El Premio Nobel J.M. Coetzee

El Premio Nobel J.M. Coetzee

Letras

Coetzee y la lengua hegemónica

La literatura moderna, particularmente la del siglo XX, está llena de autores que se han rebelado contra la supremacía política e ideológica de su lengua desde dentro, utilizando su extrañamiento con respecto a su cultura como herramienta para renovar el idioma

17 julio, 2023 16:54

“He perdido la batalla contra el inglés”, ha declarado estos días J. M. Coetzee en Madrid, donde está pasando unas semanas para participar en el nuevo proyecto Escribir el Prado. Desde la publicación de Siete cuentos morales (2018), el Nobel Sudafricano emprendió un experimento desafiante con respecto a la originalidad de su obra, escrita en un inglés que quiso relegar a un segundo plano, ocultándolo, para otorgarle al español la dignidad de lengua madre.

El novelista ha trabajado denodadamente estos últimos años con su traductora, la argentina Elena Marengo, quien ha fijado un texto autorizado a partir del cual poder traducir a los demás idiomas, incluido el inglés. Al final, sin embargo, la industria editorial se ha impuesto y muchos países –entre ellos Francia, Polonia o Japón– se han negado a aceptar el texto en castellano como original. 

La cuestión resulta incitante en más de un aspecto. Por una parte, Coetzee, como uno de los más arriesgados representantes de la periferia poscolonial que a finales del siglo pasado revolucionaron la literatura de la metrópoli anglosajona, no ha hecho sino tratar de mantener con vida el malestar en la cultura que su ficción tan bien dramatizó.

'El polaco'

'El polaco'

Coetzee, además, es un autor que en sus inicios acusó la influencia de Samuel Beckett, un escritor que hizo del desarraigo lingüístico el fundamento de su estética. El exilio penosamente residual que sufren los personajes del irlandés se manifiesta en una indigencia verbal que parece culminar la idea de la traducción como dialecto de la modernidad.

Cuando se emanciparon del suelo y de la sangre, las lenguas empezaron a levantar la nueva geografía transterritorial cartografiada por George Steiner. Por otra parte, Coetzee, al adoptar el inglés como instrumento de arte, en detrimento del afrikaans, también familiar para él, se insertó en la genealogía de Calibán, que sabe maldecir porque Próspero, su amo, le ha enseñado el lenguaje, como la propia bestia anfibia admite: “Me habéis enseñado el lenguaje y mi provecho es que ahora sé cómo maldecir”. 

La literatura moderna, particularmente la del siglo XX, está llena de ejemplos de autores que se han rebelado contra la hegemonía política e ideológica de su lengua desde dentro, utilizando su extrañamiento con respecto a su cultura como herramienta para renovar el idioma y despojarlo de su capacidad coercitiva.

El caso más paradigmático, probablemente, sea el de Paul Celan, que construyó su poética sobre el sabotaje del alemán, que era para él a la vez propio y extraño, materno de los verdugos de sus padres y de su etnia.

'Retratos de infancia'

'Retratos de infancia'

Al mismo tiempo, sin embargo, las lenguas dominantes –el inglés, el francés, también el español– procuran a sus autores una tradición cuya riqueza, que es justamente aquello que les permite “aprender a maldecir”, ha sido posible gracias a su hegemonía. La lengua deviene así un arma de doble filo, pues aquello que la hace especialmente apta para la representación y la expresión del malestar es lo mismo que lo ha provocado.

El gesto de Coetzee, por tanto, quizá haya que entenderlo más allá de sus declaraciones, como un síntoma de la impotencia que hoy en día, por mucho que se esfuerce en ello, sufre el escritor para singularizarse en un panorama literario cada vez más obsecuente con las leyes del periodismo y la publicidad.

Al ganar el Nobel, la obra de Coetzee se hizo de pronto mundialmente famosa, traduciéndose a todas las lenguas. La popularidad, sin embargo, ha contribuido a que su desacato periférico y marginal se vuelva rutinario y dominante hasta el punto de perder mordiente y disolverse en el imperialismo global del inglés.

Su recurso a otra lengua –en absoluto marginal, por otra parte, aunque venga de otra periferia poscolonial como es Argentina– es el teatro con el que ha querido llamar la atención acerca de esa incapacidad de sustraerse al mainstream. Solo cabría preguntarle qué quiere decir exactamente con eso de que ha perdido la batalla contra las editoriales que se han negado a aceptar la versión española. ¿No podría haberse mostrado inflexible? ¿Necesita un Nobel acatar las exigencias del mercado editorial? ¿No supone ello claudicar más que perder?

'Escenas de una vida en provincias'

'Escenas de una vida en provincias'

Para justificar su decisión, Coetzee había declarado: “Tengo reservas hacia el inglés a nivel filosófico y político. Estar incluido en un idioma es estar imbuido en su visión del mundo y cada vez me distancio más de la visión que propone el idioma inglés”. Es verdad que el mundo, a partir sobre todo del fin de la segunda guerra mundial, se volvió anglosajón. Al fin y al cabo, la tradición política más sensata, pragmática y realista –desde el liberalismo hasta el Estado del Bienestar– hunde sus raíces en el pensamiento inglés, el mismo que, al decir de Ortega, no puede llamarse exactamente filosofía.

Sería muy frívolo negar los beneficios que esa visión empírica ha traído a Occidente, sobre todo si tenemos en cuenta las catástrofes morales inducidas por el absolutismo idealista en sus distintas versiones fascistas o comunistas. Sin embargo, no es menos cierto que esa hegemonía política ha impuesto una serie de limitaciones a la imaginación literaria, que sigue siendo uno de los principales respiraderos de la libertad civil y existencial.

Hoy en día nos cuesta mucho entender la suspicacia y aun la aversión de escritores como Rilke o Walter Benjamin hacia el inglés, cuya forma de representación imaginativa les era por completo extraña e incluso les resultaba inquietante. El inglés, además, se ha convertido en una koiné internacional y comercial cada vez más pobre y sucinta, expresión de un nuevo Welt Provinzialismus, como decía Steiner, de un provincianismo global. 

La elección del español por parte de Coetzee podría leerse entonces a la luz de esa pesada herencia. No se trata, por supuesto, de elegir una lengua marginal con respecto al inglés, aunque en el criterio del escritor haya influido también la desigualdad económica que separa al norte anglosajón del sur latinoamericano. Como él mismo ha dicho, si hubiera escrito sus libros en albanés y luego se hubieran traducido al castellano, este hubiera prevalecido como lengua de partida.

El mercado, sin embargo, mantiene el original inglés en virtud de sus propias leyes, exigiendo una originalidad en la que su autor no se reconoce: “El tipo de inglés que escribo hoy en día, al final de mi carrera, es bastante abstracto y, para emplear una metáfora, desarraigado. Se traduce fácilmente a otros idiomas. Cuando miro la traducción al alemán de uno de mis libros, por ejemplo, no detecto que falte nada; no se ha perdido nada en la traducción”.

'Cartas de navegación'

'Cartas de navegación'

Coetzee se rebela así contra la identidad espuria de una lengua cuya hegemonía ha terminado por coartar su imaginación. Ya en la trilogía sobre Jesús cumplía el español una importante función como lengua en la que se vuelve a nombrar el mundo –en La infancia de Jesús (2013), David, el niño protagonista, llega a una tierra extraña donde solo se habla castellano– y también como idioma fundacional del género novelístico, ya que ese mismo niño está obsesionado con el Quijote, un libro que para Coetzee “inaugura una nueva forma literaria, la novela, y en el mismo movimiento, concluye esa forma al eclipsar a todos sus imitadores y sucesores”.

El español, por tanto, le ha servido a Coetzee para continuar y complicar la tácita meditación sobre el arte de narrar que ha llevado a cabo en su obra desde el principio. El pacto imaginativo entre autor y lector que alumbró la ficción novelística y que él metaforizó de forma magistral en su discurso de aceptación del Nobel –el apólogo sobre Robinson Crusoe– ha encontrado una nueva forma de vida en esa extraña aleación entre la parábola evangélica –la narración sapiencial– y la representación del mundo moderno que fundó la novela a partir del Quijote.

Su desafío lingüístico sería entonces una forma de intentar recuperar la tensión moderna que la propia modernidad ha domesticado en una forma de narrar –de imaginar– cada vez más simple, mecánica y ecuménica.