Carmen de Mairena / WIKIPEDIA

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Letras

Carmen de Mairena, glorioso esperpento

A Mairena las marchas feministas se le antojaban fuera de lugar, con lo bien que se estaba fuera de esa corrección política a la que le tuvo más miedo que al sida

30 marzo, 2020 00:00

No llegué a conocer personalmente a Carmen de Mairena (Miguel Brau Gou, Barcelona 1933 – 2020), pero la consideraba como de la familia, no en vano había dedicado los últimos veinte años de su vida a incrustarse en el imaginario colectivo de los españoles en general y los barceloneses en particular. Solo me la crucé en dos ocasiones: bajando de un taxi en la zona alta de la ciudad --siempre pensé que nunca se aventuraba más allá de la fuente de Canaletas--, en compañía de un señor mayor con pinta de gigolo jubilado, y sentada en la terraza del Cosmos, en la Rambla, observando el paisaje humano con aires de diva del cutrerío, que es lo que siempre fue. Carmen era --y lo digo sin ánimo de ofender, de verdad-- un mamarracho entrañable.

Pero antes de Carmen de Mairena hubo un tal Miguel de Mairena, prototipo del sarasa coplero muy popular en Andalucía, pero poco o nada en nuestra querida ciudad. Con ese alias, nuestro hombre alcanzó cierta popularidad y hasta llegó a tener unos cuantos fans…A los que perdió en su práctica totalidad cuando decidió convertirse en una mujer a su manera; es decir, poniéndose en manos de quien no debía: cirujanos chapuceros, administradores chungos de silicona y demás sacamantecas de la reconstrucción física que lo dejaron hecho el cromo que todos conocimos y que animaba con su presencia, entre ida y sandunguera, los programas de Xavier Sardà o Toni Rovira.

La pérdida de su público la llevó a la prostitución (primero) y a alquilar habitaciones en su chamizo del Raval a profesionales más jóvenes (después), actividad que la llevó a ser detenida dos veces por la policía sin que nunca llegara la sangre al río. Era admirable la manera en que explicaba la decadencia musical que la condujo a alquilar su cuerpo. Otra se habría puesto dramática o lo habría ocultado, pero Carmen se lo contaba todo a cualquiera que se interesara por su cochambrosa existencia: un día la vi por la tele, frente a un edificio de su barrio, resumiendo la situación con una frase muy similar a ésta: “La de pollas que me habré comido en ese portal”.

Lemas geniales

Ya talludita, Carmen rodó algunas películas porno (una de ellas con Dinio, nada menos), aunque no conozco a nadie que las haya visto: yo solo llegue a ver un fragmento que me quitó las ganas de ver el largometraje entero. Paco Betriu podría haberle dedicado un documental tan logrado como su Mónica del Raval, producto digno de Berlanga y Azcona sobre una prostituta con sobrepeso y permanentemente en celo, pero habrá que esperar a una biopic como la que los Javis le han dedicado a la Veneno (aunque costará encontrar al actor o la actriz adecuados y el maquillaje se pondrá en un pico, si es que no hay que recurrir a un genio de los efectos especiales).

En 2010, azuzada por Ariel Santamaría --un extravagante músico y político rural que oficiaba bodas vestido como Elvis en Las Vegas hasta que se lo prohibieron los cenizos de su consistorio--, se sumó a la CORI (Coordinadora Reusenca Independiente) y se presentó a las elecciones generales, logrando en Cataluña más votos que UPyD. Durante la campaña, patentó dos lemas geniales dedicados a sus inmediatos competidores: “José Montilla, cómeme la pepitilla” y “Artur Mas, te voy a dar por detrás”. Muy en la línea de su autodefinición: “Soy una mujer completa, tengo polla y tengo tetas”. O de la inexacta estrofa de una de sus canciones: “Soy elegante por detrás y por delante”.

Fuera de la corección política

Carmen de Mairena nunca fue elegante ni falta que le hacía. Su gracia radicaba en una desfachatez impresionante capaz de desarmar a cualquiera que se atreviese a criticarla. Y aunque tuvo lo que a todas luces puede definirse como una vida de perros, nunca se dio por aludida al respecto. No conozco a nadie a quien le cayera mal, tal vez porque representaba una Barcelona que había dado sus últimas boqueadas durante la Transición, cuando Ocaña montaba sus numeritos en la Rambla en compañía de Nazario, Camilo, Violeta la Burra o Paca la Tomate.

Quien quiera profundizar en el personaje, hará bien en leer la estupenda y peculiar biografía que le dedicó Carlota Juncosa, una ilustradora que sabe escribir con mucha gracia (la publicó Blackie Books en 2017). Los bienintencionados intentos de convertir a Carmen en un icono LGTB tras su fallecimiento no sé si los aprobaría: como contaba Carlota, Carmen tenía un punto muy conservador y se escandalizaba si veía a dos hombres besándose en la calle. Yo creo que estaba encantada de ser un personaje marginal, cutre y bochornoso y que la vindicación gay y las marchas feministas se le antojaban fuera de lugar, con lo bien que se estaba fuera de esa corrección política a la que siempre le tuvo más miedo que al sida.