¿Quién demonios es Julián Ríos?
El autor de ‘Larva’, afincado en Francia y editor de Fundamentos, donde se publicó por primera vez a Thomas Pynchon, creó una de las novelas más singulares y polémicas de la literatura española
8 mayo, 2022 23:00La medalla de oro en el campeonato de las obras más criticadas –ésta recibe tortazos y laureles a partes iguales– y menos leídas de la literatura española probablemente le corresponda a Larva. Babel de una noche de San Juan, de Julián Ríos (Vigo, 1947). Fue publicada en 1983 por la editorial Llibres del Mall –difunto sello fecundo en vanguardias e hibridaciones lírico-narrativas– y, después de algunas muertes y varias resurrecciones, ha sido recuperada ahora en una primorosa edición por el sello aragonés Jekill & Jill, que realiza la titánica –y tal vez quijotesca– tarea de corregirla y maquetarla de nuevo en revisión de Javier Hermosilla. Tal vez no sea mal momento para reflexionar sobre su especial condición de obra de culto y el espacio que ocupa –o no– en la literatura actual.
El origen de Larva, como toda obra mítica que se precie, ya fue fabuloso. Incluso antes de publicarse por primera vez, era saludada como el nuevo grial de la literatura española, mientras que sus detractores levantaban la ceja y se carcajeaban de su presunta pedantería ilegible. Su entonces joven autor –que escribía desde un fascinante Swinging London en el que se codeaba con Cabrera Infante, Carlos Fuentes y multitud de aupairs internacionales y liberadas– fue publicando durante una década fragmentos en revistas literarias de la época (Plural, Espiral), a la manera de su idolatrado James Joyce. Ríos había sido también el impulsor de la editorial Fundamentos, donde se tradujo por primera al castellano la obra de algunos popes posmodernos, como Thomas Pynchon o John Barth.
Las expectativas eran altas y el mundo literario la recibió en su día con atención y discrepancia. La recepción de la novela se dividió en dos bandos antagónicos y enfrentados. Pareciera que en su juicio estético se estuviera dirimiendo no solo el ingreso al canon del libro en cuestión –tal fue su impacto–, sino el futuro de la novela en español. Por un lado estaban los happy few, que festejaban su audacia y originalidad de forma superlativa. Dos años después de su publicación apareció Palabras para Larva, un panegírico con artículos de Haroldo Campos, Severo Sarduy y Juan Goytisolo.
Por el otro figuraban los partidarios de la Nueva Narrativa Española, que denunciaban que tras los fuegos de artificio de su estilo no había más que un remedo de lo que ya había hecho Joyce medio siglo antes, la desconexión entre el lector y la industria, el tostón total o, como señala el propio Ríos, un mamutreto. Lo que parecía decidirse en aquellos años 80 era si la literatura española –sea lo que sea esa entelequia– podía y debía abrirse a una concepción más abierta o ecléctica de la literatura. En la actualidad, los partidarios de Ríos siguen perdiendo esta batalla contra la industria editorial generalista, pero aún militan en sus trincheras de resistencia artística. Pueden leer al respecto lo que han escrito Rubén Martín Giráldez y Javier Hermosilla.
El lector ordinario se sigue preguntando: ¿Pero quién demonios es Julián Ríos? Más allá del veredicto del tiempo, constatamos con envidia el impacto que produjo su lectura, la controversia en los periódicos generalistas y los razonados argumentos de tirios y troyanos.Diríamos que, en estos momentos, la capacidad de una novela para volver a calar en el discurso cultural se debe más a aspectos no literarios –su presunta ideología, el carisma de su autor, la batalla cultural que propone– que a cuestiones como su estilo, belleza o estructura. Los medios de comunicación atienden más a los dimes y diretes en sus columnas retuiteables –casi siempre partidistas– que a su felicidad artística. ¿A qué viene tal revuelo?, dirán ustedes. ¿De verdad la novela es para tanto? Y la respuesta será afirmativa. Para muestra, un botón:
“¡High! ¡High! ¡Hell!, jaleos y chapaleteos a lo lejos, ¡schlaf! ¡schlaff!, de los que brincaban sobre la hoguera (desnudos chisporroteantes) e iban a caer en el estanque. ¡Schlaf! Tras las llamaradas, encabritándose: ¡incandescentauros! O centaureas. Y las dos rubicundas despeluzadas, a caballo de sus melenudos, también en cueros, dieron un alarido saltando con sus monturas por la hoguera ¡flam! ¡plash! al estanque. Allí bajo los sauces llorones, y enrojecidos, detrás del estanque: la ancha mancha lechosa estrechándose hacia las frondas en sombra del río. Reptando, reptilínea. Serpenteando, pendiente abajo. Alargándose,como un fuelle, más rápida. Acordeondulando”.
A este caudal léxico-festivo –que es constante– deben añadirse las notas al margen que añade Ríos en las páginas izquierdas, a modo de afluentes de su novela. Uno no sale indemne de la lectura de Larva. Por lo pronto, se ve impelido a realizar juegos de palabras sin parar. Pasa un poco como el contagio de la rima después de leer mucho a Lope de Vega. Es decir: Ríos tiene esa fuerza gravitatoria que solo ofrecen los grandes autores. Toda obra trascendente crea su idiolecto. Diríamos que Larva, más que una novela, es una performance literaria que consiste en averiguar la paciencia del lector. O queda rendido ante la experiencia o sale despedido de inmediato. Larva es una película de Peter Greenaway. El revuelo viene porque este libro desaforado es una fiesta excepcional del lenguaje –más concretamente, una orgía: la vida sexual de las palabras—que pone en entredicho la narración lineal.
La trama de la obra –para aquellos fans del libro de Pierre Bayard: ¿Cómo hablar de los libros que no se han leído?– versa sobre una fiesta de disfraces en una mansión londinense durante la noche de San Juan, donde Milalias –disfrazado de Don Juan– busca a Babelle –con ropajes de Bella Durmiente–. En realidad, la novela va sobre el lenguaje mismo. De forma tradicional, Larva se ha considerado una obra experimental y rarísima. Ríos recuerda que forma parte de una tradición, si se quiere subterránea, que la emparenta con obras de Sterne, Rabelais, Cervantes o el Arcipreste de Hita.
Decíamos que, desde su publicación, la novela ha tenido varias muertes y resurrecciones. Pareciera que cada diez o veinte años se reunieran nuevos lectores –casi siempre jóvenes– que transmiten su entusiasmo a otros nuevos lectores, pero todavía se encuentra fuera del canon universitario. Preguntado al respecto, Ríos argumenta: “El mundo académico suele atenerse a pautas, normas y modelos preestablecidos, y una obra que le rompe los esquemas, de entrada, desconcierta y suscita desconfianza, cuando no animadversión. Viene a ser como territorios inexplorados de los que hay que precaverse mediante esta indicación: aquí hay dragones y monstruos sin cuento”.
“Recuerdo –prosigue Ríos– “que a mediados de los ochenta una profesora que quería hacer su tesis sobre Larva no encontró en Madrid a nadie que quisiera dirigirla. Al cabo del tiempo, y a medida que esta obra va siendo explorada, sobre todo por estudiosos extranjeros, empieza a corregirse dicha visión y la supuesta oscuridad desaparece. Aquí hay dragomanes e intérpretes competentes. Sobre todo gracias a nuevas generaciones con la mente mucho más abierta. Un ejemplo es el monográfico que me acaba de dedicar la revista de literatura Tropelías (Universidad de Zaragoza)”.
Es habitual decir que en las primeras obras de los escritores ya aparecen –larvados– elementos de toda la obra posterior. En el caso de Julián Ríos no solo es correcto, sino una máxima. Pareciera que todos sus libros posteriores –Poundemonium, La vida sexual de las palabras, Amores que atan, Álbum de Babel, Sombreros para Alicia– giran alrededor del vértice larvario. Son versiones más accesibles –igual de interesantes– sobre el mismo universo. Un mundo que todavía no está acabado.Al ser preguntado por sus nuevos proyectos, el escritor gallego responde que, a su edad, conviene tocar madera (de roble) antes de hacer proyectos. Auto de Fénix, por ejemplo, lleva años esperando. “Pero mi prosa no tiene prisa. Mi mujer y traductora, Geneviève Duchêne, que murió en 2020, dejó muy avanzado el trabajo de cotejo y recopilación. Concluir la tarea en homenaje a su memoria es mi único aliciente”.
En estos tiempos de convenciones literarias, donde libros vanguardistas únicamente encuentran a sus lectores gracias a las pequeñas editoriales y librerías independientes, no está mal recordar que una vez hubo una novela fue capaz de poner, aunque fuera por un instante, en tela de juicio el consenso general sobre lo que debe ser una novela y lo que no.