La escritora Ana Santos, autora de 'Sembrar palabras', Premio Espasa de Ensayo 2025, en la entrevista con 'Letra Global'

La escritora Ana Santos, autora de 'Sembrar palabras', Premio Espasa de Ensayo 2025, en la entrevista con 'Letra Global'

Letras

Ana Santos: “No olvidemos que las mujeres perdieron con la dictadura todo lo que se había conseguido con la República”

La bibliotecaria y escritora, autora de 'Sembrar palabras', señala que las mujeres durante siglos se sintieron "más libres tras las rejas de un convento que en su casa con su marido y sus hijos"

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Saber leer, interpretar y estudiar con esmero. Las mujeres han leído y escrito siempre. Pero, ¿cuándo han podido aflorar? Ana Santos Aramburo (Zaragoza, 1957) tiene muchas respuestas a todas las preguntas que suscita esa reflexión. Ella ha sabido interpretar y contextualizar. Bibliotecaria y escritora, ex directora de la Biblioteca Nacional de España, obtuvo el Premio Espasa de Ensayo de 2025 con su obra Sembrar palabras, el despertar intelectual de las mujeres.

Santos, en esta entrevista con Letra Global, tiene muy claro que los logros hay que mantenerlos, que se pueden perder, y que ha costado mucho conseguirlos. “No olvidemos que las mujeres perdieron con la dictadura todo lo que se había conseguido con la República”, asegura.

Esa afirmación, a partir de esa evolución que refleja en su libro, y que atañe a muchas mujeres que se vieron impedidas, a las que no se les dejó estudiar ni reflejar sus inquietudes intelectuales, llega en un momento complejo en España. Lo que se consiguió con la Constitución de 1931 y, después, con el Código Civil, se perdió con la dictadura. Se evaporó todo lo obtenido “tras muchos años de lucha y de reivindicación de las mujeres”, incide Santos.

Su obra, Sembrar palabras, traza un largo recorrido. Son cinco siglos de la historia de España, desde el Renacimiento hasta la Guerra Civil. Repasa Santos, con una enorme capacidad didáctica y expositiva, la conquista de las mujeres para defender el derecho a leer, a educarse y pensar en libertad.

La referencia a la República y la Guerra Civil es pertinente, porque la investigación, para seguir el rastro de esa evolución, se detiene en 1936. La larga dictadura actúa como un gran muro de silencio. La mujer, en la mayoría de ámbitos, sufrió un enorme retroceso, que se puede equiparar “al de siglos anteriores”. Las mujeres, como género, perdieron de forma clara con la llegada de la dictadura, por mucho que la Sección Femenina de Falange considerara que eran el pilar de la sociedad española, un pilar al que se le negó, de nuevo, la palabra.

La escritora Ana Santos, en la entrevista con 'Letra Global'

La escritora Ana Santos, en la entrevista con 'Letra Global'

Las mujeres “siempre han escrito”, remacha Ana Santos. La paradoja que se presenta es grande, porque la autora de Sembrar palabras aborda la situación de las mujeres religiosas, las que se encerraban en un convento. ¿Eran menos libres, o, al contrario, podían manifestar la vocación de escritoras?

“Bueno, esto dio pie a un debate que se prorrogó durante bastantes años. Y es que la mujer se sentía más libre amparada tras las rejas de un convento y vestida con sus hábitos, incluso en órdenes de clausura, que en su casa con su marido y sus hijos, siendo esclava de un matrimonio que muchas veces la hacía infeliz”, clama Ana Santos.

Esas religiosas tienen, claro, motivos religiosos, pero también “un deseo de aprender”. Santos señala que esas mujeres querían escribir y querían contar sus propias vidas. Y, además, podían hacerlo sin dar cuentas a nadie, o, más bien, por “mandato divino”. Es decir, “no tenían que justificarse frente a una sociedad que consideraba raro que las mujeres escribieran”. Y hay otro factor determinante: “Los conventos tenían muy buenas bibliotecas y estaban a su disposición”.

El material es enorme: “Conocemos unas cuantas escritoras, pero hay muchos escritos. Hay grupos de investigación trabajando sobre ellos, que no se han publicado y que permanecen en los conventos. Son cartas, memorias, poesías. Se partía, además, de una base y es que la mujer que ingresaba en un convento debía saber leer y escribir. Era un filtro que implicaba una cosa, y es que esas mujeres querían y podían llevar una vida intelectual”.

Portada del libro de Ana Santos

Portada del libro de Ana Santos

España se acercó a la modernidad a través de la Ley Moyano, en 1857, que marca una primera educación para niños y niñas. Con la Ilustración había llegado el concepto de progreso basado en la educación, en la formación de las personas, “en la capacidad de diálogo, en el debate, y hubo mujeres que fueron capaces de traducir obras de pensadores y de otras mujeres, fundamentalmente francesas”.

Llegar a la universidad

Pero todo era muy precario. Con situaciones muy distintas en función del mundo urbano o rural. “Lo que sí significó un paso adelante importante fue la ley de 1909, por la cual era obligatoria la educación hasta los 12 años para niños y niñas. Esto sí dio un paso de gigante a la hora de que un colectivo mayor de la sociedad accediese al menos a una educación básica”.

De hecho, para Santos, esa ley fue clave para una cierta equiparación entre hombres y mujeres. Porque a partir de los 12 años, tampoco los chicos estudiaban más tiempo. “A algunas chicas se las llevaba a colegios elitistas y se las formaba para ser señoritas, o sea, para el matrimonio y para la presentación en sociedad. Y a los chicos se los formaba para poder ejercer una profesión”.

Y los avances prosiguen. “En 1910 se autorizó, por primera vez, que la mujer se pudiera matricular en la universidad libremente”.

La escritora Ana Santos, Premio Espasa de Ensayo 2025

La escritora Ana Santos, Premio Espasa de Ensayo 2025

La ex directora de la Biblioteca Nacional reclama atención: “Hay que tener algunas lecciones bien aprendidas, porque lo que se consiguió en la Constitución de 1931, con la República, y luego en el Código Civil posterior, pues se perdió totalmente con la llegada de la dictadura y eso que se consiguió allí había costado muchos años de debate social y muchos años de lucha y de reivindicación de las mujeres. Y de un día para otro se perdió. No nos olvidemos de eso”.

Pero, ¿y hoy? ¿Hay referentes femeninos que marquen el debate social y político? Ana Santos recoge el guante para ir más lejos. “Yo creo que esto pasa, en general, en este momento en la sociedad, porque es difícil encontrar referentes para marcar debates y es necesario que existan. Sean hombres o mujeres. Sin debate, una sociedad no avanza. Y si avanza a través de una vía autoritaria, estamos perdidos”.

Sin embargo, ya con una democracia asentada en España, la equiparación real entre hombres y mujeres en los niveles más altos no acaba de llegar. Esos referentes femeninos, ¿se dan en España?

Santos admite que la equiparación real no ha llegado. “Entre otras cosas, porque la carrera académica y la carrera de investigación ha sido mucho más dura para las mujeres que para los hombres y es una carrera de sacrificios compleja. A las mujeres les ha costado mucho más que a los hombres, pues por todos los condicionantes que ya sabemos, ¿no? Es cierto que ha habido incentivos y ayudas, pero no creo que con la potencia necesaria”.

¿El motivo de fondo? “Es cierto que se arrastra todavía un imaginario colectivo de la responsabilidad, sobre todo de las tareas del hogar, la dificultad de los cuidados, la dificultad de la mujer para poder conciliar y en esto todavía queda un camino por recorrer”.

La diferencia es clara. Hay más síndrome del impostor entre las mujeres que entre los hombres, que suelen aceptar retos sin pensar demasiado en si pueden o no manejarlos con solvencia.

“Muchas de las mujeres que han escrito históricamente se han humillado públicamente, y han explicado que se atrevían a hacerlo porque Dios lo pedía, que, en caso contrario, cómo lo iban a hacer. Otras justificaban su osadía defendiendo a capa y espada su papel, primero, de esposas y madres y su misión en la vida. Son las escritoras de la domesticidad, como Faustina Sáez de Melgar o Pilar Sinués. O sea, que siempre ha existido este síndrome, el síndrome de la impostora. Es decir, estoy ocupando un lugar que no me pertenece y no lo hago por mis méritos, porque no los tengo. Y creo, sí, que tenemos que intentar liberarnos de ello. Pero es difícil”.

La cultura y el consuelo

¿Más problemas? “Tenemos otro problema que es la necesidad de sentirnos aceptadas y queridas. Entonces, nos da miedo lanzar una opinión que pueda crear una polémica. Y que luego no te sigan, que tú estés sola”.

Las mujeres reclaman su espacio. El nivel de exigencia que ellas mismas se ponen es alto. Y no se puede esquivar el pasado, el poso cultural, en países como España.

“Durante muchos siglos hemos estado sometidas a la virtud, al recato, a la sumisión, incluso muchas veces al silencio y también a la aceptación de la situación que te toca vivir. Esto lo define también muy bien Juana Inés de la Cruz, con esa poesía tan preciosa que comienza con ese verso ‘Finjamos que soy feliz’. Denota una cierta resignación y eso es fingimiento de siglos. Un todo vale. Podemos con todo, nos sacrificamos por la familia. Si hace falta trabajar, trabajamos. Nosotras no nos importamos porque está el marido, los hijos, los padres, que son, incluso, más importantes que mi propia vida. Y creo que eso lo arrastramos, yo lo arrastro, o sea, todas las mujeres lo arrastramos. En el fondo es un error, porque nuestros hijos lo que quieren es ver madres felices, no madres sacrificadas e infelices”.

Santos alaba que la situación haya cambiado tanto, que las universitarias sean más numerosas que los universitarios, y que la cultura sea mucho más valorada. “Poder apreciar una película, leer una novela, admirar una pintura, aportará mucho más consuelo cuando una persona lo necesite. Y ese es un gran valor, una gran aportación de la cultura a la que hoy se accede más que nunca”.