Cómo destruir a tus semejantes
'The vow' aborda las interioridades de una secta destructiva que siempre acaba pasando por el sexo y el dinero a costa de seres con mil desgracias
3 octubre, 2020 00:00A la hora de la verdad, vendan lo que vendan y prometan lo que prometan, todas las sectas se mueven por sexo y por dinero. NXIVM (pronúnciese Nexium) no es una excepción. La justicia empezó a buscarle las cosquillas a su líder, un chico de Brooklyn llamado Keith Raniere, en junio de 2019, y parece que la sentencia definitiva se dará a conocer el día 27 de este mes de octubre: se solicita para él una pena de cadena perpetua por estafa, abusos sexuales, tráfico de mujeres y algunos delitos más. Bajo su apariencia de benévolo humanista, Raniere solo pensaba en vaciar la cuenta bancaria de sus pupilos (cursos y más cursos y ascensos y promociones mientras los pobres desgraciados se iban quedando más tiesos que la mojama) y en beneficiarse a las chicas más atractivas de la secta: para hacerse el feminista, promovió en secreto una asociación compuesta exclusivamente por mujeres, a algunas de las cuales las distinguía marcándoles sus iniciales con un hierro candente cerca de la vagina.
Este peligroso cantamañanas es el personaje central --aunque no sea el que más metraje ocupa-- de la serie documental de HBO The vow (El juramento), interesante, aunque algo moroso, acercamiento a las interioridades de una secta destructiva (¿las hay de otra clase?). Los que más salen son los desertores, los que un buen día se dieron cuenta de que Raniere los estaba manipulando, arruinando, abusando sexualmente o, en algunos casos, marcando como vacas en una humillación definitiva disfrazada de privilegio absoluto.
Colección de simplezas
La serie consta de nueve episodios, pero uno se ha despedido de ella tras ver el sexto: a base de estirar tanto el chicle, los creadores, productores y directores de The vow, Jehane Noujaim y Karim Amer, consiguen que el espectador se acabe desinteresando de las desgracias de los desertores --a punto está uno de considerarlos una pandilla de idiotas que se merecen todo lo que les pasó-- y del mefistofélico Keith Raniere, el gurú con menos carisma que uno haya visto en su vida: bajito, con gafas y cara de haberse llevado innumerables collejas en la escuela, su discurso supuestamente elevado es una colección de simplezas, obviedades, frases sacadas de libros de autoayuda y meras patrañas que parece mentira que nadie se las pudiera tragar. A no ser que se trate de una cuadrilla de tarugos trascendentes como los que nos cuentan sus desgracias: una actriz canadiense a la que todo le iba fatal, otra actriz que había salido en la serie sobre la adolescencia de Superman Smallville (Villachica en los tebeos mexicanos de la editorial Novaro de los años 60) o un aspirante a cineasta al que Rainiere puso a registrar en imágenes todo lo que hacía (sin intuir que se estaba buscando la ruina en los tribunales)…
La triste historia del señor Raniere y su secta se podría haber explicado perfectamente en dos o tres episodios. Alargarla hasta nueve es no querer darse cuenta de que el material del que se dispone no da para tanto: uno empieza a ver The vow con interés, pero lo va perdiendo a lo largo de la serie, hasta que se impone la indiferencia por un gurú y unos pobres seres perdidos que, francamente, da la impresión de que se merecían mutuamente. No dudo del sufrimiento experimentado por los estafados ni del ingenio de su gurú para vaciarles la cuenta corriente, pero en el mundo de las sectas ha habido timos más sofisticados (y entretenidos), líderes seudo espirituales más atrayentes y víctimas más conmovedoras.