Gabriel Miró: metáfora metafísica, narrativa lírica
Ediciones Ulises, uno de los sellos de la editorial sevillana Renacimiento, actualiza la versión facsímil, hecha en los años treinta, de las obras completas del escritor más raro de la España de la Edad de Plata, autor de una narrativa radical y artística
13 noviembre, 2023 18:00Ediciones Ulises, uno de los sellos de la Editorial sevillana Renacimiento, ha emprendido una iniciativa tan desconcertante como necesaria: reeditar las Obras Completas del escritor más raro de la España de la Edad de Plata: Gabriel Miró. Desconcertante, y es un elogio, porque se trata de una empresa claramente inactual: Miró ya escribió de forma inactual entre 1900 y 1930, pero recuperar este caudal de literatura decididamente minoritaria ahora no deja de ser un maravilloso suicidio económico, digno de la más calurosa de las felicitaciones.
La nueva colección reproduce en facsímil las Obras Completas de homenaje a Miró que impulsaron sus amigos tras su prematura desaparición, el 17 de mayo de 1930. En esa ocasión, se organizó una suscripción pública que tuvo dos objetivos: volver a poner en circulación una obra radicalmente artística y proporcionar un sustento digno a la viuda del novelista, que padecía tuberculosis y había quedado en una situación muy precaria. La suscripción sólo consiguió 250 contribuyentes.
Hace un siglo, se buscó para cada volumen de Miró a un prologuista digno de la altura de la empresa cultural: Azorín prologó Del vivir / La novela de mi amigo; Unamuno, Las cerezas del cementerio; Gregorio Marañón, Dentro del cercado / La palma rota / Los pies y los zapatos de Enriqueta; Augusto Pi i Sunyer, El abuelo del rey / Nómada; Ricardo Baeza, especialista en Wilde y Dostoievski, Figuras de la Pasión del Señor; mientras que Pedro Salinas se encargó de Libro de Sigüenza; de otros volúmenes se encargaron Dámaso Alonso, Salvador de Madariaga y Gerardo Diego.
La nómina dice mucho de lo que se intentó entonces: empezar a cultivar la filología sobre un corpus narrativo que ya en esos momentos podía calificarse de clásico (y por eso incorporaban un anexo de variantes textuales), y considerar a Miró como un auténtico pionero, como un escritor que recogió y depuró toda la tradición regeneracionista y modernista para lanzarla hacia el futuro: hacia la metáfora metafísica, la novela lírica, la estetización pura de la vanguardia y la prosa de los escritores y escritoras del 27. Y eso es lo que fue Miró: un continuador estilístico de Azorín, un seguidor espiritual de Unamuno, que inició el camino de la gongorización provocando un afloramiento expresionista paralelo al de Valle-Inclán. La prosa de Miró tiene más que ver con Juan Ramón Jiménez que con Baroja, a pesar de no haber escrito Miró ni un solo verso en toda su vida.
No pocos pasajes trágicos y de interrogación sobre lo que es la Naturaleza tienen que relacionarse con algunos capítulos de Platero y yo (1914). Y como el libro juanramoniano, Miró también se está preguntando sobre el sentido de la crueldad y el significado del horror y el mal sobre la Tierra. Su perspectiva es la de un espiritualismo que consigue reconstruir la electricidad de la Antigüedad en Tierra Santa, pero reencontrada en el valle alicantino del río Girona.
Lo que viene a significar Del vivir (1904) rompe amarras con el problema de las leproserías en el Alicante del año 1900, porque la historia queda trascendida por un viaje espiritualizado que tiñe todos los paisajes y las acciones humanas de sentido espiritual. La estructura básica de Del vivir es, sí, típica de las narraciones noventayochistas: un viaje por tierras españolas que reciben su bautismo literario e intelectual. Miró no abandona el modelo que es Ciro Bayo, el gran vagabundo de nuestra literatura. Pero Miró retoma y potencia un aspecto no tan conocido de la innovación noventayochista: la reactivación de formas radicales de vivencia cristiana, en el sentido como lo comprendían Giner de los Ríos, Unamuno, Costa o un cierto Valle-Inclán. La leprosa que se consume y desea copular y ser amada es un Cristo; los viñedos quedan transformados en jardines para la duda que engendra fe: el camino del señor Sigüenza, el filósofo pusilánime, es el Camino de la Perfección interior, y todo lo que ocurre a su alrededor es un intento de comprensión de la Creación.
Esto es lo que vio Eugenio d’Ors, lector agudo, en las obras de Miró: barroquismo en un océano de luz neoplatónica. Esto es lo que incorporó luego él mismo en sus novelas de emblemas filosóficos, novelas de abstracción sensual. Sin Azorín no entendemos a Miró, sin Miró no entendemos a Azorín, sin D’Ors no entendemos ni a Azorín ni a Miró, sin Unamuno y Maragall no entendemos a D’Ors, y sin entender a Miró ni a D’Ors no entendemos ni a Jarnés, ni a Chabás ni a Antonio Espina ni a Rosa Chacel, ni tampoco la filosofía cardinal y culminante de María Zambrano.
Otra ventaja de la nueva colección: la incorporación de un nuevo prólogo para cada volumen, totalmente actualizado, lo que nos conduce a una doble restauración filológica de los textos: la de 1930 y la actual. En el caso del primer volumen, Del vivir / La novela de mi amigo, es Enrique Rubio Cremades quien se ha encargado de reseguir exhaustivamente todo lo que la crítica ha dicho sobre estas dos novelas y sobre el estilo insólito de Miró, un estilo que forma parte del fondo incendiado sobre el que se asienta toda su obra. Un prólogo que es especialmente recomendable para todo aquel que quiera información fresca y sistematizada sobre el escritor.
Sin embargo, nos quedamos insatisfechos. Hay algo en esta prosa que no acaba de ser dilucidado, y sospecho que tiene que ver con el vector místico de Miró, aún más desarrollado que el de Unamuno. Pienso que Azorín lo captó mejor que nadie, quizás incluso mejor que D’Ors, cuando escribió 'Magia en Tabarca', su prólogo a Del vivir, maravilloso trozo de prosa poética magnetizado a la manera, precisamente de Miró, y en la que el mismo Miró, cerca del islote de Tabarca espiritualmente incendiado, se despide de sus amigos alejándose en un velero blanco.
Sus amigos querían mucho a un hombre que no encajaba mucho en este mundo, por ser un poeta religioso radical, anticonvencional hasta la miseria, hasta la combustión en el amor total, y que verdaderamente parecía más una entidad transparente que un señor de Alicante que escribía cuentos. Lo que pasa es que Azorín no podía ser tan cursi, y se tenía que valer de símbolos, y todas estas historias de amor eran de una heterodoxia notable. Sin la mística castellana del siglo XVI (y Miró cita especialmente frases de Santa Teresa), todo esto no tiene explicación posible. Y su genialidad consiste en escribir, en prosa, una novela que se parece muchísimo a las Soledades de Góngora. Porque Sigüenza es otra vez aquel peregrino que intenta experimentar los fenómenos que le rodean desde una ingenuidad absoluta, desde la sinrazón total, desde la fe en que lo que vemos es una exterioridad que posee un sentido emotrascendente. Y me perdonarán este palabro pero no he encontrado otro.
Transfiguración. La luz de los Evangelios estaba allí y ahora, y eso es lo que querían decirnos. Un mensaje que incluso un agnóstico racionalista y heraclitano como yo mismo puede paladear como forma artística: no hace falta ser cristiano para sentirse embargado por el panteísmo radical de Miró. Este mensaje llega tanto a ateos como a creyentes: no se trata de confirmar una religión estructurada (Miró mira mucho más allá, mucho más allá que el islote de Tabarca), sino de describir un mundo que se inunda de amor y compasión, a la manera de los investigadores de finales del siglo XIX y principios de siglo XX. A la manera de Spinoza. Por eso se nos habla de cosas radicalmente horribles, de crímenes, pasiones, mediocridades y leprosos, también han de ser comprendidas, también han de ser amadas. Es la compasión básica que las novelas de Miró comparten con las de Baroja.
Lo que se plantea en Del vivir es una depuración espiritual, no un ejercicio estrictamente literario. Del vivir no es una novela bonita, es una novela que traslada al estilo un significado cósmico, una certeza de unidad. Mientras Unamuno describía sus éxtasis divinos desde la cumbre de la Peña de Francia, en la línea que separa la provincia de Salamanca de las tierras extremeñas, lo que vino a decirnos Miró es que Jerusalén podía ser también el litoral alicantino, con sus formas primitivas y su luz divina y divinizadora. Pero todo esto lo ha de intuir el lector, que no sabe muy bien lo que de verdad está pasando en estas páginas. Y lo que está pasando es que se está desarrollando un ejercicio de naturaleza neoplatónica ante sus narices, sin que el escritor revele en ningún momento sus auténticas intenciones.
La novela de mi amigo (1908) no es un texto tan coherente ni compacto, porque los monólogos de su protagonista, Federico Urios, no dejan que la prosa típicamente mironiana se desparrame como en otros textos, como sí fluyen en las novelas Las cerezas del cementerio (1910), Nuestro Padre San Daniel (1921) y El obispo leproso (1926), y en los cuadros estáticos y extáticos del Libro de Sigüenza (1917) y El humo dormido (1919). La relectura de estas dos novelas del primer volumen de las Obras Completas de Gabriel Miró me han servido para entender demasiados aspectos que no había visto ni comprendido cuando yo era un estudiante de filología, hace ya 25 años.
Lo que sí es La novela de mi amigo es la narración más rusa del autor, más parecida a las novelas cortas de Dostoyevski, presididas por el tremendismo y el dramatismo internos. Una novela de artistas como las que abundaban a principios del siglo XX: fueron novelas de artistas inadaptados Camino de perfección (1902), de Pío Baroja, Diario de un enfermo (1901), de Azorín, o El literato (1907), de José María Salaverría.
Miró no es un escritor, es una experiencia. Lo único que espero es que esta recuperación de sus obras completas superen el número de 250 lectores. Que esta prosa única y universal no quede en un reducto de raritos y eruditos. Miró merece la máxima atención, la salida del armario bibliográfico. En un mundo de mentiras tecnocráticas, que no nos deja ir a beber a las obras realizadas con sentido artesanal y libre, no me puedo imaginar nada más útil que unas Obras Completas de Gabriel Miró, porque decir Gabriel Miró es decir literatura radical, valores humanos en su presentación más desnuda y sofisticada y depurada. Espero que ya se haya conseguido, que un gran número de lectores haya podido acceder a esta figura literaria tan discreta como excepcional.