Quino, mucho más que el papá de Mafalda
Quino empezó a publicar en 1954, en revistas de humor como Rico Tipo, Tía Vicenta o Dr. Merengue. Pasó por la publicidad y, de hecho, fue gracias a esa arma de alienación masiva como nació la subversiva Mafalda
13 noviembre, 2023 00:00Le llamaron Quino desde pequeño, para diferenciarlo de su tío Joaquín, y como Quino se quedó para toda la vida, aunque su nombre completo era Joaquín Salvador Lavado Tejón, argentino de origen español (sus padres eran emigrantes procedentes de Fuengirola, provincia de Málaga; por eso no le costó nada hacerse con la nacionalidad española cuando le dio por ahí, ya bastante mayor). Nació y murió en Mendoza (1932 – 2020), pero cuando decidió poner punto final a las aventuras de su personaje más célebre, la niña alternativa Mafalda, porque aseguró que ya no se le ocurrían más ideas para ella, se instaló una temporada en Milán. El final de Mafalda fue un drama para sus miles de seguidores, pero permitió a su autor consagrarse a otro tipo de humor, aparentemente igual de amable, pero mucho más salvaje, en
historietas y chistes de una página que mostraban a un fatalista que no esperaba gran cosa de la humanidad, aunque reconociera que la vida puede estar llena de buenos momentos (se me quedó grabado uno de esos chistes: varios personajes de todo sexo, edad y condición deambulan por una plaza de pueblo en la que se alza una estatua al fundador del lugar; fundador en sentido literal, pues todos los sujetos que aparecen en el dibujo tienen la misma cara que él).
Quino empezó a publicar en 1954, en revistas de humor como Rico Tipo, Tía Vicenta o Dr. Merengue. Pasó por la publicidad y, de hecho, fue gracias a esa arma de alienación masiva como nació la subversiva Mafalda, que dio sus primeros pasos como personaje llamado a anunciar los productos de la compañía de electrodomésticos Mansfield. La campaña nunca se desplegó, pero Quino le vio posibilidades a la niña de marras y decidió convertirla en la protagonista de una tira cómica que empezó a publicarse en 1964 en el semanario Primera Plana y, a partir de 1965, en el diario El Mundo. Las aventuras de Mafalda y su pandilla durarían de 1964 a 1973, y a España
llegaron a finales de 1970 en forma de unos libritos rectangulares que lanzó la
editorial Lumen.
Evidentemente, a todo el mundo (que leía cómics) le pareció que las andanzas de Mafalda estaban inspiradas (y puede que alentadas) por las de Charlie Brown, del norteamericano Charles M. Schulz. A mí también, pero me daba igual, pues nada impedía disfrutar de ambos autores a la vez. Y había entre ambos, además, notables diferencias. En el mundo de Charlie Brown no aparecía ningún adulto, mientras que en el de Mafalda salen sus padres y algunos de los de sus amigos, brillando con luz propia el señor Goreiro, tendero gallego especializado en vender mercancía rancia a la que su hijo, el tarugo de Manolito, consideraba dotada de solera en una tira memorable. En el mundo de Charlie Brown reinan la neurosis y la metafísica, mientras que en el de Mafalda, los problemas y preocupaciones de los niños resultan más verosímiles y cercanos. Eso sí, en ambas series, los retoños son una continuación (o precuela de unas vidas a evitar) de sus padres, ausentes o no, que se diferencian en que los norteamericanos viven en una sociedad opulenta y los argentinos, a salto de mata (situación en la que siguen actualmente y de la que algunos echamos la culpa al peronismo).
Así como el desdichado Charlie Brown tuvo que compartir su lamentable estrellato con un chucho quimérico, frustrado y rencoroso como Snoopy, Mafalda tuvo que hacerlo con Susanita, reaccionaria aspirante a burguesa que despreciaría el feminismo si supiera lo que es, con el deprimente Felipe o con el aspirante a capitalista Manolito, quien, aunque es más bruto que un arado (cuando le maestra le pregunta qué no ha entendido de sus explicaciones de la jornada, le contesta "Desde septiembre, nada"), sueña con convertirse en un gran empresario que trate a sus empleados a patadas (que es como su padre lo trata a él). Como siempre me han atraído más los personajes negativos que los positivos, Susanita y Manolito siempre me divirtieron más que Mafalda, que a ratos se pasaba de sabionda y concienciada –imprimiendo a la serie un ternurismo que no le sentaba especialmente bien-, como si fuera una precursora de esa chica nórdica que se pasa la vida echándonos la bronca por estar dejando el planeta hecho unos zorros, Greta Thunberg. Y Manolito Goreiro, que es clavado a su padre, el emigrante gallego, siempre fue mi favorito, probablemente porque, sin darse cuenta, era una víctima más de un sistema en el que nunca conseguiría llegar a ninguna parte.
Aunque Mafalda es la obra más conocida de Quino, creo que éste hizo bien abandonándola tras una década de convivencia. Ese microcosmos ya no daba más de sí y le impedía internarse por nuevos territorios, que, eso sí, nunca se revelaron tan fructíferos a nivel de ventas como los libritos de Mafalda, que fueron traducidos a varios idiomas. En vez de inventarse un nuevo personaje, Quino optó por las historietas breves o los chistes a página entera que le permitían abordar temas que iban más allá de los (muy entretenidos) dimes y diretes de una pandilla de críos. Su visión del mundo, de la sociedad, de la política y de muchos más temas pueden encontrarse en álbumes como ¡Qué presente impresentable!, ¡A mí no me grite! o ¡Cuanta bondad!, cuyos títulos ya nos indican claramente por dónde van los tiros.
Las aventuras de Mafalda solo duraron dos lustros. Pero el mundo de Quino se fue expandiendo hasta su fallecimiento a los 88 años de edad (en el 2014 fue galardonado en España con el premio Príncipe de Asturias). Y es un mundo que vale mucho la pena, tan triste, divertido y tragicómico como el mundo real, del que constituye todo un recorrido pormenorizado, fijándose especialmente en lo más lamentable de la condición humana sin por ello deprimir al lector. En el caso de Quino, la ironía, arma defensiva, nunca se impuso al sarcasmo, arma agresiva.