La Señera, bandera de Cataluña / MARTORELL

La Señera, bandera de Cataluña / MARTORELL

Letras

Lo civil

El 'Brexit' y el intento de secesión en Cataluña son el resultado de una interpretación ingenua del concepto clásico de la democracia

31 mayo, 2018 00:00

Democracia es el espacio vacío no vinculado a ningún contenido natural”. Con estas palabras terminaba hace poco Arturo Leyte una conferencia magistral que dio en Barcelona titulada “¿Qué significa pensar en la tradición filosófica europea?” y en la que fue exponiendo, con minuciosidad y osadía, el desarrollo conceptual que, desde los presocráticos y Platón hasta el idealismo alemán, terminó por propiciar, ya en la modernidad, la idea de Estado y de ley. El alcance de las reflexiones de Leyte invitaba a pensar, mientras le escuchábamos, que el actual desprecio por la filosofía no puede lamentarse sólo como falta educativa y curricular, sino sobre todo porque se trata de una negligencia que priva a muchos ciudadanos del derecho a conocer los orígenes del actual estado de las cosas. Aunque Occidente olvide sus raíces metafísicas, seguirá sometido a las consecuencias del pensamiento que lo ha originado. Como suele recordar Giorgio Agamben, el pasado es el único acceso al presente. 

Además de gran experto en filosofía, Leyte es también uno de los responsables de La Oficina, una de las editoriales más arriesgadas y rigurosas que se han fundado en los últimos años. Allí, Leyte acaba de recuperar El concepto de lo civil, de Felipe Martínez Marzoa, un libro publicado en Chile en 2008 y que apenas había circulado en España. Martínez Marzoa es uno de los últimos filósofos verdaderos, alguien que todavía hace filosofía y hermenéutica. En este breve estudio –todos sus últimos trabajos son significativamente breves y lacónicos, como notas a un final–, Marzoa rastrea la constitución del concepto de lo civil a través de la obra de Hobbes, Kant, Hegel y Marx, filósofos con los que lleva pensando toda su vida.

Ahondando en esa misma idea con que Arturo Leyte, a modo de homenaje, terminaba su conferencia, Marzoa entiende lo civil como una ruptura frente a la inmediatez de la comunidad, es decir, el ciudadano no es nunca inmediatamente el padre de familia o el médico de una determinada comunidad, sino una condición secundaria garantizada por la ley y el Estado. Los vínculos naturales –la raza, el sexo, la identidad, los sentimientos–, lo mismo que los derechos y libertades invocados en su nombre, son preciviles y por tanto no son democráticos en un sentido moderno, cuando el demos supone ya el conjunto de reglas y garantías. La sociedad civil está así inevitablemente ligada a la modernidad. En palabras del propio Marzoa: “La concepción del derecho y el Estado que hemos vinculado a la sociedad civil misma, por lo tanto a la negación, disuelve sin retorno toda comunidad”.

Aunque no haga nunca ninguna concesión y no se permita ninguna alusión anecdótica o trivial, la investigación de Marzoa nos sirve, más allá de la especialización, para reflexionar acerca de algunos de los problemas políticos que sacuden Europa hoy en día, como el auge de los populismos y el resurgir de los nacionalismos. La fiebre plebiscitaria que ha ocasionado el Brexit o el intento de secesión en Cataluña, se debe, entre otras cosas, a una interpretación ingenua del concepto de democracia, una palabra griega caída en lo moderno para referir, según veíamos, todo lo contrario a lo que popularmente se pretende reivindicar.

Sería muy difícil resumir y explicar bien aquí cómo Marzoa atiende al fracaso interno de la pólis griega a la hora de liberarse de los vínculos de su comunidad, es decir, de su dónde y por tanto de su dentro y de su afuera. Baste decir que se trata, en este y en otros de sus libros, como en El saber de la comedia (Machado), de una de las aportaciones más complejas que se han hecho a la cuestión.

Daniel Gascón en una imagen de archivo / CG

Daniel Gascón en una imagen de archivo / CG

El ensayista Daniel Gascón, autor de El golpe posmoderno. 

“Esto no va de independencia, va de democracia” fue una de las consignas más divulgadas el pasado otoño en Cataluña, en plena crisis institucional. La expresión es de una embarazosa vulgaridad y se desacredita a sí misma, pero resume mejor que nada el clima de opinión del independentismo. En un libro reciente, El golpe posmoderno. 15 lecciones para el futuro de la democracia (Debate), Daniel Gascón ha resumido con inteligencia y amenidad el trasfondo de la crisis catalana, desmontando mitos y señalando con acierto sus principales causas. En el capítulo titulado “La apuesta por el plebiscito”, Gascón se detiene por largo en lo que ocurrió los días 6 y 7 de septiembre en el Parlament de Cataluña, cuando la mayoría soberanista, en ausencia de la oposición, aprobó la Ley de Transitoriedad y la Ley del Referendum. Fue uno de los atentados más graves que ha conocido la Europa del siglo XXI, aunque pronto se consiguiera olvidar, gracias sobre todo a la controversia por la actuación policial del día 1 de octubre. 

Recordemos que la Ley de Transitoriedad pretendía convertir al nuevo presidente de la República (llamada “de derecho, democrática y social”) en jefe del Estado y primer ministro, que a su vez nombraría al presidente de un nuevo Tribunal Supremo que tendría algunas funciones de un Tribunal Constitucional. En la práctica, esta pesadilla jurídica, finalmente abortada, suponía la instauración de un régimen autoritario que consagraba una distopía en la que una comunidad pretendía legislar de acuerdo con sus vínculos naturales. Gascón recuerda los delirios de pureza genética en boca de Oriol Junqueras, lo mismo que las opiniones denigrantes de Jordi Pujol hacia el andaluz, “un hombre destruido y anárquico” que podía llegar a “destruir Cataluña”. Son instintos primarios, más que ideas, que han terminado por encumbrar ahora a Joaquim Torra, el nuevo presidente de la Generalitat que ya no puede disimular su racismo, porque ha quedado atestiguado para siempre en sus artículos. 

Gracias a todo eso, ahora sabemos que la República Catalana, tal y como se diseñó aquellos infaustos 6 y 7 de septiembre de 2017, pretendía destruir ese espacio vacío no vinculado a contenidos naturales que en la modernidad hemos llamado república democrática y regresar, con disfraces posmodernos, a un régimen en realidad premoderno donde la inmediatez de la comunidad quería aniquilar al ciudadano. Y si pensamos que el lazo amarillo, hasta ahora un símbolo de protesta contra una decisión judicial, se está transformando, en las playas del litoral catalán, en una cruz, es decir, en un signo sacrificial, oiremos entonces el grito fundacional que el poder civil había silenciado.