La felicidad mutilada de David Johansen
Martin Scorsese y David Tedeschi repasan en el documental 'Una noche con David Johansen' la trayectoria del cantante de los New York Dolls, desde principios de los años 70 hasta su semi retiro actual
14 noviembre, 2023 17:12A veces, uno quiere recomendar al querido lector algo que le ha gustado mucho y se topa con una contrariedad inesperada. Ejemplo más reciente: Movistar estrenó el pasado día siete el documental de Martin Scorsese y David Tedeschi Personality crisis: one night only (aquí traducido como Una noche con David Johansen), sobre la vida y la carrera, entre ecléctica y errática, del cantante David Johansen (Staten Island, Nueva York, 1950). Como no me venía bien verlo esa noche, pensé que ya lo vería en otro momento, cuando la plataforma tuviese a bien colgarlo en su parrilla; pero, por si acaso, lo grabé, pues no sería la primera vez que las cosas aparecen y desaparecen misteriosamente en Movistar: hice bien, ya que, mientras escribo estas líneas, Una noche con David Johansen sigue sin estar disponible para el espectador. Ante tan molesta situación, ¿qué hacer?, como diría Lenin. ¿Callarme hasta que el documental de marras esté disponible o darles a ustedes la chapa al respecto y salga el sol por Antequera? Como soy incapaz de guardar silencio, tanto en asuntos culturales como en la vida en general, he elegido la segunda opción.
Scorsese y su fiel Tedeschi (que ya le echó una mano en el documental sobre Bob Dylan No direction home) han optado, a la hora de narrar la vida del señor Johansen, por alternar un concierto suyo en el neoyorquino Café Carlyle (justo antes de la pandemia) con bien elegidos flashbacks de su carrera musical y una conversación en la que el hombre trata de explicar y de explicarse su tan peculiar como interesante trayectoria musical. La estructura funciona. Por un lado, tenemos a Johansen repasando su repertorio junto a unos músicos estupendos y haciendo sus pinitos en la stand up comedy para los happy few que pudieron acceder a su actuación (entre ellos, la cantante de Blondie, Debbie Harry) y, por otro, asistimos a la reconstrucción de sus andanzas musicales desde que ejerció de cantante de los New York Dolls a principios de los años 70 hasta su semi retiro actual, cuando parece más interesado en pasar los años que le quedan con su tercera mujer, Mara Hennessey, que en seguir aportando su indudable talento a la música pop (que va, por cierto, en una dirección contraria a la suya y a la mía y a la de muchos representantes del Mundo Viejuno del rock & roll).
Nacido de un padre agente de seguros de origen noruego y de una madre bibliotecaria de ascendencia irlandesa, el pobre David vino al mundo en lo que puede considerarse sin duda alguna el culo de Nueva York, Staten Island, célebre por el elevado número de policías (y bomberos) que viven en ella (como quedó meridianamente claro en la película de James Mangold Copland). Fan de Mick Jagger, se adelantó al punk en 1973 con el primer disco de los New York Dolls, que era como un álbum de los Stones, pero mucho más bestia. Corrían los años del glam rock y Johansen y su pandilla de borrachos y drogadictos (él es el único que queda vivo de la formación original) lo interpretaron a su manera: nada de ambigüedades y androginias a lo Bowie, sino pintados como puertas y vestidos como putas. Eran muy buenos y podrían haber tenido un futuro si lo suyo no llega a ser la autodestrucción. Tras un segundo disco, Too much too soon (Demasiado y demasiado pronto, 1974), se disolvieron en un mar de alcohol y drogas recreativas tras recibir una especie de abrazo del oso por parte del manager de los Sex Pistols, el liante de Malcolm McLaren, quien tuvo la brillante idea de vestirlos de PVC rojo y hacerlos actuar rodeados de banderas de la Unión Soviética (en algunos rincones de la América profunda no los lincharon de milagro).
Disueltos los Dolls, Johansen emprendió una breve carrera en solitario tras la que se inventó a un alter ego absurdo, pero resultón y gracioso, el crooner alternativo Buster Poindexter, un tipo con tupé, traje y pajarita que tuvo un único hit en los años 80 con la canción Hot, hot, hot. A continuación, dando una nueva muestra de su eclecticismo, le dio por el folk y el rhyhthm & blues más vetusto y fundo el grupo The Harry Smiths, en homenaje al atrabiliario folklorista Harry Smith, no tan famoso como el gran Alan Lomax, pero que también rescató un montón de material musical americano tan rancio como interesante que se habría perdido de no estar él ahí con su grabadora registrando a gente que estaba a punto de morirse. En el 2006, a iniciativa del melancólico y siempre agonizante Morrissey, antiguo cantante de los Smiths y presidente del club de fans de los New York Dolls en la Inglaterra de su adolescencia, Johansen reformó su vieja banda, giró por todo el mundo y grabó un par de discos que no estaban mal, pero carecían de la fuerza y la urgencia de sus primeros álbumes, que a tantos influyeron y tan pocos los compraron en su momento (paciencia: lo mismo le pasó a The Velvet Underground). En la actualidad, Johansen da un concierto de vez en cuando (como el del Café Carlyle que aparece en la película) y se dedica a filosofar y a recordar a sus amigos muertos: Billy Murcia, Jerry Nolan, Arthur Killer Kane, Johnny Thunders… A veces parece sorprendido por ser el único superviviente de los New York Dolls, pero, por regla general, adopta una actitud fatalista ante la existencia, que define como Una felicidad mutilada, concepto extraído de un texto del filósofo, psicólogo y maníaco depresivo William James (1842 – 1910), hermano del célebre novelista Henry James.
A lo largo de los años, David Johansen ha sido un proto punk que interpretó el glam rock a su manera, un cantante de club nocturno consagrado a la mezcla de estilos, un folkie muy peculiar y una síntesis de monologuista y lounge lizard como el que vemos cantando, contando chistes y rememorando episodios de su extraña vida en el Café Carlyle de Nueva York, justo antes de que el Covid 19 obligara a la ciudad que nunca duerme a echarse un largo sueñecito. Su existencia, esa felicidad mutilada, merecía ser contada. Y los señores Scorsese y Tedeschi lo han hecho de la mejor manera posible.
Ya solo nos queda esperar a que Movistar tenga a bien poner a disposición del público Personality crisis: one night only. Cosas más raras se han visto y, francamente, sería todo un detalle para sus suscriptores.