Imagen de 'Wrinkles the clown', sobre el payaso Wrinkles / FILMIN

Imagen de 'Wrinkles the clown', sobre el payaso Wrinkles / FILMIN

Cine & Teatro

Los payasos siniestros

El documental 'Wrinkles the clown', sobre el payaso Wrinkles, indaga sobre los miedos a los payasos y la necesidad o no de una educación estricta

23 junio, 2021 00:00

Los payasos siempre han tenido un punto siniestro. De pequeño me infundían un respeto rayano en el terror. No tanto los del sector Gaby, Fofó y Miliki, que, simplemente, no me hacían maldita la gracia, sino los del modelo Augusto, esos sujetos con la cara pintada de blanco, la ceja levantada y el cucurucho a los que únicamente les faltaba llevar escrita en la frente la palabra pedófilo. Solo conseguí superar el miedo cerval que me inspiraban durante la primera comunión de mi primo, cuando, volviendo del cuarto de baño, pillé en el pasillo al Augusto y al clown contratados para la ocasión discutiendo a gritos por cuestiones de dinero.

Hace unos pocos años, se puso de moda en Estados Unidos la aparición extemporánea de payasos siniestros en lugares cotidianos cuya intención era asustar a la gente en general y a los niños en particular. Si no recuerdo mal, pasó algo después del estreno de la nueva adaptación cinematográfica de la novela de Stephen King It, donde juega un papel fundamental el macabro payaso Pennywise, que atrae a los críos desde las alcantarillas para llevárselos con él al averno o algún sitio por el estilo. Adelantándose a la moda, a finales de 2014, un tipo que se hacía llamar Wrinkles (Arrugas), el payaso, se dejó ver por distintos rincones de Florida tras colgar en la red un video (que enseguida se hizo viral) en el que se le veía, grabado por una cámara de seguridad, emergiendo de debajo de la cama de un tierno infante, arropándolo y apagando la cámara en cuestión. Poco después, pasquines con su foto y un número de teléfono aparecieron por todos los rincones de ese paraíso del jubilado en los que el payaso en cuestión, cuya arrugada máscara daba una grima tremenda, se ofrecía a atribulados progenitores de niños insufribles para hacerlos entrar en cintura. Pese a que la cosa no se aguantaba por ninguna parte como recurso didáctico, el negocio de Wrinkles floreció. A veces tenía que dejarse ver. A veces bastaba con que los padres lo llamaran por teléfono delante de los mostrencos para que éstos depusieran su actitud.

Miedos atávicos

El tema llamó la atención del cineasta Michael Beach Nichols, quien, a medias con el guionista Christopher K. Walker, rodó en 2019 el documental Wrinkles the clown, que ahora puede verse en Filmin. Así nos enteramos de que Wrinkles era un jubilado canoso y cutre que vivía en una furgoneta y que había encontrado en el negocio de asustar a la chiquillería una buena manera de completar su magra pensión. O eso se nos hace creer hasta la mitad del metraje, cuando la cosa da un giro muy interesante y se nos informa de que el Wrinkles que hemos visto no es el auténtico Wrinkles, sino el actor D. B. Lambert y aparece, a oscuras, enmascarado y con la voz distorsionada, el auténtico Wrinkles, cuyas explicaciones convierten sus grotescas hazañas en una especie de performance conceptual encaminada a poner en solfa miedos atávicos y la peculiar manera de educar a sus hijos que tienen ciertos seres humanos (generalmente, del sexo masculino) partidarios de las soluciones drásticas frente a aquellas, más razonables, que requieren un poco más de esfuerzo. Es este giro de guion lo que hace del documental algo más que el relato de una chaladura no estrictamente norteamericana (también en 2014, en España tuvimos al Gijón Clown, un asturiano que grababa videos amenazadores y por el que se organizaron batidas para zurrarle la badana, aunque al final resultó que todo era una equivocada jugada de marketing de una empresa de no sé qué).

A día de hoy, seguimos sin saber quién era Wrinkles, el payaso, ni lo que pretendía exactamente. Pero ese difuso plan --a mí, por lo menos-- consiguió inquietarme mucho más que las lucrativas andanzas del personaje inventado por los señores Nichols y Walker para la primera mitad de su propuesta, pues convierte el largometraje en una estimulante mezcla de ficción y realidad. Especialmente indicado para todos aquellos que siempre han sentido cierta aversión a los payasos –según Perich, gente que ríe por fuera y llora por dentro, motivo por el cual suelen tener tan poca gracia--, Wrinkles the clown es también un episodio más de la chaladura estadounidense y un reflejo de la burricie de sus ciudadanos más zotes. En cuanto a la moda de los payasos siniestros, pasó, como todas las modas.