'Homenot' Prometeo y la lista de la compra / FARRUQO

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Letras

Prometeo y la lista de la compra

Los cadáveres expuestos en el centro 'Les Arenes' de Barcelona nos acercan al mito cultural de la inmortalidad a través de la anatomía y la evidencia de la muerte

23 junio, 2021 00:00

Los dioses son huéspedes intermitentes y sus visitas no cejan a lo largo de una vida. Quizá por eso cada persona “guarda en herencia la historia de la humanidad”, como escribió el antropólogo André Leroi-Gourhan. Pero nadie lo diría a la vista de los cadáveres plastinados de ciudadanos asiáticos que expone estos días Human bodies en el centro comercial Les Arenes de Barcelona. A la vista del material exhibido sin complejos –doce cuerpos completos y un centenar de órganos, tejidos y sistemas anatómicos, así como una docena de embriones y fetos– la muestra no es un resumen de lo que fueron mientras vivían  sino una especie de reproducción añeja del Panóptico de Bentham (el ojo que todo lo ve); nos aproxima peligrosamente a la idea del control más allá de la muerte del que nos habló Foucault en Vigilar y castigar (Siglo XXI Editores). 

La exposición Human bodies lleva años itinerante por centros comerciales de medio mundo y ahora repite en Barcelona anunciando su vocación de permanencia. Los restos humanos expuestos tras urnas de cristal han sido adquiridos por la empresa organizadora del evento, Musealia. Uno de los doce cadáveres asiáticos es un jugador de futbol en pleno remate, abierto en canal para dejar al descubierto sus vísceras abdominales; viene a cuento de la Eurocopa, supongo, pero Dios nos libre, después del susto que nos dio el paro cardíaco de Christian Eriksen en el partido entre Dinamarca y Finlandia, cuando después de desplomarse regresó de la laguna Estigia, gracias al médico de su selección, Morten Boesen. 

Una imagen de los cuerpos de la colección Human Bodies expuestos en Les Arenes de Barcelona / HUMAN BODIES

Una imagen de los cuerpos de la colección Human Bodies expuestos en Les Arenes de Barcelona / HUMAN BODIES

El desfibrilador que ha salvado tantas vidas es la respuesta científica a la metáfora especulativa de Prometeo, que parece revivir la momificación de Human bodies. A los organizadores les mueve el afán de divulgación científica; a otros nos parece una robotización del cuerpo inerte y un mal trago para el civilizado flâneur de la antigua plaza de toros de Les Arenes –fue el templo de Chamaco y de Gallito– convertida en un macrocentro comercial. La mezcla entre el consumismo y la divulgación científica pone de relieve la poética espectral que nos rodea. La inmediatez del cadáver muertemente vivo reclama su papel como monumento escultórico a los ojos de todos. Es una primitivización de la otra vida y de su uso comercial. Es un rechazo estético del creacionismo y una defensa del mortalismo cristiano de John Milton, la creencia de que el alma no es inmortal, sino que muere junto con el cuerpo y resucita recreada por Dios. 

Los plastinados no viven y apenas reproducen el que fue su organismo real. El médico y artista alemán Gunther von Hagens inventó en 1977 la plastinación, que consiste en la extracción de los líquidos del cuerpo y su sustitución por resinas. Fue perfeccionando la técnica hasta que empezó a producir cuerpos enteros de aspecto más bien siniestro, al estilo de los despojos de Fragonard, un trabajo que no inspira precisamente el interdicto castellano de “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. A partir de las críticas, la Universidad de Murcia, que se encarga de la dirección científica, se ha apartado algo del exceso antropomórfico y se ha limitado a aportar una docena de piezas de animales, para dar pie a comparaciones con la anatomía humana

No es bueno que el monstruo esté solo xx

No es bueno que el monstruo esté solo xx

La momificación anónima nos acerca al mito de la inmortalidad, expresado en el binomio electricidad-vida de hace doscientos años. Alude a los llamados experimentos galvánicos –en honor del investigador Luigi Galvani– potencialmente capaces de revivir cadáveres yacentes, gracias a la inducción electromagnética de Faraday. La electro-cristalización de la materia inanimada forjó la idea de permanecer eternamente y el argumento metafórico de aquel salto psuedocientífico recayó en Marie Shelley, la esposa del poeta Percy Bysshe Shelley, en la Villa Diodati de Suiza, donde el matrimonio pasó unas largas vacaciones en compañía de Lord Byron, durante el verano boreal de 1816. Allí, entre brindis con calaveras llenas de mistela, nació Frankenstein, la novela de Marie, cumbre de la invención del género gótico y umbral de la ciencia ficción. El Prometeo de Shelley es el resultado del encuentro entre la humanidad y la naturaleza a través de la ciencia, una experiencia conectada en su tiempo con la idea bíblica del demonio, hasta el punto de que la criatura de Frankenstein se nutre del personaje de Satán, en El Paraíso perdido de Milton.

Gerard de Nerval, por su parte, exploró al monstruo revivido en Las Quimeras (Visor Libros), después de haber atravesado la oscuridad de una noche profunda, cuando vio como se moldeaba a “un animal enorme atravesado por un chorro de fuego que lo animaba poco a poco, de suerte que se retorcía, penetrado por un millar de hilos, purpúreos, formando las venas y las arterias y fecundando, por así decirlo, la materia inerte, que se cubría de una vegetación instantánea de apéndices fibrosos de alas y de copos lanosos”. El gran maestro del malditismo del ochocientos francés dijo haber descubierto entonces “los secretos de la creación divina”. Mucho antes de llegar a la exaltación del Romanticismo, la investigación del esqueleto y las vísceras humanas experimentó un salto espectacular en el Renacimiento, gracias a Leonardo da Vinci. Sus estudios sobre el movimiento de la sangre en el cuerpo incluían modelos experimentales tomados de cadáveres. Para mostrar, por ejemplo, el funcionamiento de la válvula aórtica del corazón, el sabio florentino utilizó cuerpos abiertos en canal y les colocó vidrios con forma de vaso sanguíneo (La ciencia de Leonardo de Fritjof Capra; Anagrama).

Leonardo da Vinci / FARRUQO

Leonardo da Vinci / FARRUQO

La investigación nunca ha tenido límites. Pero el caso ahora es saber si el método de exposición debe tenerlos, en pleno siglo XXI, en un momento de reencuentro de Occidente con la cultura del recato. Los laboratorios modernos y las facultades de medicina han multiplicado los aciertos del pasado sin preguntarse si tenían derecho a descomponer en piezas al Hombre de Vitrubio de Leonardo o al David de Miguel Ángel, en vez de conservar su unidad metafísica en tanto que diseños canónicos. Los cadáveres naturalizados de Les Arenes fueron un día parte de una epifanía, pero ahora no se les concede el derecho a expresar su origen divino; han sido reducidos a pretextos científicos, mientras sus dioses creadores lucen radiantes en pinacotecas, jardines y oscuros palacios.

La procedencia china de los cadáveres está comúnmente aceptada y además conecta con la muerte violenta de cuerpos procedentes de una morgue o  inhumados a cambio de sumas de dinero. Los organizadores de la muestra aseguran que entre los cuerpos no hay ningún muerto fruto de la violencia. Consideran que el contrato entre la empresa Muselania y el laboratorio Corachan, encargado de la plastinación, firmado en Estados Unidos, es una garantía de ética y legalidad. Sin embargo, en los mentideros urbanos sobrevuela la sensación de que la procedencia no está documentada como ocurrió hace algunos años con los africanos disecados enviados a museos y tiendas –extraña recurrencia del cruce entre el consumo y la muerte naturalizada– pese al desinterés mostrado por el mundo académico. La atracción circense lo puede todo, como se vio en el caso sonoro del Negre de Banyoles. Con los años, la ciencia y los desnudos de los alumnos de la Escola Massana se han ido cargando esta práctica, que por lo visto se sigue utilizando en el reclamo comercial.

Robert Louis Stevenson (1885) pintado por John Sargent

Robert Louis Stevenson (1885) pintado por John Sargent

La muestra repite a pesar de la fría acogida oficial combinada con la pasión escondida de las conversaciones en los salones del Eixample que redoblan la nostalgia de las antiguas academias científicas. Los más audaces han retomado la dualidad de Robert L. Stevenson en El señor de Balantrae, considerada una novela juvenil inquietante, como introducción de la archiconocida historia de Jekyll y Hyde, la versión hard de la disociación inducida químicamente. En este segundo caso, el cuerpo del protagonista hace el papel de armario ropero de dos personalidades

Cataluña es un país de cadáveres exquisitos y muertos en el armario. Dos prohombres, como Bonaventura Aribau, autor de Oda a la patria, y del cronista insigne Antoni de Company i Montpalau, después de muertos, tuvieron que ser rescatados de los anaqueles de una antigua biblioteca para ser enterrados en el Cementerio del Poble Nou. Así lo narró en clave de ficción el soberbio Joan Perucho, en El baró de Maldà i les besties de l’infern (Columna) Premio Nacional de Literatura y autor incluido en el canon de Harold Bloom, que lo sitúa entre los grandes de la literatura fantástica, tanto en catalán como en castellano. La conexión entre las altas estanterías de artesonados modernistas y los pequeños monstruos arrumbados en el moderno museismo comercial nos devuelven una Barcelona silente pero siempre cercana al sarcasmo destructor. Los freaks de Les Arenes bien se merecen los momentos fúnebres de Carles Riba, nuestro mejor poeta autóctono, y la lectura en voz alta del canto a la disección de El Paraíso perdido, una revelación durísima de la vida interior de Milton.