Imagen de una publicación de Adrian Tomine

Imagen de una publicación de Adrian Tomine Cedida

Letras

El costumbrismo fatalista de Adrian Tomine

La principal conclusión que he extraído de la obra del señor Tomine es la sensación de extrañeza que el autor parece experimentar ante la vida cotidiana de sus personajes

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Si te preguntan de qué van las historietas de Adrian Tomine (Sacramento, California, 1974), no es fácil dar con una respuesta clara y concisa. Podríamos definir lo suyo como costumbrismo, pero su producción suele exhibir elementos de extravagancia o rareza que lo alejan de la típica historieta centrada en la vida cotidiana de lo que entendemos por personas normales. 

Dos de sus dibujantes favoritos son sus compatriotas Jaime Hernández y Daniel Clowes, dos autores que poco o nada tienen en común, más allá de reflejar en sus viñetas su peculiar visión de los Estados Unidos (no puede ser la misma la de un hispano como Hernández que la de un wasp, por rarito que sea, como Clowes).

Personalmente, la principal conclusión que he extraído de la obra del señor Tomine es la sensación de extrañeza que el autor parece experimentar ante la vida cotidiana de sus personajes (y la suya propia, en su faceta autobiográfica), que se comportan como si hubiesen entendido a la perfección cómo funcionan las cosas, cuando en realidad viven permanentemente instalados en el estupor. Que es lo mismo que parece pasarle a su creador, y supongo que motivos no le faltan.

Adrian Tomine es americano-japonés de cuarta generación. Es decir, que su familia lleva décadas en los Estados Unidos y se supone que debería considerarse absolutamente norteamericana. Pero igual eso no es tan fácil cuando te han sucedido según qué cosas.

Por ejemplo, los padres del señor Tomine pasaron su infancia en uno de aquellos campos de concentración para japoneses que se crearon en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando, al estar en guerra con Japón, cualquier japonés era sospechoso de colaboración con el enemigo, aunque llevara en California varios años (o varias vidas). La abuela de Adrian, Shizuko Ina, fue inmortalizada por la gran fotógrafa Dorothea Lange en un trabajo dedicado a los prisioneros de esos centros de internamiento.

Y tengo la impresión de que a su nieto se le quedó cierto complejo de judío en la postguerra alemana, que en el caso de Adrian se manifiesta en una visión de la cotidianidad que la convierte en algo mucho más extraño, sorprendente y hasta peligroso de cómo lo ve el resto de sus compatriotas, no marcados por ningún componente étnico más allá de si su origen es italiano, irlandés o polaco.

Las historietas de Adrian Tomine giran siempre en torno a las relaciones humanas, a la amistad y al amor, pero nunca se limitan a plantear estos temas universales de la manera más convencional posible. Siempre te quedas con la impresión de que su autor no ha vivido la amistad y el amor como la mayoría de sus semejantes (hasta le dedicó un librito a su propia boda, como si fuese un acontecimiento insólito).

O, por lo menos, esa es la impresión que yo saqué después de leer álbumes suyos como Sonámbulo y otras historias (1998), Rubia de verano (2002), Shortcomings (2007), Intrusos (2015) o La soledad del dibujante (2020, el más autobiográfico de todos: en vez de observar a los demás, nuestro hombre se contempla y estudia a sí mismo, así como al mundo en el que decidió integrarse en la adolescencia, los comics); los dos primeros libros están editados en España por La Cúpula; los siguientes, por Sapristi).

Entre su dibujo de línea clara y la aparente distancia con que Tomine trata a sus personajes y a las cosas que les pasan, no es extraño que haya quien lo ha acusado de frialdad, de falta de empatía con sus criaturas, de escaso compromiso con ellas. Yo creo que esa frialdad es tan solo aparente, inevitable, tal vez en un tipo medio occidental, medio oriental, que se debate entre dos maneras de ver el mundo y la vida que no pueden ser más opuestas (recordemos la lapidaria frase de Kipling, East is east and west is west).

Prefiero tomarme esa aparente frialdad como una forma de fatalismo (no siempre) amable que tiñe las historias del señor Tomine de cierta desconfianza a la hora de observar las relaciones humanas, aunque él no se muestre ajeno a ellas (vive en Brooklyn con su mujer y sus dos hijas).

Para mí, el mensaje de las historietas de Adrian Tomine podría resumirse en el título de la sitcom de Larry David Curb your enthusiasm (que podríamos traducir por Aparca tu entusiasmo o No te entusiasmes tanto).

Nuestro hombre observa a sus semejantes, nos cuenta sus aventuras humanas, asiste con cierto grado de estupor a sus balbuceos (que ellos tal vez consideren actos de la más férrea voluntad) y nos muestra su actividad con un tono que no es ni del todo serio ni del todo humorístico. Su interés, aparentemente basado en el desconcierto, por lo que hacen y dejan de hacer los seres humanos, ha captado el interés del cine, lo cual no es de extrañar. Lo demuestran dos películas basadas en sus historietas, como la francesa París, distrito 13, de Jacques Audiard (2021) y la norteamericana Shortcomings, de Randall Parks (2023).

En cuanto a su manera de trabajar, me viene a la cabeza el título de la película de Leni Riefenstahl El triunfo de la voluntad. En la adolescencia, superada su fascinación infantil por Sipiderman, autoeditó su propio tebeo, Optic Nerve, que él mismo distribuía a mano en librerías cercanas. Siete números editó por sus propios medios hasta que la editorial Drawn & Quarterly se fijó en él y se hizo cargó de correr con los gastos de la publicación, en la que aparecieron por entregas Summer blonde y Shortcomings.

La publicación de álbumes vino acompañada por su entrada (yo diría que por la puerta grande) en el prestigioso (si bien deficitario) semanario The New Yorker, cuyas portadas ilustra con notable frecuencia (lo cierto es que le sientan como un guante a tan venerable publicación).

Pese a haber leído su producción autobiográfica, reconozco que el señor Tomine sigue representando un pequeño enigma para mí. Pero es un enigma que me resulta de lo más estimulante.