas tomar: una indómita inmigrante irlandesa y una aristocrática señorona holandesa que conviven en un pueblo cutre y permanentemente enfangado

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De pequeño me empapucé un día de tocinillos de cielo y acabé vomitando y cogiéndoles tal asco a los malditos tocinillos que no volví a probarlos jamás. En otro orden de cosas, algo parecido me sucedió con los westerns, que constituyeron mi género favorito durante la infancia (junto a las películas de espías: James Bond y sus derivados) y de los que acabé tan empachado (era muy devoto de los spaghetti westerns de Sergio Leone) que, ya de adulto, me costó muchísimo volver a ellos.

Tras años de abstinencia del salvaje oeste, acabo de regresar a él con la serie de Netflix The abandons (Los abandonados, siete episodios), creada por Kurt Sutter, que pasó por The shield (una serie de polis tan brillante como ninguneada: los peligros de estrenar al mismo tiempo que The wire) e ideó Sons of anarchy (una historia criminal con moteros chungos). Puestos a vencer mis reticencias, conté con la presencia de Gillian Anderson, la inolvidable agente especial Dana Scully de Expediente X, y de Lena Headey, la Cersei Lannister de Juego de tronos.

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Los abandonados es, de hecho, un brillante y tenso mano a mano entre dos mujeres de armas tomar: la indómita inmigrante irlandesa Fiona Nolan (Headey) y la aristocrática señorona holandesa Constance Van Ness (Anderson), que conviven, o hacen como que se soportan, en un pueblo cutre y permanentemente enfangado en el que la única casa bonita es la de los Van Ness.

Constance explota unas minas y cuenta con el soporte financiero de un Vanderbilt, pero no le basta y se ha propuesto quedarse con toda la zona. Por las buenas o por las malas. Por eso, primero hace ofertas a sus vecinos por sus propiedades, y si estos se resisten, optan por la táctica de los actuales narcotraficantes sudamericanos: plata o plomo.

Violador enterrado

Su némesis es Fiona Nolan, una viuda (su marido se cayó borracho del tejado, o lo empujó ella, la cosa no está clara) con cuatro hijos adoptivos que compensan, o lo intentan, su esterilidad. Fiona no vende y no se vende. Y da la impresión de que, como dice la frase hecha, ese pueblo no es lo suficientemente grande para nosotras dos.

Todo empieza a irse definitivamente al carajo cuando un hijo de Constance intenta violar a una hija de Fiona, que se lo toma tan mal que le clava un tridente de apilar paja al intruso, que luego es rematado por la implacable madre adoptiva irlandesa, que es de natural expeditivo. Para intentar parar el golpe, el violador es enterrado (debajo de un perro) en medio del bosque, con una crucecita en honor al chucho. ¿Se va a creer Constance que su hijo ha desaparecido sin más? Todo parece indicar que no.

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Y así va avanzando la historia hacia un desastre final que se huele en el ambiente y que cuenta con bastante leña echada al fuego, como el romance de una hija de Constance con un hijo de Fiona. No les contaré el final, que además es el típico cliffhanger que deja abierta la puerta a una segunda temporada, pero, como se pueden imaginar, no es en absoluto un final feliz.

Por la supervivencia

Aunque rodada en Canadá, Los abandonados ha elegido muy bien sus paisajes y transmite algo muy parecido a la verdad de los orígenes de los Estados Unidos de América, incluida la lucha de clases, aquí personificada en la humilde Fiona y la muy sobrada Constance. La obsesión americana por los winners y los losers ya está presente en las dos fascinantes arpías que protagonizan Los abandonados, dos mujeres dispuestas a todo para imponerse en un entorno hostil no, lo siguiente, que hace unas décadas podrían haber tenido el físico de Bette Davis o Barbara Stanwyck.

Los abandonados no descubre la pólvora en el mundo del western, pero lo que hace, lo hace muy bien. Y aporta la novedad de centrar la acción (en un mundo de hombres) en dos mujeres luchando no tanto por el triunfo, como por la supervivencia.

La ambientación es espléndida (cabe destacar la escasa higiene que se aprecia en el elenco masculino, especialmente creíble en lo que es, a todas luces, un pueblucho de mierda) y las interpretaciones, sobre todo las de las protagonistas, son magníficas.

Por no hablar de que con Los abandonados he superado, por fin, el empacho infantil y superado mis reticencias a un género cinematográfico tan digno como cualquier otro. Eso sí: le sigo teniendo una incomprensible manía a John Wayne, de quien tantas películas me tragué de pequeño.