Franco Battiato, ceniza y sentido
El músico italiano, cantautor místico y uno de los artistas más originales de Europa, nos lega un ecléctico cancionero donde lo popular cohabita con lo trascendente
19 mayo, 2021 00:10Tal vez quien ha nacido a los pies de un volcán mira las cenizas de otra manera. Puede que Franco Battiato (Riposto, 1945-Milo, 2021) —cantautor místico, buscador infatigable de los trascendente y disfrutador de lo leve– lo supiera y por eso eligió pasar sus últimos años días junto a la falda del Etna. En su figura, mitad Franz Kafka, mitad estrella pop, se cifra la imagen irresuelta de la ambición eremítica y la llamada de lo popular.
Sus canciones dicen en sus estribillos algo parecido a esto: es posible vivir en la torre de marfil siempre y cuando nos permitamos frecuentes excursiones hasta el barro. O viceversa: los placeres mundanos son irrenunciables, pero siempre serán mejores bajo la luz de la reflexión.Su fórmula musical –que no es solo una fórmula sino un credo vital– reúne sin complejos géneros y filosofías heteróclitos, hibrida lo oriental con lo anglosajón en un mejunje especiado y delicioso. Hace de la carne, espíritu y es capaz de consubstanciar la radiofórmula en puro misticismo. Para la mayoría de españoles, Battiato empezó siendo una imagen icónica. Enormes gafas de pasta tras una prominente nariz, cuerpo de alambre y movimientos estrambóticos.
Franco Battiato en un póster comercial de lanzamiento de su disco Contaminación (1972) publicado por la revista italiana Ciao
Frecuentaba aquellos programas musicales de los años ochenta en que lo mismo entrevistaban a Samantha Fox como te soltaban dos canciones de pop vanguardista sin solución de continuidad. Sí, lo primero que nos llamó la atención por estos lares –para qué vamos a engañarnos– fue su estética. Tanto sus videoclips como su puesta en escena dinamitaban los esquemas de lo habitual –recuerden que eran tiempos de calentadores en los tobillos, calcetines blancos de lentejuelas y chándal de tactel—, así que un tipo más bien serio sentado en un taburete, que de vez en cuando rompía a bailar, era una rara avis en ese ecosistema.
El impacto fue tal que hasta Martes y Trece perpetraron la imitación de un tal Franco Nappiato en su programa de fin de año. La semilla de la popularidad ya se barruntaba en la caricatura. Pero el caso es que, tras su imagen iconoclasta y empollona, venía la música Y menuda música. Aquel tipo que podía pasar por el primo alto de Woody Allen cantaba melodías bellas y extrañas en un castellano con acento italiano.
Las letras de sus canciones –convenía escucharlas repetidamente para paladearlas– contenían palabras nunca antes pronunciadas en una canción popular. Perspectiva Nevsky, candiles de petróleo, una vieja de Madrid con un sombrero y un paraguas de papel y caña de bambú. Parecían hechas con retazos de reflexiones o aforismos, gustaban de imágenes delicadas y exóticas. Eran románticas a la par que intelectuales, suaves, pero con colmillo. Serias, pero con humor. Absolutamente irrebatibles. Nos animaban a buscar un centro de gravedad permanente que no cambiara las cosas que pensábamos sobre la gente.
Aquel músico desgarbado, a medio camino entre Bob Dylan y los poetas sufíes, fue capaz beber de todas las fuentes originarias que se le pusieron por delante sin perder personalidad. No era ni un cantautor ni un músico clásico. Tampoco una estrella rock, y, sin embargo, en su prolija discografía, parecía reunirse una jukebox tan íntima como universal. Su obra musical se pasea sin jaleos de pasaportes ni fronteras por múltiples estilos musicales, sin atender a más criterio que la filación sentimental o el deseo. Su panoplia sónica comprende desde la música ligera hasta la gran ópera, la vanguardia europea e incluso el festival de Eurovisión.
Pero, aunque es cierto que su paleta de colores parece inagotable, la memoria popular ha terminado por elegir a sus tonalidades favoritas. Un puñado de temas inmarcesible capaces de convencer a cualquiera. Canciones –que son casi aforismos bailables– que se han convertido en una suerte de himnos filosóficos para cantar a media voz, acompañantes perfectas para tiempos de zozobra. Centro de gravedad permanente, Yo quiero verte danzar, Nómadas, El Animal, La cura o Bandera blanca, deberían estar en el botiquín sentimental de cualquier homo sapiens necesitado de belleza en forma de single.
Demás, el hambre de conocimiento humanístico no se circunscribía solo a su obra musical, sino que extendía sus tentáculos por casi cualquier ámbito vital del siciliano. Es conocido tanto su interés filosófico –coescribió las letras de La emboscada junto al pensador Manlio Sgalambro y vistió a Raimond Pánnikar en Tavertet– como su práctica religiosa. Tal vez lo más relevante de su vida es que consiguió poner con palabras y acordes un anhelo místico que siempre nos ha inquietado: cómo encontrar el punto de equilibrio en la vida y estar en paz en el mundo. Es decir, --por decirlo con Morrissey— cómo conseguir transformar la enfermedad en una canción popular.
Un día después de su muerte, tal vez no esté de más recordar que él era un declarado budista y creía firmemente en la rencarnación. En alguna entrevista declaró algo así como que en la mirada de un bebé a veces había descubierto una sabiduría no del todo inocente. Si Battiato estaba en lo cierto, tal vez hoy sus ojos vuelven a mirar en algún rincón del mundo desde su elegante miopía severa. Si no lo estaba, siempre nos queda pinchar su playlist en bucle. Sus canciones serán ceniza, pero nunca dejarán de tener sentido.
CINCO OBRAS MAESTRAS DEL MUNDO BATTIATO
1. La voce del Padrone. Fue primer éxito incontestable de Battiato y el disco en el que pone de acuerdo por primera vez a crítica y público. La dosis exacta de experimentación y disfrute. Se incluyen canciones que son leyenda como: Bandiera Bianca, Centro di Gravità Permanente o Cuccurucucuù.
2. Nómadas. Antología de antiguas canciones de Battiato vertidas al castellano. Todas deslumbrantes y excelentemente adaptadas. Destacan la inteligencia narrativa de Perspectiva Nevsky o el lirismo de Mal de África. Éxito de ventas inesperado en el chart español.
3. Fisiognomia. Recuerdos íntimos de su tierra natal. Es una autobiografía lírica. En este disco se encuentran algunas de las canciones favoritas del público: Nomadi y E ti vengo cercare. En la portada aparece un Battiato niño que sonríe al espectador. No defrauda.
4. Del suo veloce volo. Battiato y el cantante norteamericano Antony se marcan un extraña joya en riguroso directo. Un mano a mano entre dos de las personalidades artísticas más sobrecogedoras de la música pop. Se van alternando los temas de ambos y comparten uan apabullante You’re my sister.
5. Ábrete Sésamo. Tal vez su última gran obra en solitario, otra vez con textos del filósofo Manlio Sgalambro y sus fogonazos metafísicos. Cuenta con la colaboración de J., músico de Los Planetas como adaptador en su versión al castellano. Destacan las canciones Pasacalle y Pliégate Junco.