Circunstancia y estirpe de Galdós
El novelista canario, cronista de la España del XIX, encarnó nuestra historia en personajes memorables y creó una tradición realista que sigue viva en nuestros días
3 octubre, 2020 00:10Literatura es tensión, choque, conflicto, la irrupción de un suceso que todo lo altera en un ambiente armónico, la lid entre realidades distintas. Sin esta disparidad habría ideas estáticas, no acción y movimiento. Los grandes escritores son los que hacen patente ese desacuerdo y en lo uno ven lo otro y sobre la superficie rasa de la realidad excavan o alzan los edificios de su creación. En Benito Pérez Galdós, el conflicto se opera entre lo castizo y lo singular, la infligida befa de garbancero y la proyección europea e hispanoamericana, pero sobre todo entre los hechos históricos en plano muy abierto y la atención en close-up al individuo protagonista, en un acercamiento que intima con él. Galdós no es solo el más grande narrador español del XIX (nuestro pobre siglo XIX, ni sombra de lo que fueron el XVI y el XVII, ni de lo que sería el XX). También es el más vigente de aquella época. Hasta él, ningún novelista ha estado al nivel de Cervantes. Después, muy pocos resistirían la comparación.
Como tantos escritores, el canario echó los dientes en la prensa, desde el Madrid al que marchó para estudiar y donde se licenció en novela y vida, no en Derecho como estaba previsto. Eso fue fundamental, porque le afiló el colmillo crítico, pero este, si incisivo, nunca fue retorcido porque en él a esa condición de agudeza le acompaña otra: la muy humana de la piedad. Galdós comprende a sus personajes, que es requisito imprescindible para que puedan también entenderlos los lectores. Padece con ellos, los compadece. Y da voz, se adentra en el pensamiento de las mujeres cuando era muy raro hacerlo en el medio español. Sus personajes femeninos se salen del estereotipo. Su vida amorosa, que continúa mayormente en penumbra, le ayudaría a ello. Sin duda, también su íntima amistad con Emilia Pardo Bazán.
El mítico retrato del novelista canario pintado por Sorolla
Su obra se distribuye en dos plantas comunicadas por más de una escalera: la baja, la de las novelas de personajes digamos del común, que atienden a sus propias vicisitudes y preocupaciones; la alta, la del ciclo sin parangón en nuestras letras (hay que irse a La comedia humana o a la historiografía latina, pero sin el aderezo de la ficción) de los Episodios nacionales, ese cruce de lo macro con lo micro, la coyuntura en la que la tremolina de batallas, pronunciamientos y cambios de régimen, pasa por el cedazo de la experiencia personal de protagonistas concretos, testigos y a la vez partícipes del acontecer. Al fijarse en los seres de carne y hueso, Galdós hace lo que Tolstói en Guerra y paz al narrar la batalla: inserta una cuña de humanidad en el aparatoso andamiaje de las crónicas.
Galdós junto a los hermanos Quintero en el estreno de Marianela
Además, el periodismo, el verso satírico, el teatro. Fue muy laborioso, como otros escritores que vivían de la literatura por entregas como Dickens, de quien tradujo Los papeles póstumos del club Pickwick a partir del francés a su regreso de París, donde cubrió la Exposición Universal de 1867. Llevó una vida ordenada dedicada al trabajo, del que ni siquiera lo apartaron algunas incursiones políticas que lo hicieron ser uno de los diputados más ilustres de nuestras Cortes. Sus ideas eran las de alguien crítico con su país, defensor de la Ilustración, anticlerical. Esto le valió campañas de desprestigio que dieron al traste con su candidatura al Nobel en 1912, año en que fue premiado el muy olvidado Gerhart Hauptmann. El cainismo español llegó hasta Estocolmo, como fue lamentado entre otros por Federico Carlos Sainz de Robles en 1965 en la extensa introducción a las obras completas de Galdós en Aguilar. También dictó Memorias de un desmemoriado, título tan poderoso como el de González-Ruano Mi medio siglo se confiesa a medias, y de contenido tan reticente (Galdós por desganado y comedido, Ruano por no dejar al desnudo todas sus inconfesables trapacerías).
Su primera novela fue La fontana de oro. Le siguen un buen número de otras que con la grosería de reducir podríamos abreviar en Doña Perfecta, Fortunata y Jacinta, La de Bringas, Miau, Tristana, Nazarín o Misericordia (que María Zambrano vio “como el centro de la plural, y aun laberíntica obra de su autor”). La mayoría de los lectores, sin embargo, lo asocia a las cinco series de Episodios (cinco temporadas, diríamos hoy por influencia de la televisión), de los que publicó 46, con diferentes protagonistas: Gabriel Araceli de la primera; Salvador Monsalud de la segunda, con algo suyo en cada uno de ellos (sobre todo el segundo).
Su primera novela fue
A pesar de los descréditos y el ninguneo que tuvo que encajar, a Galdós no le han faltado seguidores, y de la mayor calidad. Lo respetaron Unamuno y Leopoldo Alas Clarín (quien escribió sobre él un trabajo biográfico). Cernuda le dedicó un brillantísimo ensayo en 1954 en el que observaba: “Se diría que aún no han nacido sus lectores verdaderos”. El sevillano destacaba del canario, como solía, elementos que en realidad también le correspondían a él mismo: así, cuando habla de la discreción respecto de la propia persona. Lo compara con otros autores españoles, señalando las diferencias, y agrega esto que también forma parte del temperamento de Cernuda (gran admirador del autor del Quijote, por otra parte): “Con respecto a Cervantes sí tiene afinidad, y ambos son, probablemente, nuestros únicos escritores, sin aludir ahora a los poetas, que conocieron lo que es generosidad y que fueran capaces de comprender y respetar una actitud humana o un punto de vista contrarios a los suyos”. Huelga decir que en esto no hemos avanzado y que el encarnizamiento es hoy mayor, si no igual, que el de épocas pasadas.
Es cierto que al principio de su obra, Galdós incurre en la literatura de tesis y en cierto didactismo, siempre menos plúmbeo que el de la mayoría de sus contemporáneos. Su talante fue liberal (en el sentido originario, nada que ver con el reduccionismo economicista que ha secuestrado la palabra), y su deseo de progreso parte de la moderación, con ideas que tienen afinidad con el krausismo y la Institución Libre de Enseñanza. Pero apenas hay altisonancia. Cernuda destacó en Galdós también una cualidad muy importante en la poesía: el hablar llano y coloquial, “pero ésa es cuestión de la cual los españoles tuvieron siempre poca vislumbre, ya que, obstinados en la pomposidad y exageración, todo lo que en literatura no fuera eso pasaba por falta de estilo”.
María Zambrano compuso un retrato intelectual de nuestro autor en La España de Galdós, donde sitúa la obra como correlato del país con el acierto de quien pisa con seguridad el terreno filosófico y se eleva en la intuición poética. Andrés Trapiello, uno de sus máximos valedores, cita a menudo esta frase de Fortunata y Jacinta: “Por doquiera que el hombre va lleva consigo su novela”. Hay mucho de galdosiano en ese deambular por Madrid del autor de Salón de pasos perdidos, y una reivindicación constante (sin duda, como Cernuda, por la sintonía cervantina) en artículos y conferencias. Otros escritores están en la estela de su fresco de toda una sociedad, un mural a nuestro estilo más que de Siqueiros o Rivera; es decir, a lo Goya. Juan Eduardo Zúñiga, en los cuentos de la Trilogía de la guerra civil. Rafael Chirbes, con La larga marcha y La caída de Madrid. Almudena Grandes en los ambiciosos y extensos Episodios de una guerra interminable, todavía por concluir (se han publicado cinco de los seis proyectados). Galdós recreó Madrid, empapándose del habla de sus gentes y del callejeo atento, como luego han hecho desde otros planteamientos con Barcelona en sus novelas Eduardo Mendoza o Juan Marsé.
Dos biografías recientes se ocupan del escritor. Cada una, por las características y formación de su respectivo autor, se inclina más hacia una de las dos partes que distinguimos en su obra: la novelística digamos que general, y la ceñida a los Episodios. En Alianza publicó a finales de 2019 Francisco Cánovas Sánchez su Benito Pérez Galdós. Vida, obra y compromiso. Cánovas es historiador, y sitúa muy bien el devenir galdosiano en el contexto nacional. Por su parte, la filóloga Yolanda Arencibia ha obtenido el Premio Comillas con Galdós. Una biografía. La autora, catedrática de la Universidad de las Palmas, se ha beneficiado de los legajos que guarda la casa-museo del escritor y no ha dejado un papel sin mover. A ratos puede parecer prolija, sobre todo en lo que hace al análisis de las obras, pero no le falla el pulso narrativo y, tras cierta primera incomodidad por las numerosas citas que abren los subsecciones de los capítulos, el lector reconoce un trabajo concienzudo que conecta plenamente con la personalidad del biografiado y valora tanto aporte de fuentes.
El Galdós que emerge de esta gran biografía (862 páginas) publicada por Tusquets es alguien que quiere vivir de su escritura, que a pesar de contratiempos y descalabros se empeña en seguir su vocación de manera profesional, pero nunca con la única intención de entretener (lo cual ya sería mucho cuando se consigue desde la calidad y no mediante lo zafio). Las preocupaciones de Galdós van a su obra, y Arencibia la desgrana con mano maestra, estableciendo relaciones entre los diferentes libros y las etapas de la vida del autor. La biografía estaba terminada cuando estalló la pandemia, pero el lector verá la gran correspondencia entre esta y una epidemia de cólera de 1851. Sobre esta trató el primer trabajo periodístico del joven Galdós, y ya hallamos ahí en el subtítulo un sintagma que no habría de abandonarlo: Una industria que vive de la muerte. Episodio nacional del cólera.
Don Benito señaló en cierta ocasión que es misión del novelista “reflejar esa turbación honda, esa lucha incesante de principios y hechos que constituyen el maravilloso drama de la vida actual”. Ni siquiera los Episodios de Grandes son es esto galdosianos, pues se retrotraen a la posguerra y no alcanzarán a salir del régimen de Franco. Novelas sueltas sobre esto y lo otro abundan. Y hay reflejos de la Transición y de algunos sucesos concretos, pero se echa en falta un retrato coral que llegue a lo contemporáneo. Tenemos muchas teselas, pero nos falta el mosaico. Esto hace aún más impar al gran Galdós, que ya sería uno de nuestros más imprescindibles novelistas si no hubiera emprendido los Episodios nacionales, pero que con estos se sitúa en una posición única, no solo en España, sino hasta donde uno sabe, en el resto del mundo.