Caemos como moscas, Josemi
- Fallece José Miguel González Marcén, en arte Onliyú, un dibujante que representó como nadie el espíritu ácrata y libertario que tan hábilmente supo encarnar 'El Víbora'
- El costumbrismo fatalista de Adrian Tomine
Ando recuperándome de un ictus suave que no me ha dejado más tonto de lo habitual ni me ha paralizado un flanco del cuerpo ni me ha convertido en un señor que habla, aunque no se le entienda un carajo, pero que me ha hecho ser consciente de que soy más viejo y más frágil de lo que me pensaba.
Consecuentemente, mi estado de ánimo no es el mejor posible, y me muestro especialmente sensible ante las desgracias ajenas, sobre todo cuando afectan a amigos o compañeros de viaje, que es lo que fue José Miguel González Marcén, en arte Onliyú (Madrid, 1952 – Barcelona, 2024), desde que lo conocí en algún garito de la Barcelona underground de finales de los 70. Un infarto fulminante, encajado mientras comía con unos amigos, lo llevó al hospital, de donde ya no salió, hace unos pocos días.
Caemos como moscas, Josemi, fue la primera frase que me vino al enterarme gracias a un post en Facebook de una amiga común, Mariana Bellido, que también es la esposa del espléndido dibujante Josep María Beà. Y es que, desde la pandemia hasta ahora, mi lista de amigos y conocidos muertos se ha ido incrementando de una manera exponencial, hasta el punto de que a uno le entraban ganas de ponerse a cantar aquella canción de REM que aseguraba que It´s the end of the world as we know it.
Fallecen cada semana
Hace tiempo que uno arrastra esa sensación -normal, pues todos envejecemos y morimos: ése era el argumento de la obra, según Gil de Biedma-, que si ya te afecta en los casos de muertos a los que no conocías, pero que siempre estuvieron ahí, formando parte en cierta medida de tu familia disfuncional (en mi caso, gente como Lou Reed, David Bowie o Leonard Cohen), te entristece mucho más cuando se trata de amigos con los que compartiste los años más euforizantes de tu vida, los de tu juventud, cuando te sentías inmortal y pensabas que te esperaba un futuro glorioso o, por lo menos, estimulante.
Sin salirnos del mundo del comic, del que Onliyú formó parte fundamental sin saber dibujar ni, reconozcámoslo, matarse a escribir (digamos que él era su propia obra y que representaba como nadie el espíritu ácrata y libertario que tan hábilmente supo encarnar El Víbora), desde el ataque del Covid he visto morir a viejos amigos como Tom y Romeu (fundadores de El Jueves), Gallardo y Mediavilla (los papás de Makoki y sus piltrafas del arroyo) o Martí Riera (responsable de una de las obras más representativas del comic alternativo español, Taxista, en la que consiguió mezclar eficazmente a Chester Gould y Paul Schrader).
Hace tiempo que, prácticamente, no pasa una semana sin que fallezca algún personaje que ha representado algo positivo para mí. El último ha sido Onliyú, al que vi por última vez hace unas semanas mientras ambos contábamos nuestras batallitas del underground barcelonés para un documental que ha puesto en marcha mi viejo amigo Jordi Torrent. Lo encontré estupendo: limpio, bien afeitado, bien planchado, estructurado en su discurso y, aparentemente, sobrio como una colegiala (como diría Wodehouse). De ahí la sorpresa al enterarme de su muerte, que me habría impresionado mucho menos de producirse en los años 80 y 90 del pasado siglo, cuando Josemi bebía como tres o cuatro esponjas (cosa que digo sin ningún ánimo crítico, aunque seguro que a algún imbécil le parece que sí, ya que yo lo hacía como una o dos esponjas: no voy a reescribir mi biografía a estas alturas para presentarme como un santurrón y un trabajador incansable).
Guiones para dibujantes
Mi generación alternativa se dividía, básicamente, entre los que se drogaban y los que bebían (estos solíamos durar más, como demuestra el hecho de que el amigo Onli llegara a los 72 tacos; lo mío no tiene mérito porque hace años que dejé de beber). No sé si el exceso de alcohol influyó en la escasa producción del señor González Marcén, pero si fue responsable de que no consiguiera venderle un proyecto de libro (o de colección, ya no lo recuerdo) a Jorge Herralde porque éste fue incapaz de entender lo que le estaban contando. En cualquier caso, la priva no le impidió ejercer de redactor jefe de El Víbora en los años 80 y 90 (siendo luego sustituido por Hernán Migoya, nuestro hombre en Perú), donde escribió guiones para dibujantes como Martí, Laura Pérez Vernetti o el proto hippy barcelonés, Ernesto Carratalá. También pasó por la radio, con un programa a medias con Javier Montesol, dibujante con el que un servidor llegó a fabricar tres álbumes.
Más que un amigo del alma, Onliyú fue para mí un excelente compañero de viaje, especialmente en las giras por España que hacíamos los de Cairo y los de El Víbora en los años 80 y 90: gracias a Onliyú, nunca nos faltó bebida. O como le dijo Mediavilla en León al responsable del habitual aquelarre de música, comics, drogas y demás entretenimientos para moderniquis y movidescos financiado por el ayuntamiento sociaista: “No nos vamos a ir de aquí hasta que te hayamos sacado las tripas” (Juanito fue también el inventor de un brillante neologismo para denominar a los pelmazos de provincias que siempre se nos enganchaban, como si el circo hubiese llegado a la ciudad: “Focomelos”).
Comentarios 'viborianos'
Al trabajar en El Víbora, Josemi siempre tuvo un pie en la picaresca, algo muy común en aquella entrañable y caótica redacción. Si (el difunto) Calonge, con el que compartí aula en los escolapios de la calle Diputación, era capaz de romper sus últimas páginas porque no le satisfacían del todo (eso sí, después de cobrarlas), Onliyú fue descubierto en cierta ocasión por su editor, José María Berenguer (otro glorioso difunto de mi entorno, más compañero de viaje que amigo, aunque hicimos las paces poco antes de su fallecimiento, un gesto que siempre le agradeceré, aunque todas nuestras desavenencias se derivaran de la importancia que le dio el hombre a la polémica de la línea clara contra la línea chunga, que siempre fue, en el fondo, una jugada comercial y una manera de entretenerse y darse aires) mientras intentaba cobrar por tercera vez el mismo guion.
Al ser reprendido por semejante muestra de desfachatez, Josemi no reaccionó pidiendo disculpas, sino triplicando la desfachatez y espetándole a Berenguer: “Con lo que me pagas, si no cobro un guion tres veces no me sale a cuenta”.
No se me ocurre un comentario más viboriano.
Nunca supe a qué aspiraba Onliyú en la vida. Mientras otros queríamos escribir novelas, publicar álbumes de comics o rodar películas, él parecía haber llegado a la conclusión de que todo eso era pura vanidad y de que lo importante era pasarlo bien y pimplar (gin tonics de Beefeater cuando había dinero, cartones de vino Don Simón cuando se estaba tieso). El último proyecto que me explicó fue un guion para Alex de la Iglesia escrito a medias con Martí (que en esa época era incapaz de terminar su álbum Calvary Hills, del que siempre me mostraba en el Salón del Comic de Barcelona las mismas páginas, cada año más amarillentas) y con el que pensaban forrarse. ¿Tiempo previsto para la redacción del guion? Dos años (cuando el libreto de una película puede fabricarse en dos meses). No sé si el guion de marras llegó a escribirse, pero nunca hubo una película de Alex redactada por Onli y Martí.
Los que se rinden
En su momento, la cosa me pareció un delirio, pero ahora ya no estoy tan seguro. Alargar la diversión (y la ingesta de alcohol) dos años podía ser un gran plan si despreciabas la trascendencia y las ganas de triunfar (lacras de las que me acusó a mí una tarde en la que a ambos nos dio por la mala bebida). Durante años pensé que Onliyú echaba su vida a los cerdos con sus aparentes lentitud, vagancia y displicencia creativa. Ahora, tras el ictus de marras, pienso que igual su visión del mundo era más lúcida que la mía. A fin de cuentas, ¿qué he conseguido yo aparte de (más o menos) fracasar en la literatura, el comic y el cine? Puede que influido por el shock post ictus, esté llegando a la conclusión de que he intentado péter plus haut que mon cul con demasiada frecuencia en esta vida.
Y entonces veo a Onliyú, más compañero de viaje que amigo, como a Bernard Lermite, aquel personaje de los comics de Martin Veyron cuyo lema era: “La vida no se ceba con los que se rinden”.