El poeta Paul Celan

El poeta Paul Celan

Filosofía

El encuentro entre Celan y Heidegger

La entrevista entre el poeta Paul Celan, de cuyo nacimiento se celebrará este año el centenario, y el filósofo de Messkirch es un capítulo trascendental de la cultura europea

19 mayo, 2020 00:10

“En el libro de la cabaña, mirando la estrella de la fuente, con la esperanza de una palabra venidera en el corazón”. Son las palabras que Paul Celan escribió en el álbum de visitas que Heidegger tenía en su cabaña de Todtnauberg, el 25 de julio de 1967, en uno de los encuentros más intrigantes y enigmáticos del siglo XX. Hans-Peter Kunisch ha llevado a cabo una minuciosa reconstrucción de lo que ocurrió aquel día en un libro que ha salido estos días en Alemania, Todtnauberg. Die Geschichte von Paul Celan, Martin Heidegger un ihrer unmöglichen Begegnung (Todtnauberg. La historia de Paul Celan, Martin Heidegger y su encuentro imposible, Dtv Verlag, 2020), uno de los títulos que conmemoran el cincuentenario del suicidio del poeta. El 20 de abril de 1970, Celan se tiró al Sena desde el puente Mirabeau. En noviembre de este año se celebrará también el centenario de su nacimiento.

La entrevista entre Celan y Heidegger ha sido mitificada y banalizada a lo largo de los años, sin tener en cuenta muchas veces todo lo que ocurría en torno a los dos personajes en aquella época y sin acudir a los testigos del encuentro. Kunisch, que no se libra a ratos de la tentación mitómana, ha recabado mucha información factual que nunca se había ordenado y que ahora nos permite hacernos una idea cabal de lo que realmente sucedió aquel día. Paul Celan era ya entonces un poeta reconocido y laureado, el responsable de haber salvado la tradición de Hölderlin y Rilke dando voz a la Shoah, enfrentándose a los asesinos de sus padres con la poesía, habitando el alemán de una manera que le permitió dar forma a la experiencia traumática de haber sido desahuciado de su lengua materna. Su poema “Fuga de la muerte”, escrito en algún momento entre 1944 y 1945, es uno de los primeros testimonios del exterminio judío, como cuenta Thomas Sparr en otro libro excelente que también se ha publicado estos días, Todesfugue. Biographie eines Gedichts (Deutsche Verlags-Anstalt, 2020), el relato biográfico de todas las referencias ocultas del poema. 

Foto de pasaporte de Paul Celan en 1938Paul Celan pertenecía a un mundo aniquilado, ya que había nacido en Czernowitz, en la Bucovina, una de las regiones del Imperio Austrohúngaro que  pasaron a formar parte de Rumanía y que luego sufrirían tanto el dominio nazi como el soviético. Su familia formaba parte de la comunidad judía de la ciudad, en su mayoría masacrada o exiliada durante la guerra. En 1944, estando en Bucarest y después de haber sido liberado de un campo de trabajos forzados, Celan supo que sus padres habían muerto en un Lager de Transnistria. Su padre había enfermado de tifus y su madre había sido ejecutada con un tiro en la nuca. Celan vivió luego en Viena y acabó instalándose en París, donde adquirió la nacionalidad francesa y se casó con la pintora Gisèle Lestrange, con la que tuvo dos hijos, el primero de los cuales murió al poco de nacer. A pesar de que había sido premiado y aplaudido, Celan mantuvo con Alemania una relación tensa y suspicaz, agravada además por las absurdas acusaciones de plagio que contra él había vertido la viuda del poeta expresionista Yvan Goll, al que Celan había traducido. El affair Goll, que saltó a la prensa europea a mediados de los años cincuenta, le hizo mucho daño a Celan y agravó su paranoia contra los neonazis y los antisemitas, cuya amenaza creía ver en todas partes. Una precaria salud mental le llevó a ser internado varias veces en hospitales psiquiátricos.

Paul Celan pertenecía a un

Muchos amigos de Celan, entre ellos Jean Bollack, se extrañaron por tanto de que el poeta aceptara la invitación para dar una lectura en Friburgo y conocer a Heidegger. Aunque había sido en parte rehabilitado, el filósofo seguía siendo para la izquierda (Adorno fue otro de los escandalizados por el encuentro) un símbolo de la connivencia con el nazismo, por su apoyo entusiasta a Hitler durante su periodo como rector de la Universidad de Friburgo entre 1933 y 1934. Además, Europa vivía entonces días de convulsión política. Francia estaba en vísperas del mayo parisino y en Alemania el Partido Nacionaldemócrata, de filiación fascista, estaba ganando popularidad. A pesar de todo, Celan, que acababa de pasar una temporada en un psiquiátrico, quiso ir a Friburgo.  

Celan había admirado la obra de Heidegger desde muy temprano y se identificaba con la experiencia del lenguaje que el filósofo había descrito en ensayos como Para qué poetas. Comentando el verso de Hölderlin Para qué poetas en tiempos de penuria, Heidegger escribía algo que podría haberse pensado para Celan: “Los tiempos no son sólo de penuria por el hecho de que haya muerto Dios, sino porque los mortales ni siquiera conocen bien su propia mortalidad ni están capacitados para ello. Los mortales todavía no son dueños de su esencia. La muerte se refugia en lo enigmático. El misterio del sufrimiento permanece velado. No se ha aprendido el amor. Pero los mortales son. Son en la medida en que hay lenguaje. Todavía se demora un canto sobre su tierra de penuria”.

Ese canto que se demora todavía es lo que Heidegger reconoció en la poesía de Celan, que leyó con mucho interés desde principios de la década de 1950. Inevitablemente, Heidegger y Celan se encontraban y se desencontraban al mismo tiempo, reconociéndose y repeliéndose. Uno había construido su pensamiento en torno al lenguaje pero sólo con la experiencia del griego y el alemán como lenguas aptas e idóneas –alfa y omega de una forma de existencia aniquilada por la técnica–, bien arraigado en la tierra natal y germánica, sedentario, sin apenas moverse de su cabaña (en toda su vida tan sólo viajó unas cuantas veces a Francia y una sola a Grecia). El otro, en cambio, judío y apátrida, desarraigado y nómada, superviviente y testigo, se aferraba al lenguaje como única manera de mantenerse a flote, escribiendo en un alemán impuro y atravesado por la experiencia de la traducción, puesto que tan importantes fueron para él sus poemas como sus versiones de Shakespeare, Dickinson, Mandelshtam, Valéry o René Char. 

En su discurso de Bremen, Celan había empezado recordando que en alemán pensar y agradecer (denken und danken) tienen la misma raíz, haciéndose eco de las reflexiones de Heidegger en ¿Qué significa pensar? (1952). Luego, el poeta había descrito su propia experiencia con el lenguaje: “Él, el lenguaje, permaneció sin pérdida, sí, a pesar de todo. Pero tuvo que atravesar su propia incapacidad de dar respuesta, su propia y terrible mudez, el millar de tinieblas del habla portadora de muerte (todbringender Rede). Y al atravesar no encontró ninguna palabra para expresar lo que había ocurrido; y sin embargo pasó a través de la experiencia. Pudo atravesarla y consiguió salir a la luz de nuevo, enriquecido por todo ello”. Celan estaba contestando así a Adorno, cuya célebre afirmación “escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”, demasiado tendenciosa y memorable –y que luego el propio filósofo tuvo que matizar– le había irritado mucho. 

Todt Nau Berg, Hans Peter Kunish, Celan y Heidegger / DTV

El 24 de julio, Celan dio una lectura en el auditorio de la Universidad de Friburgo. Poco antes, él y Heidegger se habían saludado en el hotel en el que se hospedaba. Al parecer, cuando alguien sugirió hacerles una foto, Celan entró en pánico, gritando “¡Nada de fotos, nada de fotos!” y desapareciendo para volver al cabo de un rato, avergonzado de su actitud. Heidegger ni se inmutó. La lectura, luego, fue un éxito. Ante un público de mil doscientas personas, con Heidegger sentado en primera fila, Celan leyó una selección de sus poemas con su acento de una comunidad desparecida, esa habla oriental y foránea que tanta hilaridad había causado entre los poetas alemanes en los primeros tiempos de la aparición del poeta en la escena literaria del país. Al terminar la lectura, Heidegger invitó a Celan a visitar al día siguiente su cabaña en Todtnauberg, en las estribaciones de la Selva Negra. 

La excursión había sido planificada con detalle por Gerhard Baumann, un profesor de literatura, anfitrión de Celan en Friburgo. El poeta y el filósofo irían en un coche –un Volkswagen escarabajo, el Seiscientos de Hitler– conducido por Gerhard Neumann, un germanista ayudante de Baumann. Por lo que pudiera pasar, Elfride, la mujer de HeIdegger, le había pedido a Silvio Vietta, un chico amigo de la familia, que también acudiera, para estar al lado del filósofo en caso de apuros. Todo el mundo era consciente de la excepcionalidad y el riesgo de la cita. Vietta, conduciendo también un escarabajo, siguió al otro coche de cerca. Neumann recordó que en ese primer trayecto de veinte minutos, Celan y Heidegger no se dijeron nada y que el silencio fue “atronador”. Cuando llegaron, los cuatro tuvieron que caminar un trecho hasta llegar a la cabaña. Al parecer, Celan iba cogiendo flores, recordando sus nombres (“árnica” “ojo brillante”) y comentando cómo su madre le había enseñado a reconocerlas en latín, alemán y yiddish. Celan, al mismo tiempo, no dejaba de apuntar cosas en una pequeña libreta. 

El filósofo alemán Martin Heidegger, en su estudio de trabajo.

El filósofo alemán Martin Heidegger, en su estudio de trabajo.

La cabaña de Heidegger había sido un regalo de su mujer en 1922. Allí el filósofo se retiraba a meditar y escribir tanto en verano como en invierno. Buena parte de Ser y tiempo (1927) se había concebido en esa sencilla estructura de madera, enclavada en una loma y compuesta tan sólo por un dormitorio –con cuatro camas, dos grandes y dos pequeñas, para los niños–, una cocina y un estudio. No había agua corriente. Heidegger había construido toda su mitología en ese espacio, que también había sido su refugio después de la guerra, cuando había sido apartado de la docencia por su vinculación nazi. En esa época, el filósofo pensó en suicidarse y escribió una serie de aforismos, uno de los cuales decía: “Auf einen Stern zugehen, nur dieses” (“Dirigirse a una estrella, solo eso”) 

Al llegar, Heidegger llevó a sus invitados al interior de la cabaña. En las paredes colgaban retratos de Hebel y de Schelling. Silvio Vietta recordó cómo, al sentarse un momento los cuatro en la mesa de la cocina, Celan se quedó con la mirada fija en la fuente que había afuera y que podía verse por la ventana. La fuente, que todavía se conserva, como todo el recinto, consiste en un tronco con un caño que da a un abrevadero. El tronco está rematado por un cubo con una estrella tallada en cada lado. Según Vietta, de pronto y sin venir a cuento, Celan dijo: “Herr Heidegger, den Stern lasse ich Ihnen nicht” (“Señor Heidegger, la estrella no se la dejo”). Los nazis, como todo el mundo recordaba, habían obligado a los judíos a llevar la estrella de David en un brazalete amarillo, como distintivo de segregación. Heidegger salió del paso contando la historia de la fuente y atribuyendo la idea al carpintero que había hecho la cabaña. El filósofo, sin embargo, quiso que su lápida, en lugar de una cruz, llevara una pequeña estrella, como puede verse en el cementerio de Messkirch, seguramente como recuerdo de su aforismo.

Planos de la cabaña de Heidegger

Plano de la cabaña de Heidegger, donde se produjo el encuentro con Paul Celan / GG.

Después de visitar la cabaña, Heidegger y Celan habían quedado con Baumann en el cercano pueblo de St. Blasien para tomar café y caminar luego juntos por el páramo. En el trayecto en coche hacia St. Blasien tuvo lugar al fin la conversación entre el filósofo y el poeta, con Gerhard Neumann, el conductor, como único testigo. No sabemos exactamente lo que se dijeron. Neumann le comentó luego a Celan que el diálogo había sido “histórico” (Epochal). En una carta al traductor Elmar Tophoven, escrita el 28 de agosto de 1967, un mes después del encuentro, Neumann recordaba así el momento:

“Celan empezó a hablar de esa manera que seguro conoces y que a uno le corta el aliento, porque, por un lado, es tremenda y extraña (ungeheuerlich) y, por otro, está tan increíblemente conformada que ninguna palabra se precipita y la cosa se le aparece a uno en toda su densidad (y muy cerca del silencio). Algunos de sus poemas son así. No me corresponde hacer ningún juicio sobre esa conversación ni mucho menos sobre los que tomaron parte en ella, pero creo que Heidegger, dentro de los límites que no deben rebasarse, supo convencer a Celan, mientras que Celan, por su parte, convenció a Heidegger con respecto a su persona y a su integridad, sin que hiciera falta recurrir a ningún argumento, puesto que él, como persona, es el argumento más fuerte. Se fijaron posiciones y eso es lo máximo que aquí pudo suceder.”

Todesfuge, Thomas Spark, Celan y Heidegger : DVA

Aunque nuestra época impúdica no lo tolere, hay que agradecer la respetuosa discreción de Neumann, que pudiendo haber traficado con ese diálogo se limitó a dar fe del mismo y a custodiarlo. Nosotros ya no entendemos lo que suponía entonces una relación de esas características. Aun en la más cruda adversidad podía haber un profundo respeto. Al llegar al café de St. Blasien en el que se habían citado, Gerhard Baumann se sorprendió de que Celan y Heidegger estuvieran hablando distendidamente, como dos viejos amigos, pero todavía le llamó más la atención la serenidad que desprendía el poeta, que de pronto parecía relajado y aliviado, como si se hubiera quitado un peso de encima. Otros amigos atestiguaron igualmente el efecto sedante que en aquellos días produjo en Celan el encuentro. Los dos quisieron luego pasear un rato por el páramo, pero empezó a llover y Celan se dio cuenta de que no llevaba el calzado adecuado, por lo que decidieron dejarlo para otra ocasión.

Al cabo de una semanas, estando en Frankfurt, Celan escribió un poema sobre la entrevista con Heidegger que se tituló “Todtnauberg”: "Arnica, Ojo brillante, el / trago en la fuente con la / estrella cúbica arriba,/ en la/ cabaña, / la en el libro / –¿qué nombres acogió / antes del mío?– / la en este libro / escrita línea acerca / de una esperanza, hoy, / de una pensante / (no / demorada y venidera) / palabra / en el corazón, / campos del bosque, desnivelados, / Orquídea y orquídea, uno a uno, / ásperos, luego, en el trayecto, / con claridad, / el que conduce, el hombre, / el que escucha, / los medio / hollados caminos / con troncos hacia el páramo, / humedad, / tanta".

Heidegger, en la entrada de su cabaña

Heidegger, en la entrada de su cabaña

Algunos críticos, como Jean Bollack, han querido ver en cada verso un símbolo de la distancia traumática entre el poeta y el filósofo. Para empezar, Todtnauberg, al oído alemán, suena a Montaña de la muerte. La árnica es una flor amarilla estrellada que representaría la estrella de David. Celan, que aquel día, como observó Neumann, no bebió de la fuente, habla sin embargo del “trago en la fuente”. El agua, en Celan, se refiere a los muertos, revirtiendo la larga tradición poética que siempre la ha vinculado con la fertilidad. En “Fuga de la muerte”, la “leche negra” nutre de muerte a lo largo de todo el día. Celan hace referencia luego al álbum de visitas y a su frase sobre “la palabra venidera en el corazón”, que habitualmente se interpreta como la esperanza de que Heidegger se retractara y se arrepintiera públicamente de su pasado. 

Es muy peligroso, de todos modos, adjudicar a un poema un sentido unívoco que por su propia naturaleza desafía, disolviéndose en varios significados ambiguos y simultáneos. No hay duda, en cambio, de que más adelante Celan describe a Neumann, testigo de la conversación y conductor del coche, a quien parece encomendarse como depositario de la verdad de sus palabras. Al final, el poema adquiere una polisemia imposible de traducir, por las insinuaciones veladas a la obra de Heidegger –la esencia de la verdad, el claro, los Holzwege o caminos del bosque– mezcladas con alusiones a los campos de concentración.

La cabaña de Heidegger, Un espacio para pensar

Libro de Adam Sharr dedicado a la cabaña de Heidegger / GG.

Celan envió el poema a Heidegger, que le contestó muy agradecido y entusiasmado, sin apenas hacer referencia a las implicaciones que se podían derivar de su lectura. El filósofo tan sólo se permitió decir: “Creo que algún día se podrá hablar de lo que quedó sin decir”. Celan no era el primero que había intentado arrancarle a Heidegger un acto de contrición. Probablemente creyó que la conversación en el coche había sido el primer paso. Como le había dicho en una carta a su mujer: “Espero que Heidegger coja la pluma y escriba unas cuantas páginas, refiriéndose a nuestra charla y advirtiendo del regreso del nazismo”.

Pero Heidegger, como siempre, calló, dejando que sus obras se reeditaran con todas las afirmaciones que había hecho con respecto al nacionalsocialismo. Ni siquiera se preocupó por destruir o expurgar sus Cuadernos negros, que vienen publicándose estos últimos años y que han confirmado que su antisemitismo siguió vigente al menos durante toda la guerra. No quiso disculparse, pero tampoco disimular o dejar a la posteridad otra imagen de sí mismo. Heidegger y Celan se vieron aún en dos ocasiones, ya más episódicas y frustrantes. La última tuvo lugar en Friburgo, durante una lectura privada en la que el poeta leyó piezas de Lichtzwang (1970), libro en el que se incluyó Todtnauberg. Al parecer, al terminar, Celan le reprochó a Heidegger que no hubiera prestado suficiente atención mientras leía. Al despedirse de Baumann aquel día, Heidegger, ya octogenario, le comentó: “Celan está enfermo, incurablemente enfermo”. Faltaban dos meses para su suicidio.

Más allá de las cuestiones morales y políticas, la conversación inaudible entre Heidegger y Celan es un capítulo trascendental de la cultura europea. Heidegger había llevado el pensamiento a un ámbito que nadie había pisado en más de dos mil años, anterior a todos los fundamentos de Occidente –incluso a aquellos que a lo mejor le hubieran permitido evitar su error–, coronando reyes a los poetas que Platón había expulsado y encontrándose así con Paul Celan, un poeta judío de expresión alemana que sobrevivió para dar voz a los exterminados, como en los versos estremecedores de “Tenebrae”, que parecen contestar a Hölderlin: “Estamos cerca, Señor / cerca y a mano. / Agarrados ya, Señor, / clavados los unos en los otros, como si / cada uno de nuestros cuerpos fuera / tu cuerpo, Señor. / Orad, Señor. / Orad por nosotros / Estamos cerca”. Parece la voz de la víctima acercándose a su verdugo