Jean-Michel Charlier: la aventura es la aventura
El guionista belga triunfó, junto con René Goscinny, con el pirata 'Barbarroja', el 'Teniente Blueberry' o los aviadores 'Tanguy & Laverdure'
23 julio, 2023 20:14El guionista belga Jean-Michel Charlier (Lieja, 1924 – París, 1989) compuso con su amigo y colega francés René Goscinny un tándem imbatible: mientras éste se decantaba por el humor de Asterix, El gran visir Iznogoud o Les dingodossiers, su compadre optaba por la aventura, creando a personajes que pasaron a la historia de los tebeos, como el pirata Barbarroja, el Teniente Blueberry o los aviadores Tanguy & Laverdure. Juntos fundaron la revista Pilote en 1959, con Goscinny de director y Charlier de redactor jefe. Menos viajado que su compadre (aunque un periplo por Estados Unidos en 1963 le aportó la inspiración necesaria para la primera aventura de Blueberry, Fort Navajo), Charlier solo llegó a trasladarse de Bélgica a Francia. Sus inicios en la historieta en su país natal no fueron muy brillantes: antes de crear las series que lo harían famoso, nuestro hombre escribía historias cortas para diversos dibujantes que solían acabar en la revista Spirou, pero con las que le costaba llegar a final de mes (de ahí que trabajara una época como delineante o que, incluso, optara por la aviación y se convirtiera durante un tiempo en piloto de la aerolínea Sabena, donde alguna idea debió de ocurrírsele para las futuras aventuras de Michel Tanguy y su inseparable Ernest Laverdure).
La carrera de Jean-Michel Charlier empieza realmente en París y en Pilote. En 1959 alumbra a dos personajes que le durarán toda la vida, Barbarroja (con dibujos de Victor Hubinon) y Michel Tanguy (ilustrado por Albert Uderzo hasta que éste decide concentrarse en las aventuras de sus héroes galos y cederle el testigo a Joseph Gillain, alias Jijé, quien se hace cargo de sus andanzas en 1966). Su obra previa en Spirou no destaca precisamente por su interés: La patrouille des castors (1954, dibujos de Mitacq) era una serie asaz indigesta sobre una pandilla de boy scouts que en España solo se editó en catalán por la revista Cavall Fort, donde hay que reconocer que triunfó a lo grande, puede que gracias a la influencia del excursionismo patriótico en Cataluña; y de Les plus belles histoires de l´oncle Paul poco se puede decir, aparte de que abundaba en la cursilería y en el supuesto carácter ejemplar de los rollos que contaba el tío Paul del título. En Pilote, por el contrario, el hombre triunfa con su pirata y sus aviadores (que hasta fueron adaptados a la televisión en la serie Les chevaliers du ciel, de la que lo único que recuerdo es que el malo de una de sus temporadas, emitidas por TVE, era José Luis de Vilallonga).
Si Barbarroja nunca fue popular en España (el dibujo de Hubinon, aunque eficaz y de cuidada ambientación, tendía a lo acartonado), El Teniente Blueberry sí logró captar nuestro interés (gracias en gran parte al dibujo de Jean Giraud, que iba mejorando de álbum en álbum, mientras Charlier se iba contaminando de la influencia de los spaghetti westerns de Sergio Leone). Los detractores de Charlier siempre han insistido en los errores, las repeticiones y los fallos de racord de sus guiones, pero me temo que eran inevitables dado su ritmo de producción, que era inhumano. Sobre su prodigiosa imaginación no puede haber duda alguna, como atestigua la enorme cantidad de álbumes publicados a lo largo de su carrera (mientras llevaba las riendas de Pilote en su condición de segundo de a bordo de Goscinny). En cuanto a su obra, es evidente que no estamos ante un gran renovador del género de aventuras, pero sí ante un artesano ejemplar que fabricaba historia tras historia, manteniendo siempre un nivel más que digno: puede que unos libros de Blueberry sean mejores que otros, y lo mismo sucede con Tanguy y Laverdure, pero en todos ellos podía encontrar amena diversión el lector, sobre todo el perteneciente al sector infantil y juvenil: les aseguro que releer de adulto a Charlier no aporta especiales satisfacciones.
Jean-Michel Charlier abandonó Pilote en 1972, víctima de la misma sublevación sesentayochista que también le amargó la vida a su compadre Goscinny: los colaboradores más jóvenes, imbuidos del espíritu de la época, los veían como a un par de carcamales reaccionarios, aunque ni eran tan mayores ni tan de derechas. Fuera de su casa madre, eso sí, el hombre siguió escribiendo las aventuras de sus héroes favoritos, y algo debía de tener cuando Giraud siguió trabajando con él después de haberse inventado a su alter ego Moebius, que, en principio, parecía llamado a reemplazar al original. Con una vida ordenada y sin especiales sobresaltos, el pobre Charlier no da para una biopic, pero es indudable que se pasó toda la existencia trabajando sin parar, aunque a veces se armara un lío en el guion que les pasaba inadvertido al dibujante, al editor y a la mayoría de los lectores. Puede que su mayor excentricidad fuese su breve paso por la aviación comercial, pero la considero una cabal inversión de futuro sin la que, probablemente, nunca hubiesen nacido Tanguy y Laverdure, héroes de la grandeur francesa y promotores del caza Mirage a los que se tuvo que inventar un belga.