Almacenes Sepu, que marcaron una época / RTVE

Almacenes Sepu, que marcaron una época / RTVE

Letras

Quien calcula compra en Sepu

El Sepu de Barcelona fue el primer gran almacén español en contar con escaleras mecánicas, destinado a una clase media-baja incipiente

6 abril, 2020 00:00

Cada navidad, un infeliz disfrazado de rey mago --o de paje de los reyes magos, ya no lo recuerdo-- se jugaba la vida en la fachada del SEPU, en plena Rambla de Barcelona, para sacarse unos duros: sentado en un sillón que de lejos parecía rutilante, nada parecía separarle de una caída inminente y letal, aunque supongo que debía estar protegido por una mampara de plexiglás o algún material igual de cutre; o no, porque la época no daba para medidas de seguridad y, si querías sacarte unas perras, te veías obligado a no sufrir de vértigo y a tirarte unas cuantas horitas al borde del vacío y saludando y sonriendo a los niños que pasábamos por delante de los (no muy) grandes almacenes en la Barcelona de los años 60. No se me ha ido de la cabeza en seis décadas que, desde mi perspectiva a pie de calle, aquel pobre hombre estaba siempre a punto de precipitarse sobre la Rambla, algo que nunca llegó a pasar y que, en caso de haber sucedido, me habría traumatizado para siempre: todo un rey mago --o todo un paje de los reyes magos-- hecho fosfatina en mitad del bulevar más famoso de Europa es algo que se me habría quedado grabado para la eternidad.

La palabra SEPU estaba compuesta por las iniciales de la empresa Sociedad Española de Precios Únicos, creada en el Madrid de 1934 por dos judíos suizos, Henri Reisembach y Edouard Worms. La sede barcelonesa se inauguró el 26 de marzo de 1936. Poco antes de la guerra civil, los falangistas, desde el diario Arriba, la emprendieron con los dueños de SEPU a lo bestia, por puro antisemitismo, y menos mal que ninguno debía saber que Worms significa gusanos en inglés, pues en ese caso, seguro que no habrían dejado pasar la oportunidad de utilizarlo en su contra. Después de la guerra, el Caudillo debió tomar cartas en el asunto, ya que la campaña anti judía de Falange terminó de manera brusca y el SEPU pudo seguir tranquilamente con su misión de convertirse en una especie de grandes almacenes para pobretes, un colectivo que abundaba en la postguerra española. Si los almacenes Jorba (para mí abuela, siempre Can Jorba, incluso cuando fueron adquiridos por Galerías Preciados) se dirigía a la burguesía con posibles, SEPU iba directa al populacho o a la clase media tirando a baja y obligada a ser ahorrativa: para ese público se ideó el eslogan Quien calcula compra en SEPU.

Mi madre, que vivió mentalmente en la postguerra hasta finales de los años 60, era adicta al SEPU, y a ella le debo mis visitas infantiles a ese establecimiento que se me antojaba el colmo del cutrerío en comparación con Jorba--Preciados o El Corte Inglés (el más califa de los rubíes, como diría el poetastro del cuento de Borges, del comercio popular); aunque el destino de compras favorito de mamá era, por motivos que nunca alcancé a entender muy bien, un palacio del plástico y perfecto antecesor de las tiendas de chinos que atendía por Gerplex y que estaba en el Paseo de Gracia, a dos pasos del colegio de los escolapios de la calle Diputación al que yo acudía (por obligación y no por gusto) para que me desasnaran. En mi familia, a El Corte Inglés, que llevaba muy poco tiempo abierto, se iba de uvas a peras, pero el SEPU era de visita obligada.

El SEPU de Barcelona fue el primer gran almacén español en contar con escaleras mecánicas, que a mí siempre me han gustado mucho. Ya no recuerdo qué comprábamos, pero intuyo que una gran parte de la ropa deprimente que yo lucía de crío salió de aquel emporio del ahorro. En Navidad, a falta de tirar la casa por la ventana, SEPU estaba a punto cada año de arrojar al vacío a un rey mago (o al paje de un rey mago). No creo que cada año se sirvieran del mismo pringado, pero a mí se me ha quedado grabado uno al que se le despegaba la barba constantemente y que saludaba a la chiquillería con escaso entusiasmo y lo que parecía cierta preocupación por la posibilidad de diñarla en el cumplimiento del deber. El pobre hombre debe llevar años muerto, aunque quiero creer que no por incrustarse en el pavimento de la Rambla. El establecimiento que le echaba parcamente de comer cerró en el 2000.