El periodista y escritor Tom Wolfe, en la imagen del documental 'Radical Wolfe'

El periodista y escritor Tom Wolfe, en la imagen del documental 'Radical Wolfe' FILMIN

Letras

Tom Wolfe, mi profesor de periodismo

Wolfe, un señorito del sur que se instaló en Manhattan, puso patas arriba el periodismo, como desgrana el documental 'Radical Wolfe', frente a la mirada airada de los Mailer, Irving o Updike

28 mayo, 2024 18:18

Hace cosa de medio siglo, cuando uno hacía como que estudiaba en la facultad de periodismo de Bellaterra, Barcelona (una espléndida fábrica de autodidactas), casi todo el mundo leía a Manuel Vázquez Montalbán y Orianna Fallacci, menos algunos frikis que preferíamos a Tom Wolfe y Hunter S. Thompson, representantes de un nuevo periodismo norteamericano que nos parecía más estimulante que el periodismo español de toda la vida que nos enseñaban en clase, con su respeto reverencial a las cinco uves dobles (Who, what, when, where, why; o sea, Quién hizo Qué, Cuándo, Dónde y Por Qué), la obligación de concentrar todo lo importante en el primer párrafo (porque casi nadie llega al segundo) y el asco a la primera persona al escribir, concebida como una muestra de ego insufrible (y no como una manera de acercarse al lector).

Fue inevitable recordar los viejos tiempos cuando vi hace unas noches en Filmin el documental Radical Wolfe, dedicado a Tom Wolfe (mi mejor profesor de periodismo, nada que ver con la pandilla de muermos que tuve que aguantar en la facultad) y dirigido, con mal disimulada admiración, por Richard Dewey. El largometraje es un completo recorrido por la vida y, sobre todo, la obra de Thomas Kennerley Wolfe Jr. (Richmond, Virginia, 1930 – Nueva York, 2018), un señorito del sur que encontró en Manhattan el cuartel general desde el que poner patas arriba el periodismo tal como lo concebíamos, el de las cinco uves dobles y la tercera persona. Su sistema consistía en elegir un tema y meterse a fondo en él, hablando con quien hiciera falta y abordando cualquier asunto con un sentido del humor que a veces le granjeó cierta fama (injusta, en mi opinión) de reaccionario, como cuando se coló en una fiesta que daba Leonard Bernstein en homenaje a los Panteras Negras y alumbró ese texto tronchante que es La izquierda exquisita, en el que el pobre Bernstein se convierte en el epítome de la pijería neoyorquina que se quiere hacer la progresista adulando a un grupo filo terrorista.

Tom Wolfe, en una imagen del documental 'Radical Wolfe'

Tom Wolfe, en una imagen del documental 'Radical Wolfe'

En España, fue Tusquets la primera editorial que se fijó en el señor Wolfe (El coqueto aerodinámico rocanrol color caramelo de ron), pero enseguida fue relevada en el cargo por Anagrama, que publicó sus siguientes textos periodísticos y también sus novelas (entre los primeros cabe destacar La palabra pintada y, sobre todo, Elegidos para la gloria, con el que el establishment norteamericano se lo empezó a tomar en serio, con la excepción de Norman Mailer, John Irving y John Updike, que siempre lo detestaron, como queda patente en el documental del señor Dewey; sobre todo, a partir de su paso a la ficción).

Aparte de renovar el periodismo, como también queda evidente en Radical Wolfe, nuestro hombre se empeñó en hacerse famoso, aunque fuese dando la nota. De ahí sale su uniforme habitual de traje blanco y sombrero, que adoptó en 1962 y no se quitó hasta el día de su muerte (o ni eso: no me extrañaría que Tom Wolfe fuese enterrado vestido de Tom Wolfe). Hay que reconocer que, con el paso del tiempo, el uniforme se fue haciendo cada vez más cargante hasta para los que lo admirábamos, pero es indudable que ese disfraz de caballero del sur trasplantado a la Gran Manzana le cundió mucho. Con traje blanco o sin, Wolfe se hizo muy famoso, lo cual me parece que tiene un especial mérito por haberlo conseguido innovando, saliéndose de los caminos trillados y contribuyendo en gran medida a que se relajara la disciplina en los diarios de todo Occidente y (algunos) pudiéramos escribir a nuestra manera, sin pensar en las cinco uves dobles y el ego supuestamente inherente a la primera persona narrativa. Personalmente, Wolfe me dio la inspiración y el valor necesarios para integrarme en la prensa alternativa barcelonesa de finales de los años 70, donde acabé de aprender lo necesario para trabajar a gusto, algo que nunca había encontrado en las aulas de Bellaterra.

El periodista y escritor Tom Wolfe

El periodista y escritor Tom Wolfe FILMIN

La etapa más literaria del señor Wolfe es ampliamente abordada en Radical Wolfe, destacando el riesgo que corrió nuestro hombre al saltar de un género periodístico que se había inventado (y con el que le iba muy bien) al proceloso mundo de la literatura, donde lo esperaban todos los Mailer-Irving-Updike de este mundo para decirle que no daba la talla como novelista. Lamentablemente para ellos, Wolfe la dio con una primera novela excelente, La hoguera de las vanidades (1987), catastróficamente llevada al cine por Brian de Palma y que se vendió como rosquillas. Las cosas siguieron yéndole muy bien con su segunda obra, Todo un hombre (1998, hay una excelente adaptación por entregas en Netflix), pero se torcieron con la tercera y la cuarta, Soy Charlotte Simmons (2004) y Miami blood (2018), que funcionaron peor a nivel de ventas y, sobre todo, de crítica: paulatinamente, Norteamérica fue dejando de reírle las gracias (sic transit gloria mundo).

Tom Wolfe falleció a los 88 años tras haberme acompañado durante toda mi vida adulta y haberme ayudado a escribir como me apetecía. Así pues, no le tengo en cuenta sus dos últimas novelas y prefiero recordarlo por La hoguera de las vanidades y todos los textos neo periodísticos con los que me alegró la etapa universitaria y me hizo ver que lo más razonable que se podía hacer con las cinco uves dobles era arrojarlas a la papelera de la historia del periodismo.