El extraño mundo de Muñoz Avia
El autor de 'La tienda de la felicidad' es un novelista singular, no habla de la Guerra Civil ni de ningún colectivo machacado y tiene un retorcido sentido del humor
14 abril, 2021 00:00Cuando algún producto cultural (generalmente, un libro, un disco o una película) me ha gustado mucho y observo que pasa desapercibido o no recibe la atención que yo creo que merece, muestro cierta tendencia a ponerme didáctico (o a dar la chapa, según se mire), casi siempre sin ningún resultado que redunde en beneficio del autor ignorado de turno. Con su permiso, hoy les voy a dar la barrila con la quinta novela de Rodrigo Muñoz Avia (Madrid, 1967), La tienda de la felicidad, que una buena amiga que trabaja en Alfaguara tuvo el detalle de enviarme antes de que se publicara, intuyendo que podía ser de mi agrado, como así fue con esa extraña muestra de frikismo literario con fundamento, que diría Arguiñano. Me la tragué de un tirón, le envié a mi amiga una frase laudatoria para la faja de papel de la portada y esperé a que saliera para comprobar si le había gustado a alguien más. A día de hoy, exceptuando un par de reseñas más o menos positivas, sigo esperando un poco más de entusiasmo, así que saco a pasear de nuevo a mi alter ego didáctico.
Reconozco mi condición de converso a la magia del señor Muñoz Avia, ya que no había oído hablar de él en mi vida, aunque el hombre ya había publicado otras cuatro novelas para adultos, tres para el público juvenil y cuatro para los niños (que diría Gloria Fuertes). Yo, simplemente, me dejé guiar por la intuición de mi amiga editora y me sumergí virgen en La tienda de la felicidad, la primera novela que conozco que está escrita en forma de correos electrónicos, que es el único sistema de contactar con el mundo que tiene su peculiar protagonista, un misántropo radical que se resiste a hablar con la gente en vivo y en directo. Unos errores de la cadena de supermercados en la que se abastece lo conduce a iniciar una peculiar correspondencia con la responsable del departamento de atención al cliente y así se inicia una de las historias de amor más raras que uno haya visto en su vida (mezclada con otros temas, no menos excéntricos, como la relación con su hermano Elisendo y su sobrino Jacobo, que van apareciendo en la disparatada correspondencia de Carmelo Durán, que así se llama el protagonista de esta historia y que no sé hasta qué punto puede considerarse un trasunto del autor).
Página a página, uno se siente arrastrado al extraño mundo de Carmelo Durán y entendiendo, aproximadamente, qué le llevó a comunicarse con el mundo (¡y hasta enamorarse!) a través del correo electrónico. Aunque uno es consciente de que nada de lo que se le cuenta puede considerarse normal (o precisamente por eso), acaba atrapado en la peculiar lógica del señor Durán (o del señor Muñoz Avia) y devorando La tienda de la felicidad en unas pocas sentadas. Hijo de los pintores Lucio Muñoz y Amalia Avia y hermano del cineasta Nicolás Muñoz Avia (con el que ha colaborado como guionista en dos largometrajes), Rodrigo Muñoz Avia es una rara avis (rarísima ave, diría yo) de la literatura española contemporánea: no habla de la guerra civil ni de ningún colectivo machacado ni de nada susceptible de ensanchar su base de fans; estamos ante un verso suelto, ante un humorista alternativo que a veces, entre gansada y gansada, cuela conceptos muy serios que, me temo, no interesan a mucha gente. Para mí, La tienda de la felicidad es la novela española reciente más fascinante que he leído últimamente, y puede que también lo sea para algunos más, aunque yo diría que no muchos. Sí, es una rareza en el panorama literario español actual, pero si una editorial de la potencia de Alfagura confía en él, puede que la ampliación del campo de batalla (que diría Houellebecq) no sea una misión imposible. A ello contribuyo mínimamente dándoles a ustedes la brasa con la sugerencia de que se hagan cuando antes con La tienda de la felicidad: no nos sobran los tipos raros con talento y un retorcido sentido del humor.