Comerse el libro

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Comerse el libro

La bibilofagia ha sido una sorprendente práctica habitual a lo largo de la historia

25 enero, 2018 00:00

En castellano hay numerosas palabras formadas con la partícula biblio-, evidentemente todas relacionadas con el libro: biblioteca, bibliografía, bibliófilo, etc. Algunas sorprenden por su significado, es el caso de bibliofagia. En este término el sufijo -fagia indica un comportamiento alimenticio. Por tanto, bibliofagia viene a designar cierta conducta nutricional con propensión hacia los libros. Es decir, coger un libro y comértelo como un solomillo. Y aunque los casos son de clínica, lo cierto es que se recogen hasta en la Biblia.

Capítulo X del Apocalipsis de San Juan. Un ángel se le aparece al profeta. Un pie en tierra y otro en el mar, y en sus manos un libro abierto. Una voz retumba desde el firmamento como relámpago caído: "Ve y toma el librito". Juan se acerca, toma el libro y el ser alado habla: "Toma y trágalo; y el te hará amargar tu vientre, pero tu boca será dulce como la miel". Las frases impositivas provocan dolor de barriga, pero no se trata de un simple "calla y traga", advierte que el libro está endulzado como un mal café que te lleva al baño. Así es la palabra del Señor que recoge el libro que le entrega, gustosa y dolorosa como un purgante. La verborrea divina gusta, pero ponerla en práctica ya es otro cantar, y su paralelo lo encontramos en la política como reflejo de la sociedad.

No es el primer caso de digestión retórica. A la palabra divina se le ha comparado como un alimento más que se engulle como el pan (Mateo 4.2), la leche (1 Pedro 2:2) o la carne (1 Corintios 3:1-2), pero en este caso alimenta al alma. En otro libro de la Biblia, y siguiendo en la misma línea figurativa a la que estamos acostumbrados desde que se inventó el latín, encontramos otro caso de bibliofagia. Ezequiel 2:8ª:6: "Hijo de hombre, como lo que hallas, come este rollo y ve y habla a la casa de Israel". Y abrió la boca y se comió aquel rollo, menos pesado que los libros porque no estaba hecho de piel de cabra, sino de papiro y es bien sabido que el cuerpo no digiere la celulosa. Dioscórides (40-90 d.C.) incluso lo recomienda en su Materia médica: "El papiro quemado hasta hacerlo ceniza tiene virtud de atajar las úlceras corruptivas, las de la boca y las de cualquier parte, el papel de papiro, quemado, obra lo mismo pero con más fuerza".

Devoradores de Biblias

Como se aprecia el uso figurativo de comerse el libro llega a materializarse en acto nutricional con fines terapéuticos, y ya no sólo haciéndolos cenizas como buenos biblioclastas, hay quién le gustaba crudo. Melenik II, emperador de Etiopía entre los años 1889-1913, y recordado por encargar tres sillas eléctricas cuando en sus dominios aún carecían de red eléctrica, curaba sus males tragando Biblias. Como buen creyente guardaba cierta fe en la curación divina, pero es que además no solo era tonto para los recados que también lo era para los libros. Interpretaba al pie de la letra los pasajes de Ezequiel y San Juan y cada vez que le dolía algo, se tomaba sus dosis de papel de Biblia. Se desconocen sus resultados, y si para cada mal echaba mano de un texto en concreto. Por ejemplo, para el estado anímico, el Génesis; para la impotencia, el Cantar de los Cantares, y para el estreñimiento el Apocalipsis. No obstante, se dice que el emperador copto falleció en 1913 de fallo cardíaco tras meterse entre pecho y espalda el Libro de los Reyes.

No hombre, no se puede interpretar las Escrituras al pie de la letra. Unamuno, una de las veces que releyó el texto apocalíptico de San Juan, comprendió cómo su bibliofagia es teofagia y cómo al comerse los libros se comía a Dios. Una perfecta comunión sin indigestión ni dolor, porque a Unamuno lo que "le dolía era España", decía en un artículo Félix de Azúa. "Un día le dolía Galicia, mañana le dolía la cornisa cantábrica, y pasado mañana Cataluña [...] Eran tan suyos como una muela o un uñero".