Portada de 'Joven y arrogante', el último disco de Ilegales

Portada de 'Joven y arrogante', el último disco de Ilegales

Músicas

Jorge Ilegal y Robe Iniesta, los rockeros salvajes de la España indócil

Los dos músicos, hijos de la escena cultural periférica y líderes de dos bandas de rock tan contundentes como radicales, alérgicos a la impostura y activistas de la honestidad, retrataron en sus canciones la España real de la Transición

Llegir en Català
Publicada

El azar, ese nombre chato que usamos los contemporáneos para llamar al destino, ha querido que murieran en días consecutivos dos de las luminarias más destacadas del rock español. Al mazazo de la muerte de Jorge Martínez (Avilés, 1955), alma máter de Ilegales, a los 70 años —tras un cáncer de páncreas que hizo público en septiembre y que le obligó a cancelar la gira del último disco— se le suma el eco seco e inesperado de la desaparición de Robe Iniesta (Plasencia, 1962), líder de Extremoduro, a los 63.

Los medios de comunicación, los colegas musicales y los aficionados del mundo hispano están de luto. Lamentan su pérdida las cantantes melódicas y los añosos mods, la estrella del pop comercial y el irreductible cantautor; la catedrática de estética y nuestros primos veinteañeros. Las dos o tres Españas, por una vez, convergen, en su dictamen: esos tipos sabían lo que hacían, y su pérdida supone un cataclismo para la escena. Las redes sociales son un camposanto; el algoritmo revienta con esta negra coreografía. Se suceden los recuerdos y homenajes para dos figurones –alfa y omega del mal llamado rock urbano-- sin parangón.

Miradas en perspectiva, sus carreras son las de dos autores personalísimos e inentendibles desde la  actualidad. Cada uno a su manera reventaron las hechuras de la percepción del público, no solo a años luz de lo políticamente correcto, sino también, sobre todo en el caso de Jorge Ilegal, de lo humanamente razonable. Sus canciones y maneras de acceder al mundo musical (a golpe de stick y anfetamina el primero, con participaciones de papel para grabar la primera maqueta el segundo) nos resultan remotas, como fábulas medievales, solo posibles en un mundo que ya no existe.

Primer disco de Ilegales

Primer disco de Ilegales

Era otra España la que despertaba del momentáneo sueño de la Transición a golpe de cierres y reconversiones laborales, violencia callejera y drogas de  mala calidad. Ilegales, el grupo que formó Martínez tras la disolución de Madson y Los Metálicos lo narraba con una contundencia y elegancia nada comunes: la realidad en los ochenta poco tenía que ver con la brillantina y el diseño, y las canciones de Ilegales estaban llena de odio, resentimiento juvenil y violencia deudora de La naranja mecánica. En Mi vida entre las hormigas, su documental biográfico, Martínez narró su mal pronto y sus excesos de juventud. Jesús Ordovás recuerda que ostenta el dudoso honor de ser el músico español que más y mejores hostias ha repartido. Una, de las más famosas, a Fermi el bajista de Gabinete Caligari, otro de los representantes de una escena fecunda y diversa, disueltos hace rato.

Como los madrileños, el grupo asturiano compartía también un gusto provocador y detestable por la estética nazi. El hit anima a matar hippies al ritmo de Heil Hitler en el estribillo. La canción, dicen, era la respuesta a unos músicos hippiosos –mucho peor que los hippies-- con los que Ilegales compartían local de ensayo. Años después, relataba Martínez, entendieron el chiste. La imagen del grupo resultaba imborrable: desde la icónica portada del señor con corbata apuntándose con un revolver en la cabeza (obra de Ouka Lele) hasta el calvo con greñas y mirada enloquecida que en pleno prime time grita a alguien del público: “Señora, si no le gusta mi careto, cambie de canal”.

El líder de Ilegales durante un concierto

El líder de Ilegales durante un concierto

Jorge siempre fue así: bocazas, pendenciero, bravucón. Fiel heredero de una estirpe de orgullosos militares. Arrogante estudiante en la facultad de Derecho. Sus colegas le llamaban el majara, o el loco. Poco más que añadir. Como de muchos otros, parece que tras el ogro se escondía un ser generoso, tierno y obsesivo con la perfección musical. Vivía en una suerte de castillo casi vacío rodeado de sus colecciones de soldaditos de plomo y guitarras vintage. Provocador de culto, asalvajado,  demasiado extremo para dejarse atrapar por una sola etiqueta. Ilegales fueron el único trio punk que afinaba y se preocupaba por el sonido. La carcajada nihilista de un pesimista que quiere exprimir la vida hasta el final. Se sentía custodio de una doble tradición: la del rock más clásico y un gusto centroeuropeo, refractario a lo castizo, que absorbía new wave y rockabilly con desprecio absoluto por el sentimentalismo fácil. Sus canciones eran el retrato del lado oscuro de la ciudad, una especie de novela de Baroja tocada con alguna de sus Fender donde se daban la mano la cutrez y la elegancia.

Si Jorge representaba al príncipe —destronado, pasado de keta, abastardado— de esta historia, Robe Iniesta era el mendigo, por decirlo como en la novela de Mark Twain. Nacido en Plasencia, podría representar ese hippie —sobre todo en sus inicios— que el primero quería bañar en jabón. En Robe había una mezcla anómala de poeta maldito, obrero sin redención, filósofo autodidacta y perro callejero con malas pulgas. Sus canciones de amor y auto-odio, algunas con una misoginia tan propia de los noventa, eran rarísimas, pero pusieron de acuerdo una legión de fans de toda laya y edad. Sus últimos conciertos eran una suerte de fiesta pagana capaz de reunir a miembros todos los miembros de la familia. Si al principio de su carrera el artista llamó a su rock transgresivo está claro que acabó siendo transgeneracional.

'Yo, minoría absoluta' de Extremoduro

'Yo, minoría absoluta' de Extremoduro

Con Extremoduro, fundado en 1987 con aquella maqueta financiada a golpe de crowfunding antediluviano, Robe se inventó una cosa nueva. Rock urbano pero con espíritu rural, ácrata, poligonero.  Discos como Agila o La ley innata agitaron una escena musical que andaba entre el lloriqueo indie y los primeros triunfitos. Sus letras, llenas de ira, drogas y palabrotas, soltaban, de vez en cuando, un zarpazo de belleza. Y nos pasaba un poco como con Nick Cave o Tom Waits, cuando Julio Iglesias o Alejandro Sanz dicen “te quiero” nos suena a cliché relamido, cuando lo pronuncia un apache fugitivo como Robe, nos lo creemos.

En septiembre de 2024 su gira Ni santos ni inocentes, anunciada como despedida, sufrió la suspensión definitiva tras diagnosticársele un tromboembolismo pulmonar que le obligó a guardar reposo absoluto, y el 9 de noviembre de ese año ofreció su último concierto en Vigo. Su ciudad natal decretó tres días de luto oficial tras su muerte. En 2024 había sido galardonado con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. En este país parece que todo homenaje prefigura la muerte.

El músico Robe Iniesta

El músico Robe Iniesta

Dentro de la etiqueta rock urbano cabía de todo: guitarras afiladas, gusto anticursi y cierta violencia generacional. Leño, Barricada, Reincidentes, La Polla Records… es curioso cómo dos de los representantes más esquinados del canon –tal vez siempre son los raros los que acaban trascendiendo-- son hoy los que con más claridad siguen formando parte de él. Jorge y Robe, de origen underground y vocación mainstream, dejaron las catacumbas para instalarse en la memoria íntima de varias generaciones.

Ambos supieron trascender sus personajes, desprenderse de la máscara: Jorge Ilegal, liderando bandas de boleros y merengues, apostando por jóvenes grupos y la autoproducción —no hay que olvidar que una de sus primeras oportunidades vino de un aliado improbable, Víctor Manuel—; Robe Iniesta, escribiendo discos temáticos, convirtiéndose en un lector pata negra, amigo de los clásicos y sus contemporáneos desconocidos como Manolo Chinato o experimentales, con cuerdas y desarrollos largos.

Con ellos muere toda una época salvaje donde el rock and roll significaba una cierta actitud de resistencia hacia su propia domesticación. El país y la escena musical que heredan sus sucesores es más suave, más digitalizado, más higiénico que el de los ochenta. También más hipócrita.