Enrique Murillo: "En la edición hay un despilfarro que en tiempos de necesidad exigiría contención"
El editor señala que el sector "debería llegar a un pacto" para no editar tantas novedades que los libreros no pueden absorber y que margina a las pequeñas editoriales
14 julio, 2022 23:00Enrique Murillo es un hombre ligado al sector de la edición durante décadas. Es doctor en Literatura por la Universidad de Londres, y ha sido editor en Planeta, Alfaguara y Anagrama. También fue director de Plaza&Janés, fundador y editor de Los Libros del Lince, director de la revista El Europeo y subdirector de Vogue. Puso en pie el suplemento cultural de El País, Babelia –inicialmente se iba a llamar Babel—y coordina el máster de edición en la UAB. También ha ejercido como periodista y es autor de tres novelas, un libro de relatos y muchos otros escritos, y guiones cinematográficos. Redactor de informes literarios, y traductor –entre otros muchos escritores, de Nabokov—Murillo habla con la pasión de un joven enamorado de la literatura, a sus 78 años. En esta entrevista con Letra Global, se expresa sin ambigüedades para analizar todo el sector literario. Y señala: "En la edición hay un despilfarro que en tiempos de necesidad exigiría contención".
Pregunta: Las librerías están inundadas de novedades, que se renuevan de forma constante. ¿Se edita mucho en España, y si se edita tanto es porque conviene a las editoriales?
Respuesta: Es así. Y es grave. Debería haber alguna manera de frenarlo, que tendría que ser entre todos. Una decisión de todo el sector. Si hubiese más lectura en este país, si se leyera como en Francia, Alemania, los países nórdicos, o Gran Bretaña, ese exceso de novedades no se produciría porque el sector estaría más saneado y desde hace decenios. Pero no es así. Quienes editan mucho son los grandes grupos, sobre todo. Tengo amigos en todas partes porque he trabajo en muchas empresas. Así que tengo bastante buena información. En mayo de este año, entre Penguin Random House y Grupo Planeta muy probablemente se hayan publicado 370 novedades. No todos los meses son iguales, pero ese dato bastante exacto de mayo nos da una idea clara. Decía Manuel Vicent, hablando de Juan Cruz cuando él era editor de Alfaguara, que parecía un artista de circo de esos que mantienen dos docenas de platos dando vueltas sobre el extremo de un palo. Siempre corriendo, moviendo un lado, otro, otro y vuelta a empezar. Esa comparación podríamos llevarla al sector. Es como si se mantuviera en pie solo mediante esto, que es un autoengaño en muy buena parte. Y eso lo paga el librero y lo pagamos todos. En la edición hay un despilfarro que en tiempos de necesidad exigiría contención. El editor no tiene tiempo de leer, encarga informes de lectura a externos. El traductor trabaja a la carrera, como si el mundo se fuese a acabar, porque le imponen fechas de entrega imposibles si se quiere traducir bien. Los correctores de estilo, de pruebas. Todo el mundo a la carrera, y esa carrera no lleva a ninguna parte. Claro, si paras, si reduces mucho y eres muy grande, todo eso se iría al garete. Pero hay sellos medianos que llevan muchos años publicando demasiado, como si fuera un signo de distinción publicarlo todo. ¿Cuántas cajas con 25 o 30 libros llegan a un librero que no los ha pedido, se quedan si abrir, y luego, al cabo de 60, 45, 30 días se devuelven? Muchas. ¿A quién beneficia este sistema? Yo creo que a nadie. ¿Y a quién le preocupa? Asombrosamente, a muy pocos. Y esta afirmación que podría sonar exagerada, creo sinceramente que no lo es. Para los grandes grupos que haya una devolución de títulos de entre el 30% y el 35% no es un gran problema. Hacia el 40% empieza a preocupar. Pero se sueña en que “ya lo venderemos en América Latina”.
--¿Esa es la media de devolución?
--Con una alta probabilidad, esa es la media, incluso algo superior. En libros específicos, bastante superior. Imaginemos la de horas de trabajo, de papel empleado, de funcionamiento de imprentas que conlleva ese exceso. Con los aumentos de coste de producto que tiene la industria, sobre todo en papel, encuadernación, la actual situación podría hacerse insoportable para algunos.
--¿Les va bien?
Claro, porque algunos libros venderán mucho, y los accionistas no protestan. Si a base de talonario y scouting algorítmico pillas cada X meses uno de esos libros que venden unos cuantos cientos de miles, genera unos márgenes elevadísimos. Así que mirando la totalidad no se ven los problemas. Pero están ahí. Todos los que están y todos los que hemos estado en el sector lo sabemos. Otra cosa es que queramos verlo.
--¿Editan mucho para copar el máximo espacio?
Sacas muchos títulos para tapar lo mal que han ido muchos libros del trimestre anterior. Por eso, porque los beneficios que produce un libro que reimprimes sin parar son muy elevados. En bolsa no sacas esos porcentajes. Y así, lanzas muchas monedas al aire porque de este modo parece más probable que una caiga de cara. Hubo una carrera para alcanzar el número uno entre los dos grandes grupos, pero eso se ha parado de momento. Es que es un negocio de “peanuts”, como decía mi directora general en el grupo Planeta, Ymelda Navajo. Luce mucho, pero factura relativamente poco en comparación con otros sectores. Si no aciertas, pierdes bastante, mucho o muchísimo con los anticipos. Pierdes en todos los gastos de edición y traducción, aunque se paguen todos esos trabajos a autónomos que cobran tarifas que en países un poco más al norte les daría vergüenza. Al librero pequeño le vuelven loco. Ahora ya no pasa a verle el vendedor y hacer el pedido de lo que él necesita. Le pasan por mail un pedido, el librero firma, le llegan las pilas de cajas, y no tiene sitio ni para tenerlas escondidas. También tenemos tres o cuatro grandes cuentas de librerías o negocios comerciales con librería, que controlan bastante las ventas realmente elevadas, y tratan de imponer su ley, exigiendo y consiguiendo más descuentos, que es de donde sale su margen. Cuando empresas con escaso musculo financiero se lanzan a carreras de ese tipo, como hace años ocurrió con una cosa que se llamaba El Andén, se puede perder un millón de euros en un año. El caso reciente de Navona es flagrante, cincuenta folios de la lista de acreedores que incluía a correctores de segundas, de primeras, traductores, imprentas… Malpaso creó un fideicomiso hace unos años por un importe no sé si superior o inferior a esa cifra, y la fecha de pago llegó y…
--¿Esto es nuevo?
--Qué va. También en mi época de Planeta estaba cerca de estos casos. José Manuel Lara Bosch nos pedía analizar empresas editoriales en quiebra a un compañero de auditoría contable y a mí., Yo solo valoraba el catálogo, claro. Y se iba absorbiendo sellos en dificultades, con el objeto de lograr más tamaño. Por ejemplo, Ediciones Destino debía dinero, mucho. Y Planeta compraba la deuda, la refinanciaba y adquiría la editorial. Yo no entraba en la valoración económica, claro. Pero sí me tocó sanearla editorialmente. Aparte de que se les había desactualizado el fondo y que las novedades no acababan de funcionar, publicaba mucho libro infantil, muy bueno pero no se vendía. Hubo que cerrar esa colección. Hablo de los años 1998-2002.
--Con todos los años transcurridos, en el que se lamenta esa cuestión, llegar a este punto, ¿es un fracaso?
--Se ha avanzado un poco, porque el marketing también es más eficaz, y ha ayudado a mejorar ventas. Pero ahora que lo veo desde fuera, no acabo de ver ninguna iniciativa que diga: echemos el freno y tratemos de ponernos todos de acuerdo para resolver esto, que es un problema. Porque, como decía, salen libros que venden mucho, salen géneros como ahora mismo la llamada Young Adult novel, o el Manga. Estos dos fenómenos de superventas no se ven, hasta que topas con una muralla humana de fans en la feria del libro y te preguntas de dónde han salido todos estos nuevos lectores, que son centenares y apasionados lectores y compradores compulsivos, hay un fenómeno de fans muy extraordinario.
--¿Cómo son?
--Me han contado en distintas librerías la siguiente escena: entra en una librería un grupo de chicas y chicos que piden novelas de amor. Se quejan de que no tengan. El librero entiende que se refieren a la novela “romántica”, tipo Danielle Steel, y le dicen al librero que no, que lo que quieren es “de amor”. Hasta que esclarecen que en realidad buscan ‘fantasy’ y ciencia ficción con protagonistas de esa edad, de quince a veinte años por decir algo. Hay autores muy jóvenes también, extranjeros, pero también españoles y principalmente españolas. El crecimiento ha sido exponencial. Pero hay una cara B para este fenómeno que factura una barbaridad. Es una generación que no ha leído más allá de Harry Potter y series novelescas o televisivas del mismo tipo. La mallorquina Joana Marcús arrasa entre los jóvenes como se pudo comprobar el día de Sant Jordi. Yo sigo estando cerca de la gente de esas edades por la universidad, el máster en edición. Leen como posesas, trilogías de quinientas páginas el volumen. No he leído apenas nada de eso, solo alguna cosilla porque tengo curiosidad. Y la verdad es que se trata de una clase de escritura bastante elemental, como si no hubieran leído, porque han leído cosas muy malas.
--¿Harry Potter no conduce después hacia la buena literatura?
--Depende de los países. Yo me refiero al fenómeno español y latinoamericano. Y la vinculación que establezco es la misma que la de un trabajador con un salario precario. Hay trabajadores con contratos, que trabajan, pero que son pobres. Y tenemos personas jóvenes que leen mucho, pero a los que les va a costar dar el salto a la literatura. La cultura, lo literario, tiene que ver con lo que no sabemos, lo que no entendemos. España está inundada de libros que solo hablan de lo que ya sabemos, es decir los tópicos que nos confunden a la hora de comprender qué pasa con la vida, por qué tantos antidepresivos. Un editor norteamericano me decía hace años, cuando surgió Harry Potter: todavía hay esperanza, Harry Potter creará una nueva tradición de lectura. Allí no sé qué ha pasado. Lo de aquí, me preocupa.
--¿Lo asocian a entretenimiento?
--Mucho más que eso. Para ellos es algo que les libera de la ‘mierda’ que es la vida. Es como una medicación psiquiátrica. Son protagonistas que hablan como ellos, que se apasionan como ellos. En parte, nos pasó a muchos. Yo leí desde muy pequeño, y me encontré con Guillermo, que era para mí una experiencia liberadora. Yo era un niño con tendencias depresivas en un mundo controlado por el franquismo, la iglesia católica. Guillermo comenzó a hacerme como he sido.
--Pero la literatura es otra cosa, o debería ser otra cosa.
--A esta generación de lectores empedernidos esos libros les supone una cierta liberación de la penuria, pero no les ayuda a entender por qué viene ni de dónde viene. Cuando empiecen a leer literatura, ojalá algún día lo hagan, podrán entender. Para mí, que soy un chico muy serio de 78 años, la literatura debe servir de mucho, o es entretenimiento: es decir, fijación de los engaños que necesitamos como seres humanos para no reventar en medio de esa cosa extraña que es vivir. A mí me ha interesado especialmente, clásicos aparte, la literatura de finales del XIX y principios del XX, la gran literatura que se pregunta sobre nuestra desdicha, sobre lo que hemos generado como especie humana. Pongamos Kafka, como un escritor que ilustra lo que señalo. O Henry James. Lo demás son palabras que se juntan. Quizá es romántico pensar así, pero es como lo veo.
--Esa idea, ¿ha entrado en crisis?
--Imagino que habrá sido siempre minoritaria. Pero mucho más a partir de la generación del “eso no es mi problema”. Volvamos al plano español. El otro gran fenómeno libresco en lengua española es la novela negra, que es, en realidad, la novela policíaca. La novela negra trata del mal, de lo fácil que es que una persona corriente caiga del lado del mal, como dice Scorsese del cine negro. Pero aquí, bajo esa etiqueta, hay novela costumbrista con detective o inspector, y como máximo “malos” y buenos“ caricaturescos. hay también un abuso a partir de esa etiqueta. La que a mí me interesa es la obra de Poe, de Hammett, de Chandler y en algunos libros la de Highsmith.
--En todo ese mapa que se dibuja, ¿qué papel pueden tener las medianas o pequeñas editoriales?
--Su control del número de novedades es casi perfecto con muy pocas excepciones. Y en ese sentido no contribuyen al problema, o apenas lo hacen. En cualquier caso, hay una clase media de pequeñas editoriales, con cierto nivel de calidad, que también editan libros de entretenimiento, que se cuelan como gran literatura. Como lector en Anagrama, entre 1978 y 1988, recuerdo que en el catálogo de Panorama de Narrativas y Narrativas Hispánicas, se colaba mucha novela de entretenimiento porque se vende más fácil. Y allí había un buen equilibro entre lo que vendía y lo que se publicaba por su calidad. Lo mismo podríamos observar en el catálogo de Tusquets en los 80 y siguientes años. Si solo publicas a Pynchon o a Bernhard, por decir algo, no cubres gastos, y acabas cerrando. Necesitas llegar a un equilibrio. Sin embargo, hay que saber también hasta qué límite se puede bajar el listón. Y mi impresión es que, tras la época gloriosa de Anagrama, Tusquests, Lumen, y Alfaguara, aunque con menor éxito, ahora se ha bajado el listón. Yo diría que actualmente hay menos riesgo que entonces en los sellos de ese tamaño.
--¿Habría que modificar las relaciones, dentro del negocio, entre los distintos actores, como creadores, distribuidos y libreros?
--No lo tengo pensado del todo. En el negocio un papel importante lo tienen los agentes que son representantes de los autores. Y han sido necesarios porque el autor estaba totalmente desprotegido. Un día confrontamos Arturo Pérez Reverte y yo nuestros contratos de edición de alguna novelilla de comienzos de los 80, y eran clavados. Cabían en un folio. ¡Veinte líneas¡ Todo para el editor. Para los editores, antes de cobrar por las ventas de los libros, transcurre una enorme cantidad de tiempo. El cashflow de las editoriales es clave, y muy complicado de mantener de forma saneada. Es otra de las causas del exceso de novedades. El gap económico y financiero que transcurre desde que pagas el anticipo hasta que publicas, --y a ese dinero adelantado al autor hay que sumar costes de edición, producción venta y distribución, más la estructura--, puede ser de un año o año y medio como mínimo. Y luego, cuando pones en circulación el libro, a través de una distribuidora propia o externa, pasan unos 120 días hasta que se cobra. La edición, por tanto, exige un músculo considerable y eso explica, en buena parte, que se publiquen tantos títulos. El volumen se busca para prevenir todos esos costes que se generan. Se trata de que todo esté en marcha en todo momento, lo del artista circense moviendo el palito de cada uno de los treinta platos… Todo el engranaje tiene que funcionar. Nunca se pueda parar, o llega el desastre.
--¿Y las librerías?
--La librería debe ubicarse en un lugar muy transitado, y en Madrid y Barcelona los alquileres están desorbitados. Por eso las nuevas y pujantes librerías que surgen se ubican en barrios no tan céntricos, aunque para que vayan bien esos barrios deben contar con lectores. Las librerías pueden aplicar un 30% de descuento. O un 40% si son de grandes cuentas. Y con eso han de pagar alquiler, sueldos… Y un editor, si no se emborracha con los anticipos, puede ganar dinero, incluso, sin cubrir el anticipo que acuerde. La edición, hoy, puede beneficiarse de costes bajos, gracias a las impresoras digitales, que alcanzan una buena calidad. Y dependerá de las tiradas, claro. El hecho es que, en rotativas, si llegas a tirar 20.000 ejemplares, el libro puede salir a menos de un euro. Pero en el lado flaco del sector, el lado casi de aventura individual o de un par de amigos, se compensa con creces la falta de dinero con la mucha imaginación. Todo el movimiento actual de libreros, editores pequeños que trabajan desde el cuarto de los invitados de un pequeño piso, es admirable y a veces hace maravillas. Como las hacen editoriales ejemplares como Minúscula en donde todo es exquisito, todo se ha pensado, todo tiene que tener un alto nivel o no se hace. El caso de Valeria Bergalli me admira sin límites. Como el de tantos grandes traductores a los que nadie conoce y que no han ganado jamás ningún premio, que lejos de la pomada y los que controlan estas cosas, hacen trabajos extraordinarios con autores tan difíciles como Raymond Carver o Cormac McCarthy.
--¿Y los autores?
--El 10% va para los autores, el 8% si son autores traducidos. Y luego están los royalties en función de las ventas y depende de cómo se negocie. Pero la queja de las editoriales del alto coste de los anticipos me parece absurdo, porque nadie las obliga a firmar esos cheques. Y como hay mucha más competencia que volumen de lectores, los agentes organizan subastas y se hacen algunos disparates bastante notables en la inversión por no perder tal libro en manos de la competencia. Esto es algo que pasa en España y no pasa en ningún lado más, sobre todo si comparamos la competitividad con el volumen de las ventas. Es uno de los grandes disparates. Empezaron así las cosas en parte cuando Carmen Balcells, que dudaba mucho de que los editores pagaran todos los royalties de cada ejemplar vendido, implantó el super anticipo, muy a menudo irrecuperable. La proliferación de agencias en nuestro mercado tampoco está en proporción con su volumen de facturación.
--Balcells se había cabreado contigo por eliminar el premio internacional Plaza&Janés, ¿por qué?
--Se cabreó conmigo en muchas ocasiones. Pero eliminamos el premio porque Berstelmann decidió cambiar cosas. Plaza&Janés estaba en quiebra. Y se había copiado el premio Planeta, pero mal copiado. No era el único ni el principal problema, pero el agujero de las pérdidas de los últimos cinco años empezaba a ser amenazador para el grupo Bertelsmann. Y mandaron a Barcelona a un joven sin experiencia, pero sobrado de cultura, inteligencia y la frialdad necesaria para ser duro. Se cargó en dos meses al 80% de la cúpula directiva. Y fichó a tipos sin experiencia como yo mismo, Gonzalo Canedo, mi llorado amigo, Joan Tarrida. A veces la espectacularidad de la edición, pues en los diarios no hay páginas de yogures ni de tornillos, pero sí de libros, atrae a gestores más interesados en el relumbrón que cargados de la muy especial inteligencia que es necesaria para mantener todo esto en marcha. Pero también es verdad que a veces han llegado a la edición gente admirablemente lista e incluso algunos a los que les gustaba leer. Volviendo al dinero, los autores y los agentes, Balcells me dijo un día que cada vez que un editor le pagaba royalties, era una señal de que se había equivocado, que había cobrado poco anticipo. No se fiaba de nadie. Y nadie, todavía, ha hecho un esfuerzo por arreglar esa situación.
--¿Cómo?
--Creo que hay un método sencillo. La Ley de propiedad intelectual de 1987 no estuvo mal. Supuso por vez primera que en los contratos de edición el autor adquiría repentinamente multitud de derechos que en los anteriores contratos no conseguían, a no ser que fueran a contratar representados por agentes. Pero hay una cuestión mal resuelta. Porque no se ha tomado nadie la molestia desde el cuerpo legislador español de hacer una cosa que la ley pedía. No hay aun una reglamentación clara del control de tiradas. No entiendo por qué sigue siendo tabú para los editores. ¿Por qué lo sigue siendo hoy en día? Ahora hay empresas que te dan semanalmente el número de ejemplares vendidos, que sirve de mucho a las editoriales. Ya hay datos que no son secretos, aunque sean caros. ¿Por qué no se hace una reglamentación del control de tirada? Bastaría aplicar el sistema que hicieron en Italia, supongo que sigue en pie. De forma aleatoria, un notaria va a pie de imprenta y toma nota del número de ejemplares que salen de la máquina. No sabes cuándo te tocará, pero puede venir un notario y certificar a pie de imprenta una edición concreta y el número de ejemplares. En Italia, los ejemplares están numerados. Con la actual tecnología, podríamos sustituir el ISBN por un chip que llevara el código de barras pero permitiera también la trazabilidad y contabilización de los ejemplares. Ayudaría a tener mejor control de ventas, devoluciones, depósitos. Sería buenísimo para la industria y para los autores.
--¿El Premio Planeta sale a cuenta?
--Estudié toda su historia, las ventas año por año, cuando Imelda Navajo me encargó que lo llevase yo en un momento en que cambió el director editorial y el editor de novela en el sello Planeta. Sentía curiosidad, quería responder esta pregunta, entender que se me pedía al darme esa responsabilidad. Un dato espectacular: los dos menos vendidos en toda la historia fueron, curiosamente, los de dos premios Nobel: Vargas Llosa y Cela. En todo caso, depende de cada año. Puede variar mucho. Y con el premio se ha ganado dinero, pero ha habido muchos años en los que no se han cubierto los gastos. El más vendido, en mi época, fue el de Maruja Torres: Mientras Vivimos. Pero el premio ha hecho que fuera una empresa cuyos vendedores a puerta fría, los de la Larousse, pudieran estar seguros de que solo diciendo “Me envía el señor Lara, soy de Planeta” se les garantizaba el acceso al recibidor de los domicilios de la clase obrera de los sesenta y setenta, de los nuevos inmigrantes latinoamericanos, y se les pudiera decir que si no querían que sus hijos fueran tan analfabetos y tan pobres como ellos, con la Enciclopedia sacarían bien todos los trabajos del cole, y tendrían un futuro mejor. Por eso la Wikipedia mató las enciclopedias.
--¿El premio, en todo caso, permite estar en la cúspide?
--Volvemos al comienzo. Al ser grande, muy grande, tienes más fuerza ante las grandes cuentas del sector librero: Casa del Libro (que pertenece al grupo, pero ha de justificar sus números), Fnac, El Corte Inglés, etcétera. Puedes pedir mayores descuentos, porque esas librerías dependerán para su facturación del libro que le vas a vender tú. La capacidad negociadora de Planeta es enorme. Su ocupación del espacio de las librerías no es equivalente al nivel de ventas: es superior. Y también la de Penguin Random House. Todos los demás, hablo solo de librerías, son infinitamente menores. No tienen fuerza para negociar. Por eso, las pequeñas editoriales tienen muy poco sitio. Por eso los libreros, a los que les inundan de ejemplares de lo que no saben ni qué es, se dedican a devolver libros. Es un disparate.
--¿Qué papel tiene el periodismo cultural?
--Es una de las patas que también fallan en todo el sistema. Debería orientar al público y no ser portavoz de las grandes editoriales y sus jefes de comunicación, o de los grandes sellos consagrados de hace años. No veo mucho criterio independiente en los medios. Pero si el debate político de nuestro país es subcultural, el debate en el mundo del libro tampoco es como para tirar cohetes. Seguimos pensando en la literatura como un florero, cuando debería actuar como el médico que nos señala el absurdo en el que vivimos. De la misma forma que ahora en España se aboga por un pacto de rentas, se debería llegar a un pacto de damas y caballeros en el sector editorial para eliminar tanto la desconfianza histórica de autore s y agentes sobre las cifras como la necesidad de llegar a ciertos pactos en beneficio de todos los participantes en el conjunto del proceso y del sector.
--¿El día de Sant Jordi tiene sentido, o se debería repensar el modelo?
--Es una fórmula que ha funcionado muy bien, concentrado todo en un día, pero que se podría repensar por los nuevos fenómenos que se han producido. Como anécdota recuerdo cuando Visor publicó las letras de Sabina. No era un libro. Era el libro de un famoso. ¡Qué colas! Eso ahora es un chiste en comparación a los fenómenos de fandom de ciertas autoras de novela juvenil. Hace años publiqué una novela en Bruguera y me mandaron a firmar. A mi lado estaba Raphael, que había publicado algo escrito por alguien y firmado con su nombre. Y allí estaba él, firmando sin parar, y yo ni un solo ejemplar, por supuesto. Era un famoso. Hasta le llevaban bragas para que las firmara. Ocurrió también con Terenci Moix, que era un famoso por su programa en televisión. Ahora ocurre con fenómenos como Joana Marcús, la chica mallorquina que ha escrito novelas de amor. Las colas para conseguir la firma de Marcús desbordan cualquier previsión. Hasta el punto que vi a Rosa Montero y a Santiago Niño-Becerra, ocultos a los paseantes por una cola inmensa, de unas cinco o seis personas de ancho por un par de cientos de metros de larga, y no exagero, había seguratas, controlando la cosa, y todo por hacerse una foto con la joven escritora, ni siquiera iban todas con ejemplar del libro, y yo charlaba con Rosa y Santiago para entretenerles, y me sabía mal, porque son muy buenos amigos… De repente una voz sonaba a lo lejos, a espaldas de un gorila de seguridad. “¡Rosa¡ ¡Me firmas tu libro!” Puse cara de animal peligroso y grité al segurata que dejara pasar, eran dos o tres personas, al otro lado de las vallas de seguridad. Era peor que el granizo que nos cayó por la mañana, francamente. Creo que eso se debe organizar de otra manera.
--¿Al sector le conviene esa fiesta literaria?
--A los libreros les interesa. Ahora, el día del libro o se organiza mejor o va a morir de éxito. Si los escritores no son accesibles físicamente, porque otros fenómenos invaden el espacio, lo tenemos mal.
--¿Hay de todo menos literatura?
--Eso ha ocurrido siempre así. No es tan grave como lo que está ocurriendo ahora. El problema es el fenómeno de los fans. En Madrid, creo que está mejor organizado, porque se realiza en el Retiro. Son tres fines de semana, con dos semanas en el centro. Lo bueno que tiene es que se pueden canalizar los fenómenos de masas. Se desplazan a las casetas de enfrente, se separan las colas inmensas de esa otra cosa tan bonita de ir paseando despacio, abriendo un libro, viendo a un autor que firma, descubriendo algo que te interesa, yendo a unas conferencias distribuidas a lo largo de 18 o 20 días… Todo despacio, libros de uno en uno. En el caso de Sant Jordi la cuestión es que se agrupan muchas cosas. Hay flores, es el día de la patria, y es cierto que todo es maravilloso, y parte del éxito es que se ubica en el centro de la ciudad. Pero habría que poder diferenciar las cosas. Y repensarlo para el próximo año. De entrada, buscar el modo de situar los fenómenos de fandom a dos o tres manzanas del eje Passeig de Gracia/Rambla de Catalunya. Y que durase dos fines de semana y la semana de en medio. Con acompañamiento de actos culturales. Hablo de Barcelona, claro. En otras ciudades y pueblos no se da ese problema, pero en todas partes iría mejor una semana y dos fines de semana. No hay nada tan sencillo como resolver algunos problemas que eso podría producir. Al libro, que es una forma slow de la cultura, le sentaría muy bien.
--¿Hay temor en el sector para el inicio del otoño?
--Ahora mismo hay un grave problema de aumento de los costes materiales, industriales de fabricación de libros. Los precios subirán, la gente ganará menos, y el desencuentro que eso va a producir es temible. Debería haber temor, y creo que lo hay, aunque me parece que el problema se va a notar de verdad en enero, y que a partir de entonces se va a enquistar. Creo que la inflación en España afectará más tarde que al resto de Europa, porque la inercia por el buen verano turístico será importante. Pero existe una posibilidad real de que el sector del libro caiga de forma notable, como ocurrió en la crisis de 2008. El tipo de libro que más sufrió entonces fue el de bolsillo, curiosamente. Y eso, en realidad, lo que refleja es que la lectura en España tiene los pies de barro.