Desconfíen de las imitaciones
Hay series que nos atraen por determinados conceptos, pero luego defraudan, como muestran dos productos: 'Vienna blood' y la segunda temporada de 'Dirty John: Betty'
29 agosto, 2020 00:00Hay días que uno se despierta didáctico y le da por prevenir al querido lector sobre determinadas series en vez de consagrarse a la recomendación de productos de calidad. Si yo he picado, se dice el cronista, también pueden hacerlo algunos de mis queridos lectores. De ahí que hoy me vea obligado a ponerles en guardia ante Vienna blood (Movistar) y Dirty John: Betty (Netflix). Con la primera, piqué porque me recordaba a una serie que había disfrutado mucho, Freud, que recogía las andanzas detectivescas del padre del psicoanálisis en su Viena natal, y con la segunda porque se trata de la nueva temporada de una serie que estaba francamente bien, una propuesta basada en casos reales de amores que acaban mal. Huelga decir que abandoné el visionado de ambas al cabo de dos capítulos, que me llevaron a recordar ese dicho, no siempre acertado (recordemos la segunda entrega de El padrino), que asegura que segundas partes nunca fueron buenas.
Vienna blood (Sangre vienesa) es una coproducción entre Austria y Gran Bretaña que cuenta las aventuras criminales de una pareja compuesta por un psicoanalista inglés, Max Liebermann (Matthew Beard) y un inspector vienés, Oskar Reinhardt (Jürgen Maurer) en la Viena de Schnitzler, Zweig y, sobre todo, Freud. Rodada absurdamente en inglés, la serie muestra las peripecias de la típica pareja a su pesar que, poco a poco, descubre la amistad en torno a unos crímenes espeluznantes que tienen lugar en la capital del imperio austro-húngaro. Lamentablemente, dichas peripecias no tienen mucho interés, se nos narran con escaso vigor y son protagonizadas por dos personajes que no andan precisamente sobrados de carisma. Lo que en Freud resultaba interesante y muy, muy inquietante, es en Vienna blood una colección de tópicos que conducen irremisiblemente al aburrimiento, como demuestra el hecho de que un servidor se quedara sopas en el sofá hacia el final del segundo episodio.
Con Dirty John: Betty no logré ni dormirme. Cuando llevaba poco más de media hora del segundo episodio, di por concluida mi velada audiovisual y me fui a la piltra. Todo lo que de interesante había en la primera temporada de la serie --que no estaba concebida como tal, pero la audiencia fue buena y nadie se resiste a seguir abusando de la gallina de los huevos de oro--, brilla por su ausencia en la segunda. Se trata también de un caso real, pero mucho menos atrayente que el de la primera entrega: Betty Broderick (Amanda Peet) lleva fatal el abandono por parte de su marido Dan (Christian Slater), enloquece ligeramente, se convierte en una pesadilla para su hombre en particular y la humanidad en general y acaba cargándose de un certero disparo a quien responsabiliza de sus desgracias.
Sobre el papel, la cosa no promete mucho. Hay divorcios a diario y muy pocos merecen ser explicados en una serie de televisión. El de los Broderick, créanme, no es uno de ellos. “Esto levantará el vuelo en algún momento”, se dice uno, y tal vez fuera así, pero la paciencia para resistir hasta el capítulo en que eso suceda (si es que sucede) no obraba en mi poder la noche hasta las narices de los dimes y diretes sentimentales del señor Broderick y la loca de su parienta (pese a los esfuerzos de Amanda Peet por darle enjundia al personaje, que son de agradecer, pero no bastan; Christian Slater, por su parte, vuelve a demostrar una vez más que si no es el actor menos interesante de su generación, poco le falta).
Manténganse, pues, alejados de estos dos engendros si valoran su tiempo libre. Uno prefiere celebrar productos realmente logrados, pero a veces hay que prevenir de lo que te puede caer encima si te guías por conceptos que te interesan o secuelas de series que te gustaron.